LA EMIGRACIÓN
Nuestro amigo Manchega nos procuró una hermosa foto en la que, con la mínima imaginación, nos podemos recrear en aquellos años malos (quizás tan parecidos a los de ahora); cada paisano con su maleta. Aquellas maletas de madera tan nostálgicas y distantes a las que ahora salen y ruedan por toda estación y aeropuerto. No sé yo cuantas mudas podían llevar ahí, ni para cuantos días; pero… No mucha.
Creemos que el que se va no vuelve, al menos hasta que no ha pasado la necesidad que le obligó a ello y dispone de los medios necesarios para retornar a su inolvidable pueblo; siempre está presente el hecho de volver. Pese a que se tiene la certidumbre de que, una vez allá, se pierde el encanto que nos llamó al comprobar que nada sigue como nuestra mente recordaba.
Nuestra gente, nuestras calles; la armonía de una vida entera transformada nos devuelve a la orfandad. Ya hemos pasado a otra era y otro cielo cubre nuestro plateado cabello pero, por suerte, el sol sigue siendo el mismo y el entorno sabe familiar; el aroma a pueblo se ciñe a esas puertas cerradas que abrimos en el pasado y a esas caras que asomaban en nuestras pasadas estaciones.
Hoy empiezo a llenar mi maleta. No voy al pueblo, voy a buscar a sus gentes; a lo que queda de mi pasado en otros puntos del planeta. Rostros de los que me hablaron la sangre materna.
Nuestro amigo Manchega nos procuró una hermosa foto en la que, con la mínima imaginación, nos podemos recrear en aquellos años malos (quizás tan parecidos a los de ahora); cada paisano con su maleta. Aquellas maletas de madera tan nostálgicas y distantes a las que ahora salen y ruedan por toda estación y aeropuerto. No sé yo cuantas mudas podían llevar ahí, ni para cuantos días; pero… No mucha.
Creemos que el que se va no vuelve, al menos hasta que no ha pasado la necesidad que le obligó a ello y dispone de los medios necesarios para retornar a su inolvidable pueblo; siempre está presente el hecho de volver. Pese a que se tiene la certidumbre de que, una vez allá, se pierde el encanto que nos llamó al comprobar que nada sigue como nuestra mente recordaba.
Nuestra gente, nuestras calles; la armonía de una vida entera transformada nos devuelve a la orfandad. Ya hemos pasado a otra era y otro cielo cubre nuestro plateado cabello pero, por suerte, el sol sigue siendo el mismo y el entorno sabe familiar; el aroma a pueblo se ciñe a esas puertas cerradas que abrimos en el pasado y a esas caras que asomaban en nuestras pasadas estaciones.
Hoy empiezo a llenar mi maleta. No voy al pueblo, voy a buscar a sus gentes; a lo que queda de mi pasado en otros puntos del planeta. Rostros de los que me hablaron la sangre materna.