MI ABUELA MARÍA
Se mostraba siempre seria y reflexiva pero desenfadada. En la hacienda de mi tío Feliciano, allá donde el embalse de Gabriel y Galán; la sorprendí despachando helados a los clientes con una profesionalidad insospechada para la longeva edad que tenía. Nosotros, en aquel entonces, estábamos de huéspedes un par de días. Era el verano de nuestras vacaciones. Yo ayudaba a mi primo Daniel en la carnicería y, algunos ratos, en la barra del bar que se extendía hasta el rincón donde la abuela estaba implicada con los helados. Mis padres, a pesar de que mis tíos insistían en que nos quedáramos algunos días más, nunca cedían; decían que no había que abusar de la cortesía y, así entonces; tras pasar una noche entera con ellos y bañarnos de madrugada en el pantano; hacíamos la última comida bajo unas enormes parras que cubrían la terraza del comedor. Mis tíos, así como mi tía Nieves y los primos; se iban alternando para comer y disfrutar un poco de nuestra compañía mientras los clientes eran servidos por el primo que no libraba. Siempre, desde temprano, en aquella casa se mantenía un continuo trajín. Unas veces una cosa y otras las otras. Otro primo, Feliciano, también llevaba el taxi comarcal y tanteaba alquileres de maquinaria industrial. Yo me cansaba tan solo verlos.
Ya dije que esto era largo de contar. Saludos
Se mostraba siempre seria y reflexiva pero desenfadada. En la hacienda de mi tío Feliciano, allá donde el embalse de Gabriel y Galán; la sorprendí despachando helados a los clientes con una profesionalidad insospechada para la longeva edad que tenía. Nosotros, en aquel entonces, estábamos de huéspedes un par de días. Era el verano de nuestras vacaciones. Yo ayudaba a mi primo Daniel en la carnicería y, algunos ratos, en la barra del bar que se extendía hasta el rincón donde la abuela estaba implicada con los helados. Mis padres, a pesar de que mis tíos insistían en que nos quedáramos algunos días más, nunca cedían; decían que no había que abusar de la cortesía y, así entonces; tras pasar una noche entera con ellos y bañarnos de madrugada en el pantano; hacíamos la última comida bajo unas enormes parras que cubrían la terraza del comedor. Mis tíos, así como mi tía Nieves y los primos; se iban alternando para comer y disfrutar un poco de nuestra compañía mientras los clientes eran servidos por el primo que no libraba. Siempre, desde temprano, en aquella casa se mantenía un continuo trajín. Unas veces una cosa y otras las otras. Otro primo, Feliciano, también llevaba el taxi comarcal y tanteaba alquileres de maquinaria industrial. Yo me cansaba tan solo verlos.
Ya dije que esto era largo de contar. Saludos