MI ABUELA MARÍA
Su vida de retorno a España transcurría sosegada. Hizo amistad en Pamplona con otra ancianita que le acompañaba a los rosarios en la parroquia. En casa se bendecía su comida en silencio, un silencio susurrante en el que, sólo ella, se oía aquel agradecimiento a Dios antes de trazarse la cruz desde la frente hacia el pecho y los hombros con cierta parsimonia; nosotros no bendecíamos nunca la mesa. Fue con el tiempo de verle cuando sentí la curiosidad de preguntarle. –Abuela ¿Qué dices cuando bendices la mesa?- Y ella me transmitió la plegaria y la oración que jamás olvido. “Bendice Señor los alimentos que hoy vamos a comer, bendice a quienes lo hicieron y a quienes no lo tendrán. Gracias te damos Señor por el pan que nos mantiene y otórganos el dárselo a quienes no lo tienen”.
En fin, otro día más.
Su vida de retorno a España transcurría sosegada. Hizo amistad en Pamplona con otra ancianita que le acompañaba a los rosarios en la parroquia. En casa se bendecía su comida en silencio, un silencio susurrante en el que, sólo ella, se oía aquel agradecimiento a Dios antes de trazarse la cruz desde la frente hacia el pecho y los hombros con cierta parsimonia; nosotros no bendecíamos nunca la mesa. Fue con el tiempo de verle cuando sentí la curiosidad de preguntarle. –Abuela ¿Qué dices cuando bendices la mesa?- Y ella me transmitió la plegaria y la oración que jamás olvido. “Bendice Señor los alimentos que hoy vamos a comer, bendice a quienes lo hicieron y a quienes no lo tendrán. Gracias te damos Señor por el pan que nos mantiene y otórganos el dárselo a quienes no lo tienen”.
En fin, otro día más.