LUENGOS AÑOS DE AÑORANZAS (6ª)
Ya, cuando regresamos y repetimos nuestra visita al pueblo, contamos con la falta de aquel pasado repleto de corrientes acontecimientos rústicos. Tener la suerte de hallar ganado entrando y saliendo de las casillas o abrevando en los pilones es harto difícil aunque no imposible. Y las calles tampoco brindan mucho más para que nos saque de la rutina actual, de ese vacío nostálgico por aquellos polluelos con sus gallinas o los amaneceres en los que nos despertaba el sonido de unos cascos al pasar temprano el animal taconeando las gravosas piedras de nuestras olvidadas calles. Ni los mugidos de nuestras vacas esperando en las casillas con las ubres hinchadas. No huele a piel nuestro pueblo ahora, se han apagado aromas que el registro de nuestro impulso por volver a ellos reclama. Está la gente desaparecida de las memorias recordadas. Hay quizás un renovado motivo para volver a sus fuentes clamorosas o buscar el aliciente incomprendido por el que tanto nuestro pueblo nos llama.
Ya, cuando regresamos y repetimos nuestra visita al pueblo, contamos con la falta de aquel pasado repleto de corrientes acontecimientos rústicos. Tener la suerte de hallar ganado entrando y saliendo de las casillas o abrevando en los pilones es harto difícil aunque no imposible. Y las calles tampoco brindan mucho más para que nos saque de la rutina actual, de ese vacío nostálgico por aquellos polluelos con sus gallinas o los amaneceres en los que nos despertaba el sonido de unos cascos al pasar temprano el animal taconeando las gravosas piedras de nuestras olvidadas calles. Ni los mugidos de nuestras vacas esperando en las casillas con las ubres hinchadas. No huele a piel nuestro pueblo ahora, se han apagado aromas que el registro de nuestro impulso por volver a ellos reclama. Está la gente desaparecida de las memorias recordadas. Hay quizás un renovado motivo para volver a sus fuentes clamorosas o buscar el aliciente incomprendido por el que tanto nuestro pueblo nos llama.