MI LLEGADA A ECEIZA
Eceiza es el aeropuerto argentino de Buenos Aires. Tras doce horas de avión desde Madrid se llega con el cuerpo molido, recorrer catorce mil kilómetros sentado tiene ciertas incomodidades; sobre todo los pies. Se hinchan. Muchos pasajeros se quitan los zapatos y, como me sucedió a mí; luego cuesta ponérselos de nuevo. Pero, en llegando al destino, se anula estos lastres y son imperativos mayores el deseo de hallar a la familia esperando que salgas al encuentro tan anhelado desde hace ya días. Ahí estaban. Llevaban un buen rato viendo salir gente y más gente, desesperados por tanta espera; en nuestro avión volábamos más de trescientas personas, las mismas que se iban colapsando en la aduana incidiendo con otros vuelos que allá llegaban. Un buen rato en fila con pasaporte en mano para, al fin, dejarse abrazar y besar por los primos. Las maletas llegaron con nosotros. Nos preocupaba. Fue recogerlas y sentirnos cómodos.
Ya estamos caminando hacia el vehículo que nos llevará y, entre tanto, me cambia el primo José cien euros por pesos. Yo quería más pero tenían pensado que era bastante. En fin, no lo supe hasta que, contra mi voluntad; no me dejaban pagar nada.
Eceiza es el aeropuerto argentino de Buenos Aires. Tras doce horas de avión desde Madrid se llega con el cuerpo molido, recorrer catorce mil kilómetros sentado tiene ciertas incomodidades; sobre todo los pies. Se hinchan. Muchos pasajeros se quitan los zapatos y, como me sucedió a mí; luego cuesta ponérselos de nuevo. Pero, en llegando al destino, se anula estos lastres y son imperativos mayores el deseo de hallar a la familia esperando que salgas al encuentro tan anhelado desde hace ya días. Ahí estaban. Llevaban un buen rato viendo salir gente y más gente, desesperados por tanta espera; en nuestro avión volábamos más de trescientas personas, las mismas que se iban colapsando en la aduana incidiendo con otros vuelos que allá llegaban. Un buen rato en fila con pasaporte en mano para, al fin, dejarse abrazar y besar por los primos. Las maletas llegaron con nosotros. Nos preocupaba. Fue recogerlas y sentirnos cómodos.
Ya estamos caminando hacia el vehículo que nos llevará y, entre tanto, me cambia el primo José cien euros por pesos. Yo quería más pero tenían pensado que era bastante. En fin, no lo supe hasta que, contra mi voluntad; no me dejaban pagar nada.