Las rejas como protección contra el intrusismo y los amigos de los ajeno; como elemento de disuasión, de resguardo de seguridad personal y material, siempre fueron un elemento necesarios en los diferentes inmuebles que el ser humano construye. Las hay de mucho mérito en cuanto a la labor y trabajo dedicado, a su aspecto estético y artístico, incluso al material utilizado; aunque la mayoría sean sencillas como la de la fotografía.
Las ventanas enrejadas como elemento de defensa pasiva, en numerosas ocasiones no fueron lo suficientemente disuasorias y no cumplieron el fin para el que fueron inventadas; las mayor parte de la veces no por la debilidad del material con el que se fabricaron, ni por la obsolescencia del sistema contra otros inventos capaces de desmontarlas o arrancarlas de la dura piedra donde están clavadas o por el fuego que funde el metal. Los amigos de lo ajeno no suelen quedar intimidados por su presencia, discurren e implementan sistemas que les permite burlar estas medidas de seguridad; buena parte de los hurtos, robos, etc. que se han producido lo fueron por descuido de los moradores o en connivencia con quienes poseían la llave de la puerta principal del lugar.
Los expolios en los lugares religiosos, no siempre lo fueron por ladrones o desaprensivos como medio de ganarse la vida. Las imágenes, pinturas, cruces, objetos usados en la liturgia, pendones, etc. que tanto abundaban en iglesias y ermitas, fueron vendidos en buena parte por necesidad de las parroquias para reparar ermitas e iglesias o para proveer de sustento al titular del curato que debía sacar adelante a “su” familia y no ser suficientes los dineros de la colecta o los aportados por el propio Estado; avivado todo ello por el interés de anticuarios y coleccionistas privados –y en ocasiones no tan privados- hizo que el Patrimonio de que disponían fuera mermando o desapareciendo por completo; incluso, edificios enteros se trasladaron al otro lado del Atlántico.
La disminución o desaparición de las grandes “donaciones” de las poderosas familias de otras épocas; las desamortizaciones, el liberalismo y la libertad de culto, el anticlericalismo, la pérdida de feligreses y colectas; en fin, la desaparición de los modos de vida de nuestros mayores, propició lo anterior. La incultura y la desidia del Estado contribuyeron sobre manera a todo ello.
Hoy, aunque tarde en muchos casos, la gente aprecia lo que nuestros antepasados construyeron y legaron; hay más interés por cuestiones como estas y es más difícil que las parroquias se desprendan de cosas que el pueblo valora y ya no permite, aunque los ávidos por acaparar obras de arte siguen ahí aprovechando el descuido para hacerse con cualquier pieza. Sigamos vigilantes y no confiemos todo a las rejas.
Las ventanas enrejadas como elemento de defensa pasiva, en numerosas ocasiones no fueron lo suficientemente disuasorias y no cumplieron el fin para el que fueron inventadas; las mayor parte de la veces no por la debilidad del material con el que se fabricaron, ni por la obsolescencia del sistema contra otros inventos capaces de desmontarlas o arrancarlas de la dura piedra donde están clavadas o por el fuego que funde el metal. Los amigos de lo ajeno no suelen quedar intimidados por su presencia, discurren e implementan sistemas que les permite burlar estas medidas de seguridad; buena parte de los hurtos, robos, etc. que se han producido lo fueron por descuido de los moradores o en connivencia con quienes poseían la llave de la puerta principal del lugar.
Los expolios en los lugares religiosos, no siempre lo fueron por ladrones o desaprensivos como medio de ganarse la vida. Las imágenes, pinturas, cruces, objetos usados en la liturgia, pendones, etc. que tanto abundaban en iglesias y ermitas, fueron vendidos en buena parte por necesidad de las parroquias para reparar ermitas e iglesias o para proveer de sustento al titular del curato que debía sacar adelante a “su” familia y no ser suficientes los dineros de la colecta o los aportados por el propio Estado; avivado todo ello por el interés de anticuarios y coleccionistas privados –y en ocasiones no tan privados- hizo que el Patrimonio de que disponían fuera mermando o desapareciendo por completo; incluso, edificios enteros se trasladaron al otro lado del Atlántico.
La disminución o desaparición de las grandes “donaciones” de las poderosas familias de otras épocas; las desamortizaciones, el liberalismo y la libertad de culto, el anticlericalismo, la pérdida de feligreses y colectas; en fin, la desaparición de los modos de vida de nuestros mayores, propició lo anterior. La incultura y la desidia del Estado contribuyeron sobre manera a todo ello.
Hoy, aunque tarde en muchos casos, la gente aprecia lo que nuestros antepasados construyeron y legaron; hay más interés por cuestiones como estas y es más difícil que las parroquias se desprendan de cosas que el pueblo valora y ya no permite, aunque los ávidos por acaparar obras de arte siguen ahí aprovechando el descuido para hacerse con cualquier pieza. Sigamos vigilantes y no confiemos todo a las rejas.