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POVEDA DE LAS CINTAS: Tan florida como abigarrada literatura en competencia...

EL CASTILLO DE NUESTRA SEÑORA (La leyenda)

Cuenta una leyenda, a fe mía verdadera, que existió en la antigüedad un castillo en Poveda.
Ubicado en el mismo solar que hoy ocupa la iglesia, fue el Castillo de Nuestra Señora suntuosa morada de un rico y noble castellano, tan amado por su distinguido porte y valor en la batalla, como odiado y temido por su desmedida ambición y sus abusos con la espada. Pero si algo creaba repulsión y disgusto hacia su persona, lo era una muy particular interpretación de la "ius primae noctis", o, y por decirlo en cristiano: el derecho de pernada, que así lo llamaban otrora en otras tierras, y del cual supieron en el Castillo de su existencia en remotos reinos cuando llegaron al burgo cantares de trovador con ejemplos de estos usos, en los que encontró el castellano fiel aliado. Hacedor el castellano de su propio derecho, lo modificaba o lo pisoteaba cada día a conveniencia propia, haciendo de esta ley o derecho, ultraje tal al corazón de sus vasallos, que nunca se viera antes ni en la esclavitud de lo antiguo. Conocedor el castellano de la miseria humana, sabía con sus palabras encender pasiones con la misma intensidad en el amor que en la guerra, y con el mismo acierto vencía la voluntad en nobles que plebeyos. Pero en lo que a este humilde servidor respecta, tengo bien claro con quién nos las habemos; Nos las habemos con un déspota cruel y despiadado.
Cuenta esa misma leyenda, cuyos orígenes perdimos en el poblado hace ya mucho tiempo, que en identico lugar, donde majestuosamente se eleva hoy a el cielo la impresionante espadaña, construyeron los povedanos un colosal torreón de grandes piedras de rojiza arenisca, arrastradas con cabestros desde una cercana cantera de donde extraían y daban forma a las que en el lugar conocimos y nombramos por piedras de morillo. Coronado el torreón por regulares y formidables almenas hacía las veces de atalaya en tiempos de guerra, desde donde el avisador anunciaba la llegada del enemigo, y con la paz, de privilegiado mirador desde donde el castellano gustaba contemplar con placer sus amplios dominios que se extendían más allá incluso de donde la vista alcanza.
Tras una suave pendiente que partía de la calle principal del pueblo, hoy llamada Calle Real, se accedía a el castillo a través de un amplio y florido patio cuyo centro presidia una frondosa y centenaria acacia, a la que llamaban entonces el Árbol de las Armas por dar sombra y cobijo a los artes de la guerra que allí depositaban hidalgos y caballeros desde que el castellano prohibiera el acceso a el castillo de gente armada. Incluso, mucho tiempo después terminadas ya las guerras contra el infiel, siguió vigente esta norma de obligado cumplimiento, y allí dejaron los visitantes para ingresar en el castillo cuantas armas consigo portaban. Siempre bajo la atenta mirada de Philip; guardián perpetuo del Castillo de Nuestra Señora.

Continuará

Tan florida como abigarrada literatura en competencia con el más puro estilo churrigueresco aplicable al lenguaje, me ha dejado anonadado por cuanto jamás hubiera podido yo soñar que en mi pueblo se hubieran dado hechos y fazañas tan notables y pretenciosas con señor feudal incluído. Y no digamos ya lo de "ius primae noctis", es decir, "el derecho a la primera noche", vulgo, derecho de pernada. Enhorabuena, Soso. Un admirador.