Nuestros pueblos, poco a poco se van despoblando. Los servicios que las distintas administraciones prestan a quienes los habitan van menguando. Ahora que tenemos de actualidad la supresión de las guardias nocturnas en distintos centros de salud (desconozco el caso de Lagunilla), me permito hacer unos breves comentarios sobre, lo considero, como causa de la despoblación del medio rural y, la consiguiente, desaparición o mengua de los servicios públicos a sus habitantes.
En el caso de nuestro pueblo, siendo niño, recuerdo existían una serie de profesionales públicos que atendían a la entonces abundante población: médico, practicante, veterinario, farmacéutico, guardias civiles, secretario, alguacil, enterrador, cartero, maestros, etc., que con sus correspondientes familias contribuían a que el pueblo tuviera un mayor número de habitantes, ya que las leyes obligaban a que aquellos servidores residieran en los pueblos.
También disponíamos de otros profesionales o servidores que daban cobertura a las necesidades de la población. Desde las espirituales, un sacerdote y su familia, siguiendo por comerciantes, taxistas, conductor del coche de línea, salones de baile y su correspondiente café o bar, bares, herrador de caballerías, fraguas, sastrería, zapatería, barbero, cabrero (con animales propios y de otros), capador, ebanista, carpintero y otros que seguramente olvido.
La mecanización del campo, el minifundio y la orografía de la zona. La mejora en las comunicaciones que facilitan, por un lado, la movilidad de las personas, y, por otro, el transporte masivo y barato de mercancías, con la consiguiente competencia en precios con la producción local, hacen imposible el mantenimiento de una economía casi de subsistencia que habían llevado nuestros abuelos. La desaparición de la obligatoriedad de residir en los pueblos de los servidores públicos, las aspiraciones de mejora de quienes carecían de tierra suficientes o simplemente querían mejorar en sus expectativas, hicieron que un buen número de familias abandonaran en los años sesenta el pueblo.
Otros, con el fin de dar un mejor futuro a sus hijos los enviaron a estudiar o a trabajar en la capital provincial o las regiones más desarrolladas. Acabados sus estudios o establecida la estabilidad laboral en sus lugares de destino, “tiraron” de sus mayores a los que buscaron nuevos modos de ganarse la vida, abandonando definitivamente el pueblo, lo que a su vez, en poco tiempo, ocasionó que abuelos acabarán su días en aquellos lugares en que sus descendientes fijaron su nueva residencia.
Las circunstancias anteriores, unido a que, quienes optaron por desarrollar su vida en el pueblo, también han decidido que su propia familia no será tan numerosa como la de quienes les precedieron, hace que la progresiva disminución de la población no se detenga, lo que conlleva una reordenación de los servicios que prestan las administraciones, el no establecimiento de nuevas profesionales o que parte de los existentes, al alcanzar la edad de jubilación, no tenga seguimiento en sus descendientes.
En el caso de nuestro pueblo, siendo niño, recuerdo existían una serie de profesionales públicos que atendían a la entonces abundante población: médico, practicante, veterinario, farmacéutico, guardias civiles, secretario, alguacil, enterrador, cartero, maestros, etc., que con sus correspondientes familias contribuían a que el pueblo tuviera un mayor número de habitantes, ya que las leyes obligaban a que aquellos servidores residieran en los pueblos.
También disponíamos de otros profesionales o servidores que daban cobertura a las necesidades de la población. Desde las espirituales, un sacerdote y su familia, siguiendo por comerciantes, taxistas, conductor del coche de línea, salones de baile y su correspondiente café o bar, bares, herrador de caballerías, fraguas, sastrería, zapatería, barbero, cabrero (con animales propios y de otros), capador, ebanista, carpintero y otros que seguramente olvido.
La mecanización del campo, el minifundio y la orografía de la zona. La mejora en las comunicaciones que facilitan, por un lado, la movilidad de las personas, y, por otro, el transporte masivo y barato de mercancías, con la consiguiente competencia en precios con la producción local, hacen imposible el mantenimiento de una economía casi de subsistencia que habían llevado nuestros abuelos. La desaparición de la obligatoriedad de residir en los pueblos de los servidores públicos, las aspiraciones de mejora de quienes carecían de tierra suficientes o simplemente querían mejorar en sus expectativas, hicieron que un buen número de familias abandonaran en los años sesenta el pueblo.
Otros, con el fin de dar un mejor futuro a sus hijos los enviaron a estudiar o a trabajar en la capital provincial o las regiones más desarrolladas. Acabados sus estudios o establecida la estabilidad laboral en sus lugares de destino, “tiraron” de sus mayores a los que buscaron nuevos modos de ganarse la vida, abandonando definitivamente el pueblo, lo que a su vez, en poco tiempo, ocasionó que abuelos acabarán su días en aquellos lugares en que sus descendientes fijaron su nueva residencia.
Las circunstancias anteriores, unido a que, quienes optaron por desarrollar su vida en el pueblo, también han decidido que su propia familia no será tan numerosa como la de quienes les precedieron, hace que la progresiva disminución de la población no se detenga, lo que conlleva una reordenación de los servicios que prestan las administraciones, el no establecimiento de nuevas profesionales o que parte de los existentes, al alcanzar la edad de jubilación, no tenga seguimiento en sus descendientes.