RASTROS QUE ME LLEVAN A MI PUEBLO
Ya son bodas de oro para estos conyugues que apenas se hablan, basta en ellos una sutil advertencia en los brillos de sus miradas para saber el uno del otro sin llegar a palabras. Lo mismo tiene aquel pueblo que ambos llevan pegado al alma, nunca es un extraño en sus vidas, aunque se halle tan alejado de ellos, tan vacío cuando regresan y no se ven con las vicisitudes ni con los recordados paisanos; cuando sólo en sus mentes gozan calles, regatos y otros rincones de la infancia ahora tan fríos y tan calientes antaño. Aceptan la silenciosa inteligencia que les ha regalado el transcurrir del tiempo y el volverse ancianos.
Ya son bodas de oro para estos conyugues que apenas se hablan, basta en ellos una sutil advertencia en los brillos de sus miradas para saber el uno del otro sin llegar a palabras. Lo mismo tiene aquel pueblo que ambos llevan pegado al alma, nunca es un extraño en sus vidas, aunque se halle tan alejado de ellos, tan vacío cuando regresan y no se ven con las vicisitudes ni con los recordados paisanos; cuando sólo en sus mentes gozan calles, regatos y otros rincones de la infancia ahora tan fríos y tan calientes antaño. Aceptan la silenciosa inteligencia que les ha regalado el transcurrir del tiempo y el volverse ancianos.