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LAGUNILLA: Otro quehacer de esta época invernal que casi ha desaparecido...

Tiempo de matanzas, aunque ya no se hacen tantas como en otras épocas, la facilidad, la variedad de alimentos frescos, la comodidad, la disminución del número de miembros por familia y, por que no decirlo, la vida sedentaria que no nos permite quemar las grasas con sus colesteroles, triglicéridos..., han forzado a que las tradicionales matanzas hayan pasado al recuerdo de los mayores y vayan quedando en el archivo de la historia.
Cuando se hacían en todas las casas, era motivo de trabajo en común, pero también de fiesta en familia, con los vecinos y amigos. Todos colaboraban y echaban la mano. El trabajo estaba estructurado y dividido: los hombres mataban, chamuscaban, abrían en canal y despedazaban al cebón, descarnaban huesos y salaban los jamones; dándole vueltas a la máquina picaban las carnes y ayudaban en el embutido de las mismas. Las mujeres recogían su sangre para elaborar morcillas, lavaban las tripas en las que posteriormente embutirían las carnes de las longanizas, salchichones o lomos; ellas también adobaban las carnes en aquellas artesas de madera, le cogían el punto a la sal y el pimentón para su optima curación y buen sabor para el paladar; embutían en las tripas las carnes: las más estrechas para las longanizas, las más anchas para el salchichón; a medida que embutían, cada poco ataban unos cuerdecitas que segmentaban la tripa contribuyendo a apretar la carne evitando huecos y, con una aguja gorda o una lezna, picaban la tripa para que transpirara el embutido durante su curación; por supuesto, preparaban la comida para toda la parroquia.
No faltaban las perrunillas, bizcochos, aguardiente y vino. Si, el cerdo no presentaba problemas veterinarios, ya se asaba o freía algún cachito; se entonaba alguna canción, se charlaba de mil cosas, se recordaban las matanzas de otros años y se añoraba a los ausentes. Para el final quedaba colgar los varales con chorizos, morcillas, salchichones en el techo de la cocina o en otro lugar apropiado.
Los niños, tiraban del rabo del cochino en el momento del sacrificio, merodeaban junto a la hoguera de helechos y paja que chamuscaba a gorrino, observaban el trabajo de sus mayores y jugaban; también participaban de los dulces y del chocolate de la tarde.
Ahora, pocas matanzas se harán en el pueblo, siempre alguna queda. Si alguien todavía sigue haciéndola sería interesante nos colgara alguna foto del evento.

Otro quehacer de esta época invernal que casi ha desaparecido del ámbito familiar y rural. Pocas, cada vez menos según los datos ofiales se lleva a cabo en la provincia; las tareas propias inherentes a la matanza se van olvidando y los distintos utensilios utizados van quedando arrinconados, o en el mejor de los casos pasan a integrar pequeñas muestras o museos etnográficos. Para no olvidar, algunos pueblos y establecimientos de hostelería organizan un día de la matanza. Dia, no solo para recordar tradiciones, también para celebrar una fiesta que atraiga a la gente de la ciudad y durante unas horas la vida del lugar recobre el pulso y los establecimientos hosteleros y comerciales de la localidad vendan los productos locales.