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POVEDA DE LAS CINTAS: Y ricuerde cada cual / lo que cada cual sufrió,...

Y ricuerde cada cual / lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo, / hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó; / mañana sera otro día.
José Hernández (El gaucho Martín Fierro)

Aunque se nos fue el santo al cielo en la charla, y terminamos hablando de la pedrea que asoló los campos povedanos un 22 de Junio de 1950, por suerte sin desgracias que lamentar más alla de la destrucción total de la cosecha de aquel año y algún que otro doloroso chichón, me contaba Feliciano Ferrándiz, miembro de una entrañable y querida familia povedana conocidos por los "Cachucha", que a la edad de 7 años se inició en las labores del barro.
Situado en la calle del Tejar, en el mismo lugar donde después construyera su casa Ciriaco Martín para vivir la vida él y los suyos, tenia la familia "Cachucha" uno de los tres tejares que existieron en el pueblo en aquellos tiempos, que bien pudieron ser los años 30 o 40 cuando la población en Poveda rondaba las 600 almas, y boyeros, muleros, "pigorros", segadores, castañeros, albarderos, mieleros o pimenteros pululaban las calles povedanas. Como en todas las labores que se desarrollaban en nuestro entorno, nunca venía mal una mano para ayudar, aunque fuera la de un crio de 7 años, máxime cuando una tormenta imprevista obligaba a recoger las tejas tendidas secando al sol en las eras, y chicos y grandes corrían para poner al resguardo de la lluvia el producto del trabajo de varios días. Y así, llevaron al tejar a Feliciano para que se iniciara en el trabajoso oficio de tejero.
Desde la recogida del barro, algunos solían recogerlo de un año para el próximo, hasta su cocción y distribución al cliente en forma de tejas o ladrillos, son muchas las tareas que requiere su elaboración, comenzando por el transporte del mismo hasta el tejar en carretas de mulos o bueyes, donde se remojaba unas horas antes de empezar a amasarlo con los pies y desmenuzar los terrones mas grandes con una azada, labor a la que fue en un principio destinado nuestro amigo Feliciano. Su poco peso y sus pies de niño no resultaron muy efectivos para este quehacer, por lo que le destinaron a cortar la teja.
La transformación del barro en tejas requiere pericia y fuerza física para cortar la teja y manejar la moldura a la que llamaban galápago, fuerza con la que Feliciano entonces no contaba, y tampoco en esta tarea obtuvo brillantes resultados.
Pasó a trabajar el ladrillo, de elaboración más simple, consistente en rellenar un molde previamente humedecido y espolvoreado con arena cernida o ceniza, amasar el barro con las manos, emparejar y alisar la parte superior y desmoldar el contenido.
Alternando esta ocupación con viajes a el río para acarrear leña, sacar agua del pozo o enrojar el horno, pasó Feliciano algunos veranos, hasta que ya algo mayor regresó a la teja, donde logró según sus propias palabras, a base de entrenamiento y constancia, ser el cortador de teja mas diestro de la comarca.
Ya no queda de los tejares nada más que el recuerdo, algún viejo tejado o paredes derrumbadas, pero a veces siento en el aire el olor del humo del horno, o creo ver en algún ladrillo la huella del pie de niño chico de mi amigo Feliciano.
Me despido ya dedicando a Feliciano las mismas palabras que dedicó hace muchos años la Sra. Pascasia a su padre, el Sr. Feliciano, otro grande del pueblo que gustaba decir: "ave que pasa por mi tejado, pluma que deja ". Y quizá porque el dicho fuese cierto, un día ya lejano, le dijo la Sra. Pascasia:"FELICIANO, FELICIANO, EL BUEN CUCHILLO HASTA EL MANGO CORTA"

Saludos povedanos: Adrián