EDITAR UN LIBRO
Era el mes de agosto, ya desde los primeros días nos poníamos en carretera; una carretera nacional de doble sentido, apretada de tráfico. Vehículos que iban y venían de norte a Oeste y viceversa cargados hasta el techo de maletas y otros bártulos. Una odisea de calor, de horas y horas; de aburrimiento e incomodidades. Ciudades colapsadas de caravana que costaba una eternidad superar; Burgos sobre todo. Quizás porque el enlace con las vías que bajaban al sur, hacia Madrid y otros muchos más destinos turísticos, le otorgaban esa importancia. Calzadas con hitos pintados de colores en la parte superior llamaban mi atención. Las de rojo, que eran las que seguíamos todo el rato, llevaban impreso los datos de los kilómetros y, en pequeñas letras, rezaban también las ciudades que seguían el curso de su ruta; ruta nacional para las rojas. Las verdes eran comarcales y amarillas las locales.
Por aquel entonces se respetaba las líneas centrales de la calzada, no era tan común como ahora ver cómo se invade la calzada del sentido opuesto; los guardias civiles eran muy celosos en que se cumpliera esta norma, cuyo gravamen de multa hacia mucho daño en los bolsillos del infractor.
Era el mes de agosto, ya desde los primeros días nos poníamos en carretera; una carretera nacional de doble sentido, apretada de tráfico. Vehículos que iban y venían de norte a Oeste y viceversa cargados hasta el techo de maletas y otros bártulos. Una odisea de calor, de horas y horas; de aburrimiento e incomodidades. Ciudades colapsadas de caravana que costaba una eternidad superar; Burgos sobre todo. Quizás porque el enlace con las vías que bajaban al sur, hacia Madrid y otros muchos más destinos turísticos, le otorgaban esa importancia. Calzadas con hitos pintados de colores en la parte superior llamaban mi atención. Las de rojo, que eran las que seguíamos todo el rato, llevaban impreso los datos de los kilómetros y, en pequeñas letras, rezaban también las ciudades que seguían el curso de su ruta; ruta nacional para las rojas. Las verdes eran comarcales y amarillas las locales.
Por aquel entonces se respetaba las líneas centrales de la calzada, no era tan común como ahora ver cómo se invade la calzada del sentido opuesto; los guardias civiles eran muy celosos en que se cumpliera esta norma, cuyo gravamen de multa hacia mucho daño en los bolsillos del infractor.