LAGUNILLA: EDITAR UN LIBRO...

EDITAR UN LIBRO

La casa repoblada cobraba ese calor de antaño. Quizás sus moradores no estaban conectados con las vicisitudes ancestrales de antes pero notaban, al ver aquellos vetustos escalones, el desgaste en ellos; el dolor y las alegrías que aquellas reliquias le suscitaban. Y, su presencia, ante el espacio que habitaron les memorizaba anécdotas, pasajes de acontecimientos que nunca lograrán olvidar.

Yo, a pesar de no tener mucho que decir, puedo asegurar que en las mentes de mis hermanos se podía leer los madrugones de frio y el sueño roto. A mi abuela María sacándolos de la cama con aquel tizón ardiendo en la mano, amenazante para que, bajo una falsa amenaza, ellos rompieran la pereza de levantarse. Luego, según tantas veces les oí contar, cada uno partiría hacia sus cometidos; unos al campo, otros a las cabras; las vacas y, si ya estaba yo entre ellos, alguna de las mujeres quedaría a mi cuidado. Se encargaría de darme la comida y asearme si fuera necesario. No dudo, lo presiento, estoy convencido que también alternaba mis cuidados con hacer otras muchas cosas; todas ellas propias de una vida en el pueblo, de una supervivencia en el campo.