Bueno, tampoco es que fuera un paseo muy largo. Después de decenas de años sin por esa zona, tuve el deseo de acercarme y ver si todo estaba como en mi mente recordaba. No reconocí nada. Mis pensamientos me decían una cosa y mis ojos veían otra distinta.
Ya con el tramo de carretera modernizado, me dio la sensación de estar en otro lugar. Faltaba la sombra que los altos robles proyectaban antaño en el asfalto. El almacén de materiales de construcción, más las viviendas que se han construido en la zona, incluida la de la finca que fue del abuelo junto a la carretera, me convencieron de que aquello no era lo por mí conocido. Lo de ahora será progreso; han destruido hermosos y longevos robles y castaños, prados y huertos son otra cosa ¿Cómo se ha podido llegar a esto?, Lo que estaba viendo poco tenía que ver con lo recordado de la infancia.
Los caminos abiertos en la ladera facilitan el tránsito a las diferentes fincas, casi con cualquier vehículo se llega a todos los parajes de por allí. Aquellas intrincadas y serpenteantes callejas y veredas por las que debían transitar nuestros paisanos con las bestias de carga y vacas han desaparecido. Los huertos no existen; ahora son praderas tapizadas por el verde de la primavera; la excepción uno, a la izquierda del camino descendente todavía suave, que aparece preparado para recibir los plantones de hortalizas, con alguna higuera joven y una caseta con tejado de blanca uralita. Las escobas, cantuesos, jaras, brezos, piornos, robles aparece florecidos dando colorido y alegría al paisaje.
Si prescindimos de la modernidad y miramos a lo lejos, el paisaje sigue siendo el mismo. Es eterno. Montañas, valles, pueblos, caseríos, embalse de La Maside están ahí; como los recordaba desde los tiempos en que en compañía del abuelo bajaba hasta el Pajar.
Aunque no pude reconocer las fincas de mi infancia, el paseo fue gratificante y espero poder repetirlo en otra ocasión, eso sí, procuraré ir acompañado de alguien que pueda decirme en cada momento exactamente donde me encuentro.
Ya con el tramo de carretera modernizado, me dio la sensación de estar en otro lugar. Faltaba la sombra que los altos robles proyectaban antaño en el asfalto. El almacén de materiales de construcción, más las viviendas que se han construido en la zona, incluida la de la finca que fue del abuelo junto a la carretera, me convencieron de que aquello no era lo por mí conocido. Lo de ahora será progreso; han destruido hermosos y longevos robles y castaños, prados y huertos son otra cosa ¿Cómo se ha podido llegar a esto?, Lo que estaba viendo poco tenía que ver con lo recordado de la infancia.
Los caminos abiertos en la ladera facilitan el tránsito a las diferentes fincas, casi con cualquier vehículo se llega a todos los parajes de por allí. Aquellas intrincadas y serpenteantes callejas y veredas por las que debían transitar nuestros paisanos con las bestias de carga y vacas han desaparecido. Los huertos no existen; ahora son praderas tapizadas por el verde de la primavera; la excepción uno, a la izquierda del camino descendente todavía suave, que aparece preparado para recibir los plantones de hortalizas, con alguna higuera joven y una caseta con tejado de blanca uralita. Las escobas, cantuesos, jaras, brezos, piornos, robles aparece florecidos dando colorido y alegría al paisaje.
Si prescindimos de la modernidad y miramos a lo lejos, el paisaje sigue siendo el mismo. Es eterno. Montañas, valles, pueblos, caseríos, embalse de La Maside están ahí; como los recordaba desde los tiempos en que en compañía del abuelo bajaba hasta el Pajar.
Aunque no pude reconocer las fincas de mi infancia, el paseo fue gratificante y espero poder repetirlo en otra ocasión, eso sí, procuraré ir acompañado de alguien que pueda decirme en cada momento exactamente donde me encuentro.