RASTROS QUE ME LLEVAN A MI PUEBLO
Una partidita de cartas sobre la mesa del comedor y una cabezadita en el vetusto sillón; es rutina desde no saben cuándo. Así todo el año menos en sus vacaciones, cuando alguno de los hijos tiene la bondad de llevarlos al pueblo. Allá no hay desfallecimiento por no cumplir con siestas. Es la mejor hora para los naipes en las cantinas o para charlar con otros vecinos en la puerta; también hay quien saca la mesa, y en la calle ofrece con garrafón su vino y el aguardiente. Jugar en días de fiesta gusta a todos y, si es posible, frente al sol bajo el amparo de una fresca sombra.
Una partidita de cartas sobre la mesa del comedor y una cabezadita en el vetusto sillón; es rutina desde no saben cuándo. Así todo el año menos en sus vacaciones, cuando alguno de los hijos tiene la bondad de llevarlos al pueblo. Allá no hay desfallecimiento por no cumplir con siestas. Es la mejor hora para los naipes en las cantinas o para charlar con otros vecinos en la puerta; también hay quien saca la mesa, y en la calle ofrece con garrafón su vino y el aguardiente. Jugar en días de fiesta gusta a todos y, si es posible, frente al sol bajo el amparo de una fresca sombra.