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LAGUNILLA: LA CASA IV...

LA CASA IV

Sobre las salas, solía estar la cocina –quizá la pieza más importante- con el hogar siempre encendido bajo la gran chimenea que en forma de campana ocupaba una buena parte de la estancia. Era amplia, muy espaciosa, permitía que toda la familia (que era numerosísima) pudiera reunirse, durante las comidas, en torno a la mesa junto al calor de la lumbre sobre la gran lancha granítica. El color de sus paredes era oscuro, era un color rojo apagado, sin brillo y algo pastoso.
El fuego siempre estaba encendido, junto o sobre las brasas estaba el pote sobre sus tres patas, el puchero en el suelo o sobre las trébedes o estrébedes (que de ambas formas se dice), las hay redondas de hierro con tres pies, sirve para poner al fuego ollas y sartenes, para estas últimas, tienen un largo asa con un hiero inhiesto que acababa en una U sobre la que se apoyaba el mango de la sartén. El caldero, con la comida de los cebones que se engordaban para la matanza, colgando de las llares a la altura conveniente para que la llama hiciera el cometido esperado. Siempre se ponía, junto a las brasas, algún cacharro para calentar el agua que serviría después para fregar los platos y cubiertos, a la vez que su vapor producía el efecto humificador en toda la pieza.
Los gruesos troncos que lentamente se consumían descansaban sobre el gato, permitiendo la circulación de aire que avivaba la combustión. Cerca, estaban las tenazas y el recogedor metálico para brasas y ceniza, un objeto largo de hierro en forma de gancho para mover troncos y brasas (atizador), y tampoco faltaba una escoba para limpiar de ceniza la piedra. Un objeto importante, el fuelle para avivar la llama cada vez que se ponía leña nueva o se encendía el hogar, aparecía colgado de uno de los flancos de la chimenea, siempre cerca por si fuera menester.
La cocina, como digo espaciosa, en ella se hacía prácticamente la vida. No solo se cocinaba, se escuchaba la radio, se escribía o leía, se contaban cuentos, se jugaba a las cartas o al parchís, se comentaban las incidencias del día, se planificaba el trabajo para el siguiente, y se celebraban las tertulias familiares en torno al fuego.
En esta dependencia existía un vasar (mueble de madera) que en su parte inferior, la madera tenía unos huecos en los que se ponían 3 ó 4 cántaros de barro con el agua potable, se llamaba cantero. En la superior había varias repisas o estantes abiertos adornados con telas con puntillas hechas a ganchillo, y otros cerrados con puertas con celosía, cerraduras y tiradores, donde separadamente se guardaban platos –de cerámica y porcelana-, fuentes metálicas y de cerámica, vasos, jarros de hoja de lata, vinajeras, botellas, azúcar, café, especias, el almirez metálico y dorado, el mortero de madera, el quinqué de petróleo en la parte superior, el molinillo de café con manivela manual, un vaso con aceite y una lamparilla en prevención de fallo eléctrico y unas velas con igual cometido, un porrón para beber vino, el pan y alguna otra cosa más. Colgado de una punta, estaba el fardel con el que se iba a comprar el pan y junto a él el mandil oscuro de la dueña de la casa. Tampoco faltaba el botijo que tanto refrescaba el agua en verano.
La mesa era rectangular y grande, estaba pegada a una de las paredes y a la hora de la comida se ponía en el centro de la estancia. Tenía un gran cajón, con separadores en su interior, en el que se guardaban cubiertos, cuchillos, navajas, servilletas y hasta la baraja para jugar al cinquillo o la brisca.
Junto a una de las paredes, una gran pila o fregadero revestido de piedra de pizarra negra, donde en un barreño metálico se fregaba la vajilla y se ponía a escurrir sobre el escurreplatos colgado de la pared encima ella. La pila tenía un orificio por el que vertían las aguas sucias a un cubo de zinc situado debajo de ella; debajo también estaba, en una caja de madera, el jabón casero hecho con sosa y grasas, el estropajo de esparto, el asperón de arenisca fina y un cepillo de madera para fregar los suelos. También, en este espacio, sobre el fregadero o colgado en otro rincón estaba la espetera de madera, hecha con listones de ese material con gachos de los que colgaban diferentes cacharos y sus tapaderas, de todos los tamaños y usos que puedas imaginar: sartén para hacer migas, para la tortilla y otras más; pucheros de barro y metálicos enlozados en marrón, cazos de largo mango, la herrada limpia y brillante que servía para recoger la leche en el momento del ordeño. Tampoco faltaba algún candil de aceite que suplía a la inestable y escasa luz eléctrica que nos llegaba desde la fábrica del río que tanto fallaba.
Había sillas bajas, medianas y altas, algún tajo de tres patas, incluso el escaño corrido y con respaldo, donde varios podíamos estar sentados a la vez; todas eran de madera con el asiento de juncos y un cojín de distintos colores hecho de lana por la señora de casa a “punto” y relleno de blanca y fina lana de oveja.
Sobre la pared algún calendario de grandes números y con indicación del santo del días; asimismo, sobre una estantería adherida a la pared por unos clavos y sustentada por debajo y en su parte central por una palomilla, se encontraba el aparato de radio, con su antena en forma de red con dos palos cruzados formando un rombo, que permitía escuchar el parte o la retrasmisión de las corridas de toros. El suelo era de azulejo en tonos ocres y blanco, adornados con figuras geométricas.
El techo era un entramado de tablas y vigas de madera machihembrada. Sobre las vigas de carga, había clavos y puntas clavadas con gacho en los extremos; de los cuales, cuando se hacía la matanza, colgaban los varales con el embutido presto para su secado y curación. Los cordones trenzados blancos, por donde la electricidad pasaba, hacía tiempo habían perdido su color original, eran tan simples y sin una protección adecuada suponían un riesgo de incendio; minorado por la poca potencia e intensidad de la corriente y los escasos aparatos eléctricos en la casa: Una bombilla en cada dependencia y el receptor de noticias de la cocina.
La ventilación y luminosidad estaba garantizaba por la ventana y puerta que daba al balcón o solana, con balaustrada de hierro forjado o madera labrada y pintada de verde u otro color, que servía para tender la ropa lavada en casa, como para tener tiestos con geranios y otras plantas; también era aprovechada, durante el otoño, para secar los higos cosidos en sartales o extendidos en el suelo, los pimientos y guindillas en idéntica forma a los anteriores, o las alubias dentro de sus vainas sobre una vieja manta de tiras en el suelo. Hasta este balcón solía llegar el emparrado que estaba plantado en la fachada junto a la puerta de entrada, que protegía del caluroso sol del verano y tan jugosas y dulces uvas proporcionaba.
No lejos de la cocina, se encontraba la despensa en la cual había diversos muebles: vasar, arca y estanterías. Era amplia y en ella se guardaban curados los chorizos, morcillas, salchichones, lomos, no faltando el jamón ya empezado colgado del techo. Una gran olla barro contenía en su interior, envuelto en aceite o manteca, diversos embutidos. El queso de cabra en un plato blanco sobre el vasar, las patatas para el gasto diario en una cesta de mimbre, ristras de ajos colgados, el arca con el pan que se amasaba en casa y duraba días, pimientos, aceite, vino, garbanzos, alubias, azúcar, harina, etc. El tocino, la barbada, pies y orejas saldas, costillas y panceta adobadas colgaban de los varales o directamente del techo pendían de una cuerda. También había miel y dulces que tan generosamente se hacían en las casas, etc., etc. Igualmente, en esta dependencia aparecían, como en una exposición, sartenes de todo tipos (alguna con patas), cacerolas, potes, perolas, pucheros, cazuelas, y jarros de todos los tamaños y para los más diferentes usos, en barro y metálicos. No faltaba la bota de vino, ni una romana para pesos menores; las alforjas, el morral de piel de vaca para llevar la merienda cuando se iba a campo y alguna cesta para igual cometido. ¡Parecía un bazar! También albergaba una gran tinaja que contenía agua potable y para cualquier uso, siendo preciso para llenarla hacer dos o tres viajes a la fuente con las aguaderas y la jaca, se cerraba con una tapadera de madera. Y también un largo palo acabado en horquilla que servía para descolgar las longanizas y otros embutidos de los varales.
Desde esta planta, mediante una escalera de madera se llegaba hasta el sobrado o desván que se situaba bajo el tejado, como parte aprovechable, se ocupaba la de más altura debajo del caballete. En esta dependencia, estaba el horno casero en el que se cocía el pan y los dulces. También era un lugar en el que se almacenaba grano y harina, frutos como las castañas y un montón herramientas y otros útiles caídos en desuso o se utilizaban muy de tarde en tarde: cuna, máquina para hacer chorizos, artesa para amasar la harina para pan y dulces, tablas para hacer posibles reparaciones, herramientas para trabajar la madera, desde martillo, azuela, cepillo o serrucho, brochas para encalar las paredes, etc. Este espacio, a su vez, era un efectivo aislante de los rigores climatológicos para la casa