La afición a los toros en Lagunilla
La afición a las capeas de toros en Lagunilla desconocemos donde tienen su origen. Sabemos que, desde hace generaciones, los días señalados en el calendario local –El día de la Virgen de la Asunción o el del Cristo de los Afligidos- eran fechas en las que se celebraban corridas de toros en la Plaza Mayor. También recuerdo los seguimientos que de las corridas radiadas hacían nuestros mayores y, como no, de las discusiones y debates entre los aficionados y admirados de este o del otro matador de toros. El “Dígame”, a que hago referencia en otro lugar, era disputado por los taurinos. No obstante, recuerdo haber visto bastantes capeas en lo que entonces era el Corral del Concejo.
No es que es ese espacio se desarrollarán espectáculos taurinos programados. Cuando se hacían capeas en este recinto lo era por haber llevado al mismo alguna vaca o novillo extraviado de una manada que había cruzado la sierra, siempre que el animal ofreciera una mínima bravura para encarar y embestir a quien tuviera la osadía de lanzarse al cuadrilátero del citado corral.
Era costumbre en entre los ganaderos de reses bravas efectuar la trashumancia, desde las altas tierras de la meseta salmantina, en la que se asientan las famosas ganaderías del Campo Charro, a las más bajas y templadas del norte de Extremadura. El trasiego de ganado, en dirección sur, se producía a finales del otoño para invernar aprovechando los pastos otoñales de las dehesas extremeñas, regresando al norte, una vez pasados los fríos invernales, en la primavera. La ruta seguida era el Cordel de Merinas que cruzaba el término municipal de Lagunilla por la zona de la Mata de Santa Ana, Peñafranca y Valle de la Tuella en dirección a Hornacinos. En este paso, siempre se quedaba rezagada alguna res. El caso es, que una vez detectada la presencia del animal, para evitar peligros a las personas, eran conducidos al Corral de Concejo hasta que su propietario lo reclamara.
Una vez el bicho en cuestión estaba encerrado y mostraba tenía casta, los mozos valientes del pueblo, armados con una manta o similar, no dudaban en arrojarse al provisional albero con los deseos de probar su valor ante un animal bravo que, dispuesto a defenderse, no dudaba en embestir y, en algunos casos, dar un revolcón al atrevido.
Muchas personas acudíamos a ver ese espectáculo espontáneo y gratuito. Nos encaramamos en las graníticas pareces que cerraban el corral y disfrutábamos del los lances que en el improvisado coso se producían.
La afición a las capeas de toros en Lagunilla desconocemos donde tienen su origen. Sabemos que, desde hace generaciones, los días señalados en el calendario local –El día de la Virgen de la Asunción o el del Cristo de los Afligidos- eran fechas en las que se celebraban corridas de toros en la Plaza Mayor. También recuerdo los seguimientos que de las corridas radiadas hacían nuestros mayores y, como no, de las discusiones y debates entre los aficionados y admirados de este o del otro matador de toros. El “Dígame”, a que hago referencia en otro lugar, era disputado por los taurinos. No obstante, recuerdo haber visto bastantes capeas en lo que entonces era el Corral del Concejo.
No es que es ese espacio se desarrollarán espectáculos taurinos programados. Cuando se hacían capeas en este recinto lo era por haber llevado al mismo alguna vaca o novillo extraviado de una manada que había cruzado la sierra, siempre que el animal ofreciera una mínima bravura para encarar y embestir a quien tuviera la osadía de lanzarse al cuadrilátero del citado corral.
Era costumbre en entre los ganaderos de reses bravas efectuar la trashumancia, desde las altas tierras de la meseta salmantina, en la que se asientan las famosas ganaderías del Campo Charro, a las más bajas y templadas del norte de Extremadura. El trasiego de ganado, en dirección sur, se producía a finales del otoño para invernar aprovechando los pastos otoñales de las dehesas extremeñas, regresando al norte, una vez pasados los fríos invernales, en la primavera. La ruta seguida era el Cordel de Merinas que cruzaba el término municipal de Lagunilla por la zona de la Mata de Santa Ana, Peñafranca y Valle de la Tuella en dirección a Hornacinos. En este paso, siempre se quedaba rezagada alguna res. El caso es, que una vez detectada la presencia del animal, para evitar peligros a las personas, eran conducidos al Corral de Concejo hasta que su propietario lo reclamara.
Una vez el bicho en cuestión estaba encerrado y mostraba tenía casta, los mozos valientes del pueblo, armados con una manta o similar, no dudaban en arrojarse al provisional albero con los deseos de probar su valor ante un animal bravo que, dispuesto a defenderse, no dudaba en embestir y, en algunos casos, dar un revolcón al atrevido.
Muchas personas acudíamos a ver ese espectáculo espontáneo y gratuito. Nos encaramamos en las graníticas pareces que cerraban el corral y disfrutábamos del los lances que en el improvisado coso se producían.