La matanza, para este precioso animal de manjares tan ricos tambien existia sociedad, llamada la sociedad de la triquina, esta solo duraba el tiempo de la matanza, los dias antes se hechaba un bando y todos los que mataban declaraban las arrobas que pesaban sus cerdos, era todo apuntado. Lla que por hellas pagabas o te remborsaban. Lo que no recuerdo bien es si pagaban o solo cuando salia algun cochino
Y que bien lo pasabamos de crios el día de la matanza. Además de ver matar al cebón, descuartizarlo, escoger sus carnes, cortar los jamones, etc. A los niños, en el momento de sacrificarlo, nos gustaba agarrarlo del rabo mientras el animal encima de la banasta daba los últimos estertores. Después venía el chamuscado arropado en helechos secos, se limpiaba también con helechos una vez quemados el pelamen de su piel, a continuación se le abría sacaba el vientre que más tarde lavarían las mujeres y embutirían al día siguiente su carne picada, se separaban la vísceres, etc. Alguien, llevaba al veterinario la lengua para que comprobara estaba libre de triquina y era apto para el consumo.
Las carnes se escogian. Estas para salchichón, las otras para longaniza, lo demás allá para morcillas, así se iban separando en artesas.
Ese día todos los intervimientes en la matanza era como si estuvieran de fiesta. Había dulces y aguardiente (para los adultos), comíamos todos juntos y si estaba apto para consumo la carne del guarro, comiamos algún cachito asado al fuego del hogar. Esa tarde se picaba la carne quedando separada por calidades y lista para sazonar.
Despues de condimentar las carnes, sal, pimentón, pimienta, etc. y enfriadas las carnes, al día siguiente se procedía a embutir. Las tripas más delgadas longanizas. Las más gruesas, salchichón o morcón. En otras de mayor capacidad los lomos doblados y bien sazonados, incluso con orégano de nuestos montes, se metían y ataban fuertemente.
A los crios nos gustaba darle a la manivela de la máquina. Entorpecíamos más que otra cosa, pero los mayores siempre nos daban el gusto de que le dieramos a la máquina, aunque nos cansábamos más pronto que tarde, y la máquina pasaba de mano en mano. De vez en cuando, esa alegría se trastocaba en llanto, pues hubo ocasión que la imprudencia infantil llevó a alguien a perder una falange de uno de sus dedos, pequeño accidente, que nos hacía tener conciencia de que no todo era juerga.
Acabado el embutido, se procedía a colgar los chorizos de los largo y fuertes palos que prenderían de los ganchos que había en los techos de la cocina. A partir de entonces la vigilancia sobre su evolución corria a cargo de las expertas abuelas y madres.
Con el tiempo, sobre todo por estas fechas, se daba buena cuenta de las matanzas, era la época de los hornazos y todas las familias hacían banastas de ellos, con lo que daban buena cuenta de la matanza.
Las carnes se escogian. Estas para salchichón, las otras para longaniza, lo demás allá para morcillas, así se iban separando en artesas.
Ese día todos los intervimientes en la matanza era como si estuvieran de fiesta. Había dulces y aguardiente (para los adultos), comíamos todos juntos y si estaba apto para consumo la carne del guarro, comiamos algún cachito asado al fuego del hogar. Esa tarde se picaba la carne quedando separada por calidades y lista para sazonar.
Despues de condimentar las carnes, sal, pimentón, pimienta, etc. y enfriadas las carnes, al día siguiente se procedía a embutir. Las tripas más delgadas longanizas. Las más gruesas, salchichón o morcón. En otras de mayor capacidad los lomos doblados y bien sazonados, incluso con orégano de nuestos montes, se metían y ataban fuertemente.
A los crios nos gustaba darle a la manivela de la máquina. Entorpecíamos más que otra cosa, pero los mayores siempre nos daban el gusto de que le dieramos a la máquina, aunque nos cansábamos más pronto que tarde, y la máquina pasaba de mano en mano. De vez en cuando, esa alegría se trastocaba en llanto, pues hubo ocasión que la imprudencia infantil llevó a alguien a perder una falange de uno de sus dedos, pequeño accidente, que nos hacía tener conciencia de que no todo era juerga.
Acabado el embutido, se procedía a colgar los chorizos de los largo y fuertes palos que prenderían de los ganchos que había en los techos de la cocina. A partir de entonces la vigilancia sobre su evolución corria a cargo de las expertas abuelas y madres.
Con el tiempo, sobre todo por estas fechas, se daba buena cuenta de las matanzas, era la época de los hornazos y todas las familias hacían banastas de ellos, con lo que daban buena cuenta de la matanza.