Con cierta frecuencia oímos expresiones como la del encabezamiento. La misma, suele escucharse, entre algunos de quienes por circunstancias tuvieron que abandonar la tierra en que nacieron y se establecieron en otra donde encontraron el sustento y el bienestar, llegando a considerarse como uno más de los nacidos o “de toda la vida” del lugar de adopción.
La frasecita en cuestión conlleva en si misma una carga de sentimientos, en ocasiones encontrados. En unas, de desden hacía el lugar de procedencia; en otras, es un sentimiento de sincero agradecimiento al lugar de acogida que le permitió tener una oportunidad que no encontraba en su tierra de origen.
Generalmente quienes un día salieron en busca de nuevos horizontes, aunque lo fuera huyendo de la miseria, llevan en su fuero interno el sentimiento de pertenecer a un lugar al que desean retornar, aunque solamente sea una vez en la vida.
La mayoría, conservamos y cultivamos esos recuerdos evocadores de nuestra niñez en nuestro pueblo, con nuestros seres más queridos, con amigos de infancia, nuestra primera escuela, la iglesia, los juegos en la calle, las historias escuchadas alrededor del fuego, los trabajos diarios, nuestra casa. Tarde o temprano, acabamos regresando.
Hoy tenemos la facilidad de las comunicaciones que nos permiten desplazarnos cómoda y rápidamente desde los lugares más lejanos y, de alguna forma, mitigar la morriña que nos causa la lejanía. Satisfacemos nuestro deseo de conocer, estar al tanto de lo que ocurre, de cómo le van las cosas a nuestros allegados y conocidos; teniendo además la posibilidad de compartir presencialmente fiestas y eventos diversos que se celebran; las nuevas tecnologías de la comunicación y de las información (TICs), nos permiten estar al día de cuanto acontece en el lugar de origen, aún encontrándonos en las antípodas terrestre.
Salvando la distancia entre el buey y el ser humano, la racionalidad, los sentimientos…; en ocasiones, las menos, nos expresamos y comportamos como si no fuéramos racionales. Carentes de sentimientos humanos despreciamos nuestros orígenes, lo ocultamos a los demás y sentimos vergüenza de la tierra en la que nacimos o procedemos.
No me refiero a quienes perseguidos deben ocultarse por correr peligro su integridad. Mi mente me lleva a aquellos que anteponen otros intereses por encima de la dignidad humana; a quienes por alcanzar el “favor y reconocimiento” de los naturales del lugar, ocultan su procedencia y, en su comportamiento, como se suele decir: “son más papistas que el propio Papa”.
Admiro a la gente que conserva su dignidad, que no es fácil en este mundo. Pero mucha más admiración siento por aquellas sociedades en las que realmente se respeta esa dignidad y no queda en un pronunciamiento meramente formal. Me satisface existan lugares en los que, a quienes llegan, se les da la oportunidad real de alcanzar, honradamente y sin pérdida de sus derechos como ser humano, las más altas metas a las que cualquier persona puede aspirar con su esfuerzo.
En este sentido, los franceses y Francia, en fechas pasadas fueron un ejemplo con dos personas de origen español: Anna Hidalgo, elegida alcaldesa de París, y Manuel Carlos Valls Galfetti designado Primer Ministro por el Presidente de La República.
¡Merci París. Merci La France!
La frasecita en cuestión conlleva en si misma una carga de sentimientos, en ocasiones encontrados. En unas, de desden hacía el lugar de procedencia; en otras, es un sentimiento de sincero agradecimiento al lugar de acogida que le permitió tener una oportunidad que no encontraba en su tierra de origen.
Generalmente quienes un día salieron en busca de nuevos horizontes, aunque lo fuera huyendo de la miseria, llevan en su fuero interno el sentimiento de pertenecer a un lugar al que desean retornar, aunque solamente sea una vez en la vida.
La mayoría, conservamos y cultivamos esos recuerdos evocadores de nuestra niñez en nuestro pueblo, con nuestros seres más queridos, con amigos de infancia, nuestra primera escuela, la iglesia, los juegos en la calle, las historias escuchadas alrededor del fuego, los trabajos diarios, nuestra casa. Tarde o temprano, acabamos regresando.
Hoy tenemos la facilidad de las comunicaciones que nos permiten desplazarnos cómoda y rápidamente desde los lugares más lejanos y, de alguna forma, mitigar la morriña que nos causa la lejanía. Satisfacemos nuestro deseo de conocer, estar al tanto de lo que ocurre, de cómo le van las cosas a nuestros allegados y conocidos; teniendo además la posibilidad de compartir presencialmente fiestas y eventos diversos que se celebran; las nuevas tecnologías de la comunicación y de las información (TICs), nos permiten estar al día de cuanto acontece en el lugar de origen, aún encontrándonos en las antípodas terrestre.
Salvando la distancia entre el buey y el ser humano, la racionalidad, los sentimientos…; en ocasiones, las menos, nos expresamos y comportamos como si no fuéramos racionales. Carentes de sentimientos humanos despreciamos nuestros orígenes, lo ocultamos a los demás y sentimos vergüenza de la tierra en la que nacimos o procedemos.
No me refiero a quienes perseguidos deben ocultarse por correr peligro su integridad. Mi mente me lleva a aquellos que anteponen otros intereses por encima de la dignidad humana; a quienes por alcanzar el “favor y reconocimiento” de los naturales del lugar, ocultan su procedencia y, en su comportamiento, como se suele decir: “son más papistas que el propio Papa”.
Admiro a la gente que conserva su dignidad, que no es fácil en este mundo. Pero mucha más admiración siento por aquellas sociedades en las que realmente se respeta esa dignidad y no queda en un pronunciamiento meramente formal. Me satisface existan lugares en los que, a quienes llegan, se les da la oportunidad real de alcanzar, honradamente y sin pérdida de sus derechos como ser humano, las más altas metas a las que cualquier persona puede aspirar con su esfuerzo.
En este sentido, los franceses y Francia, en fechas pasadas fueron un ejemplo con dos personas de origen español: Anna Hidalgo, elegida alcaldesa de París, y Manuel Carlos Valls Galfetti designado Primer Ministro por el Presidente de La República.
¡Merci París. Merci La France!