EL QUE A BUEN ÁRBOL SE ARRIMA BUENA SOMBRA LE COBIJA
Cuántas frases hechas hemos escuchado a lo largo de nuestra vida, consejos empíricos de nuestros antecesores; pero… Tienen que pasarnos los avisos en nuestras carnes para que aprendamos de una realidad ya alertada. Díscolo cerebro humano que se tarda siempre en madurar, rebeldía innata o terquedad; son nuestras debilidades por excelencia.
Yo conocí un señor mayor, fue en tierra de Sangüesa; me hospedaba en su casa por doscientas pesetas la noche (120 céntimos de ahora). Recuerdo que mi edad andaba ya sobre los veinticuatro, estaba muy próxima la fecha de mi matrimonio con la que hoy es mi esposa. Era una casa en la que sólo iba a dormir y la llamaban: “la casa de la pantalonera”. La señora Gabina se dedicaba a ello. Cosía pantalones de encargo y, en apoyo a su economía, alquilaba algunos cuartos dormitorios. Su esposo, el señor Jesús, en aquel entonces ya estaba jubilado; había trabajado en la papelera. Su casa tenía un patio interior sembrado en el que destacaban dos enormes higueras, cuyas raíces luchaban por asomar fuera del raso cementado que bordeaba la casa y, en ese patio, daba oportunidad a una terraza de verano en la cual nos sentábamos a hablar al apoyo de una mesa y unas sillas sencillas de madera vulgar. Sacaba la bota y echábamos unos tragos mientras él me contaba que eran de Salazar. Que cuando se licenció se casó con la Gabina y que, un amigo de la mili, le ofreció un trabajo por Asturias. No sabían para donde tirar, tras la guerra todo estaba muy mal; se enorgullece cuando lo recuerda.
- ¡Sabes!- Me llama la atención. Yo tiré la boina al aire y decidí: para el lado que caiga. Y cayó aquí. Tuve la suerte de entrar en la papelera y, aunque me ofrecieron otros trabajos con más remuneración, no me fui. He visto amigos que se cambiaron y ganaron mucho mientras pudieron. Ahora no tienen nada. A veces “vale más muchos pocos que pocos mucho”.
Seguira…
Cuántas frases hechas hemos escuchado a lo largo de nuestra vida, consejos empíricos de nuestros antecesores; pero… Tienen que pasarnos los avisos en nuestras carnes para que aprendamos de una realidad ya alertada. Díscolo cerebro humano que se tarda siempre en madurar, rebeldía innata o terquedad; son nuestras debilidades por excelencia.
Yo conocí un señor mayor, fue en tierra de Sangüesa; me hospedaba en su casa por doscientas pesetas la noche (120 céntimos de ahora). Recuerdo que mi edad andaba ya sobre los veinticuatro, estaba muy próxima la fecha de mi matrimonio con la que hoy es mi esposa. Era una casa en la que sólo iba a dormir y la llamaban: “la casa de la pantalonera”. La señora Gabina se dedicaba a ello. Cosía pantalones de encargo y, en apoyo a su economía, alquilaba algunos cuartos dormitorios. Su esposo, el señor Jesús, en aquel entonces ya estaba jubilado; había trabajado en la papelera. Su casa tenía un patio interior sembrado en el que destacaban dos enormes higueras, cuyas raíces luchaban por asomar fuera del raso cementado que bordeaba la casa y, en ese patio, daba oportunidad a una terraza de verano en la cual nos sentábamos a hablar al apoyo de una mesa y unas sillas sencillas de madera vulgar. Sacaba la bota y echábamos unos tragos mientras él me contaba que eran de Salazar. Que cuando se licenció se casó con la Gabina y que, un amigo de la mili, le ofreció un trabajo por Asturias. No sabían para donde tirar, tras la guerra todo estaba muy mal; se enorgullece cuando lo recuerda.
- ¡Sabes!- Me llama la atención. Yo tiré la boina al aire y decidí: para el lado que caiga. Y cayó aquí. Tuve la suerte de entrar en la papelera y, aunque me ofrecieron otros trabajos con más remuneración, no me fui. He visto amigos que se cambiaron y ganaron mucho mientras pudieron. Ahora no tienen nada. A veces “vale más muchos pocos que pocos mucho”.
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