JUNTANDO LETRAS Y ALGO MÁS (II). (Desde el Caño Viejo)
Iniciar una nueva vida por necesidad como ave migratoria en tierras extrañas, iniciativa llevada a cabo por tantos povedanos, cuando de las mismas desconoces hasta lo más elemental, obviamente comporta dificultades y sorpresas no siempre gratas que contribuyen a aumentar la sensación de soledad una vez llegado a ellas, sensación originada por lo común, del rechazo, en principio lógico, del grupo social al que deseas integrarte en el nuevo destino tras su llegada al mismo. En efecto, una vez realizado el arribo tras un largo viaje, te resulta extraño casi todo, desde la climatología aunque te la hayan pintado mil veces por sólo citar lo más intrascendente, hasta el ambiente social que vas a encontrar, el estilo de vida de sus habitantes, las costumbres y la convivencia de los mismos, el concepto que éstos tienen o pueden tener de las personas procedentes de otras tierras que hasta la de ellos llegan para hacerse un lugar de la única forma en que pueden hacerlo, cual es la de ganarse el sustento de cada día con el producto de su trabajo, amén de otros imprevistos que, precisamente por ello, constribuyen a acumular dificultades que, en definitiva, derivan en esa tristeza sólo superable con la firme voluntad y el coraje de salvar cuantos obstáculos se interpongan en los fines propuestos. El emigrante, para empezar, es consciente de ser un advenedizo en el lugar de destino que compite por alcanzar un puesto de trabajo en la oferta del mercado laboral, cuestión que, a veces, supone restárselo a los naturales de la localidad de destino, los cuales, por obvias razones de tal condición, se consideran con mejor derecho a obtenerlo. El recién llegado a tierras de inmigración no deja de ser un desconocido que, por ello, comporta cierto rechazo en aquéllas, lógico hasta cierto punto, de todos los que lo son, pasando a ser socialmente un ciudadano simplemente "tolerado" en el ambiente social, es decir, no acogido con el calor que desearía y necesita. No obstante y pese a todo, lo fundamental para él sigue siendo la meta de encontrar cuanto antes el ansiado puesto de trabajo, único objetivo por encima de todos los demás. Al conseguirlo, no sólo logra una fuente de ingresos para él y los suyos, sino también y de forma indirecta, para los del lugar que dejó en origen al liberar utro puesto de trabajo donde tanto escaseaban. Pensando en que alguien llegó a considerarlos algo así como ciudadanos de segunda en su propio pueblo, ademnás de una barbaridad, es algo inadmisible en todos los sentidos.
Iniciar una nueva vida por necesidad como ave migratoria en tierras extrañas, iniciativa llevada a cabo por tantos povedanos, cuando de las mismas desconoces hasta lo más elemental, obviamente comporta dificultades y sorpresas no siempre gratas que contribuyen a aumentar la sensación de soledad una vez llegado a ellas, sensación originada por lo común, del rechazo, en principio lógico, del grupo social al que deseas integrarte en el nuevo destino tras su llegada al mismo. En efecto, una vez realizado el arribo tras un largo viaje, te resulta extraño casi todo, desde la climatología aunque te la hayan pintado mil veces por sólo citar lo más intrascendente, hasta el ambiente social que vas a encontrar, el estilo de vida de sus habitantes, las costumbres y la convivencia de los mismos, el concepto que éstos tienen o pueden tener de las personas procedentes de otras tierras que hasta la de ellos llegan para hacerse un lugar de la única forma en que pueden hacerlo, cual es la de ganarse el sustento de cada día con el producto de su trabajo, amén de otros imprevistos que, precisamente por ello, constribuyen a acumular dificultades que, en definitiva, derivan en esa tristeza sólo superable con la firme voluntad y el coraje de salvar cuantos obstáculos se interpongan en los fines propuestos. El emigrante, para empezar, es consciente de ser un advenedizo en el lugar de destino que compite por alcanzar un puesto de trabajo en la oferta del mercado laboral, cuestión que, a veces, supone restárselo a los naturales de la localidad de destino, los cuales, por obvias razones de tal condición, se consideran con mejor derecho a obtenerlo. El recién llegado a tierras de inmigración no deja de ser un desconocido que, por ello, comporta cierto rechazo en aquéllas, lógico hasta cierto punto, de todos los que lo son, pasando a ser socialmente un ciudadano simplemente "tolerado" en el ambiente social, es decir, no acogido con el calor que desearía y necesita. No obstante y pese a todo, lo fundamental para él sigue siendo la meta de encontrar cuanto antes el ansiado puesto de trabajo, único objetivo por encima de todos los demás. Al conseguirlo, no sólo logra una fuente de ingresos para él y los suyos, sino también y de forma indirecta, para los del lugar que dejó en origen al liberar utro puesto de trabajo donde tanto escaseaban. Pensando en que alguien llegó a considerarlos algo así como ciudadanos de segunda en su propio pueblo, ademnás de una barbaridad, es algo inadmisible en todos los sentidos.