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Mujeres al socaire, pañuelos bajo un sombrero de paja sobre sus cabezas; era una estampa, una imagen perpetua que siempre me acompaña cuando, en los días que salía el sol, aún siendo el clima serrano y fresco; yo contemplaba desde aquella mole de piedra que todos llaman poyo a ellas; atareadas con bolillos de encaje, bastidores de costura; lanas a ganchillo y, sentadas en un silencio reflexivo, del que apenas levantaban la cabeza, aparecían en sus aros el color y la belleza de los hilos que su imaginación bordaron. Hombres también los había desgranando habichuelas secas. A veces se hablaba poco, muy poco… e iban pasando el tiempo para recogerse en casa y dedicarse a otras cosas.
Si la tarde se volvía fría de antojo, por un capricho goloso; porque era el momento afortunado de raspar con la navaja la tableta de Pedro Mayo y ver caer las virutas de chocolate en el puchero; las muecas felices de aquellas caras marcaban la sencillez de los grandes momentos. Frugal merienda o cena que templa el cuerpo y esquiva las penas extrañas del estómago que ruge y abomina de banquetes prohibidos ¡Qué suculenta cena! Ahí se hunde el bizcocho y los sobaos, bollos típicos de mi tierra; algunas rebanadas de pan, de pan tan bueno y tan blanco que ensombrece a cualquier galleta.
Mujeres al socaire, pañuelos bajo un sombrero de paja sobre sus cabezas; era una estampa, una imagen perpetua que siempre me acompaña cuando, en los días que salía el sol, aún siendo el clima serrano y fresco; yo contemplaba desde aquella mole de piedra que todos llaman poyo a ellas; atareadas con bolillos de encaje, bastidores de costura; lanas a ganchillo y, sentadas en un silencio reflexivo, del que apenas levantaban la cabeza, aparecían en sus aros el color y la belleza de los hilos que su imaginación bordaron. Hombres también los había desgranando habichuelas secas. A veces se hablaba poco, muy poco… e iban pasando el tiempo para recogerse en casa y dedicarse a otras cosas.
Si la tarde se volvía fría de antojo, por un capricho goloso; porque era el momento afortunado de raspar con la navaja la tableta de Pedro Mayo y ver caer las virutas de chocolate en el puchero; las muecas felices de aquellas caras marcaban la sencillez de los grandes momentos. Frugal merienda o cena que templa el cuerpo y esquiva las penas extrañas del estómago que ruge y abomina de banquetes prohibidos ¡Qué suculenta cena! Ahí se hunde el bizcocho y los sobaos, bollos típicos de mi tierra; algunas rebanadas de pan, de pan tan bueno y tan blanco que ensombrece a cualquier galleta.