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POVEDA DE LAS CINTAS: EL CASTILLO DE NUESTRA SEÑORA - II (El Santo Varón)...

EL CASTILLO DE NUESTRA SEÑORA - II (El Santo Varón)

A corta distancia del Castillo de Nuestra Señora, y en la misma calle donde mucho tiempo después transcurrirían los juegos de mi infancia, habitaban vecinos de puerta a puerta un chalan y un zapatero. Y al que fuese capaz de contar todas las porfías entre ambos, lo tendría yo por buen cuentista.
Su falta de entendimiento, a pesar de que también podría deberse a otras causas, les llevó a pasar sus vidas desde el alba hasta bien entrada la noche, cuando por fin un manto de silencio caía sobre el pueblo, enzarzados cada día en amargas y sonoras controversias.
De luenga barba y menuda figura, pero con la seguridad y fuerza que confiere el saberse en manos del Salvador, tenia su morada justo frente a las casas del chalan y zapatero, un Santo Varón, que parecía menguar conforme aumentaba la sonoridad de los gritos de sus vecinos. Amante de la lectura, del asado y sobre todo del vino, dedicó su vida el virtuoso anciano a la plegaria, y solo los acontecimientos que me dispongo a contar nos robó a los povedanos y a él mismo la gloria de ver su nombre en los altares.
Fueron sastre y zapatero eternos enemigos embarcados siempre en continuas discordias, insultos y, voces, que perturbaban la vida y la razón del Santo Varón, quien tomó por diaria costumbre elevar a las alturas en sus plegarias, el ruego expreso de que cesara el tormento que con sus gritos le ocasionaban chalan y zapatero. Pero, más que disminuir por mediación del Creador, aumentaba cada día en magnitud y potencia.
Acompañaba el Santo Varón con rezos, que con frecuencia se prolongaban durante todo el día, la obsesiva contemplación de una cajita de madera pintada de azul de Prusia, con dos compartimentos, y en el uno un Agnus de cera con la imagen impresa del Cordero, y en el otro un recorte de paño pardo apolillado con unas manchas a manera de sangre perteneciente a la túnica de Sant Gilberstro, del que, a escasa cuarto de legua del lugar, junto a una fuente de agua cristalina perteneciente a el castillo, como todo lo demás, existía en el lugar una ermita que estuvo bajo la advocación de este Santo tan venerado por el bienaventurado anciano.
Inútiles fueron sus ruegos a ambos litigantes, y poco a poco hallaba el Santo Varón más amparo en el vino y menos en sus propias oraciones, aunque nadie jamas puso en duda su santidad.
El gran número de noticias y referencias sobre su Obra, anteriores a estos sucesos, nos confirman esta Santidad, y nos ofrecen otros tantos motivos para gozarse santamente el privilegio de pertenecer a este territorio, que ha sido desde entonces teatro de sucesos tan memorables; y para engrandecer en lo posible la bondad del glorioso Santo Varón, por la ventajosa prosperidad que con generosa mano derramó en los siglos pasados sobre toda la región que hoy abarca la denominada Mancomunidad de Cantalapiedra y Las Villas.

Continuará