POVEDA DE LAS CINTAS: He de decirte Ovejita Lucera amiga: que yo, ni en fantasmas...

gracias por tu preocupacion amigo soso pero de momento no me ha comido ningun lobo y espero que nunca lo haga, yo no te conozco mucho y no se como piensas y por eso me llamo la atencion tu comentario, me alegra saber que no piensas asi y espero que un dia me cuentes la historia de la mujer que cada noche se convertia en cabra, no la conozco, un saludo

He de decirte Ovejita Lucera amiga: que yo, ni en fantasmas ni brujas creo, y sin embargo...
No hace mucho tiempo y para pasar el rato, mirando unas fotografías del satélite en Google Maps sobre nuestro pueblo, descubrí, casi por casualidad, algo que me llamó poderosamente la atención, haciendome recordar una vieja historia contada en el pueblo hace ya mucho tiempo. Soñada quizá.
Lo que atrajo mi atención en esas fotografías no es otra cosa que una sombra, o mancha, que se aprecia en el principio o el fin de nuestra Calle Real; entre la carretera y la terraza del bar Edi, en la que creo ver el rostro de una mujer envuelta en llamas, gritando y mirando hacia lo alto de la calle. Hacia la plaza mayor del pueblo.
Hace ya mucho tiempo, en ese mismo lugar, hicieron los povedanos una gran hoguera, y en ese mismo sitio y la misma hoguera, dijeron que murió quemada una cabra. Otros, aseguran que fue una mujer la que murió abrasada presa de las llamas la madrugada de un domingo de los primeros días del mes de octubre.
Ya fuese mujer, cabra, o lo que quiera que fuese lo que ardió en aquella hoguera, nunca pudieron los povedanos a pesar de sus esfuerzos, borrar completamente la marca dejada en el suelo por el fuego, ni olvidarse por completo y para siempre de aquella noche infame.
Es cierto que, echaron cemento en la calle, y después asfalto, que ha pasado ya mucho tiempo, y llovido mucho desde que ocurriera esta historia, pero..., sospecho que la mancha original se filtra a la superficie como la humedad se filtra en las paredes, dejando al descubierto en estas fotografías un capítulo oscuro de la historia de nuestro pueblo.
Todo lo referido anteriormente, y el tufillo cabruno que se aprecia al atravesar esa zona donde aparece la mancha, me hacen dudar sobre mi postura, y pensar que quizá, realmente existió una mujer que cada noche se convertía en cabra en Poveda de las Cintas.
Tengo ya gana de que llegue el mes de octubre y comprobar "in situ", (perdón por el latinajo) el alcance de esta historia y la conexión entre la mancha y el resumen que, a mi modo, aquí te cuento de lo que he logrado acordarme:

TRAS EL FIN DE LA MEMORIA.

Muy pocos ya de nuestros mayores recuerdan todavía los miedos de su infancia a que dio lugar los singulares hechos que acaecieron en el pueblo de Poveda de las Cintas; mucho antes incluso, de aquella guerra nuestra que enfrentó a las dos Españas y los dejara a todos ellos durante muchos años huérfanos de libertad y justicia.
Aseguran, los pocos que aún pueden acordarse de aquella anciana, que vivió al revés la vida, recordaba el futuro y en vez de acercarse a la vejez con el paso de los años conforme la naturaleza impone, la vieron ser más joven cada día hasta morir de niña chica, en la misma casa sin chimenea ni ventanas donde habitó desde siempre, sin otra compañía que un gato negro malcarado y sucio.
Cuentan, que la vieron cada día de su insólita vida encaminarse desde su hogar en la plaza, en una rinconada que formaba entonces la que es hoy casa de Laura y el ayuntamiento, camino del Caño Viejo para abastecerse de agua, seguida siempre del viejo gato y un cántaro en equilibrio sobre su cabeza.
Bastaba su presencia en las cercanías cuando a buen paso recorría la escasa distancia entre el pueblo y el viejo caño, para que en las eras, bulliciosas siempre por las voces de gañanes y trilliques, reinara el más absoluto silencio y se manifestaran fenómenos que nadie ha podido explicar: enmudecían las bestias para pararse a escuchar, como anunciando algún desastre; los trillos se movían solos empujados por una fuerza invisible; colgadas de las casetas de paja bailaban las cribas a un mismo ritmo todas, mientras que garios, horcas y otros utensilios con los que los labradores hacinaban las mieses, levantaban la paja o revolvían la parva, orientaban sus afiladas puntas en dirección a el camino que transitaba aquella mujer.
Fue por aquellos tiempos según me contaron, que una cabra sin dueño completamente negra y ojos amenazantes, llegada la noche salía por el pueblo balando lastimeramente y que igual podían verla en un mismo instante, saltando de carro en carro, encaramada en el campanario, o en alguna de las muchas bodegas que existieron en Poveda entonces.
Aseguran, que saltando de tejado en tejado asustó durante mucho tiempo lo mismo a chicos que grandes con sus balidos malignos. Hasta que, el lucero del alba anunciaba un nuevo día y la cabra desaparecía de la vista de todos saltando las tapias del cementerio.
Así pasó mucho tiempo, hasta que el pueblo asustado, cansado de tantas noches de vigilias y sobresaltos, decidieron poner fin a aquel martirio dando caza a la cabra y librarse para siempre de aquella pesadilla de cada noche.
Coordinados y dirigidos por el entonces alcalde, hombre de gran talento y férreo sentido del deber, pasaron los povedanos el día tapando chimeneas, despejando calles, reforzando puertas y disponiendo una hoguera que impediría aquella misma noche el paso de la cabra camino del cementerio.
En la entrada del pueblo, y en el mismo lugar donde Ángel Hierro construyó después su casa de vivir existió entonces un corralón, de donde cuadrillas de valerosos povedanos tomaron todo cuanto encontraron combustible para alimentar la hoguera. Aparejos de caballerías en desuso: albardas, colleras, sillas de montar, yugos, arados o carros fueron a parar a el fuego que se extendía a lo largo de toda la calle, en el mismo lugar donde aparece la mancha oscura en Google Maps de una mujer gritando envuelta en llamas y mirando a la plaza.
Llegada la noche, y tras encomendarse a Nuestra Señora del Rosario en un pequeño acto religioso en la plaza de la localidad a la que asistió la totalidad de los vecinos salvo aquella mujer, cuadrillas de hombres armados de palos, hoces o cuerdas, tomaron las calles povedanas persiguiendo a el bruto animal, sin que en ningún caso lograran atraparla.
Amanecía ya, cuando sin que nadie supiera por donde llegó, vieron a la cabra frente a la hoguera tomando impulso para saltarla en su retirada hacia el cementerio. Dijeron los que allí estaban, que a pesar del gran salto de la bestia sobre la fogata, no pudo pasar el fuego precipitandose en las llamas donde se consumió casi al instante, desprendiendo un fétido olor y una nube de humo negro que tornó noche cerrada el amanecer de aquel día. Algunos de los presentes, aseguró después, que vieron surgir de las llamas una sombra que precipitadamente se alejaba calle arriba camino de la plaza.
Inútiles fueron los esfuerzos de los voluntarios que durante días suspendieron sus tareas en el campo y aunaron su vigor tratando de limpiar la calle y purificar el aire de aquel nauseabundo olor. Quemaron tomillo en aquel lugar y rociaron la calle con agua bendita, en su intento frustrado de devolver al lugar, a el margen de lo ocurrido, un aspecto similar a el anterior a aquella noche.
Desde entonces, y durante muchos años después, celebraron los povedanos su victoria de aquella noche encendiendo una hoguera en el medio de la plaza, a la que a el modo de entonces alimentaban el fuego arrojando en la lumbre arreos de caballerías obsoletos, y jóvenes, o no tanto, emulando los dinámicos saltos de la cabra, saltaban sobre la hoguera que ardía, justo frente a la puerta de aquella vieja casa sin chimenea ni ventanas donde vivió su vida la inquietante mujer de nuestra historia.
Por suerte, que yo sepa, ninguno de aquellos intrépidos saltarines corrió la misma suerte de la cabra.
Aún, resuena en mis oídos el estrépito del vocerío de la muchachada povedana alrededor de la hoguera a la que llamaban luminaria cantando canciones irreverentes claramente alusivas a la bestia: La cabra, la cabra, la put. de la cabra la madre que la pari., yo también tenia una cabra y la put. se murió, cantaban entonces entre risas los infantes povedanos.
Sonaban en el reloj de la plaza las doce del mediodía y, en el campanario de la iglesia de Nuestra Señora del Castillo daban las todas convocando a los vecinos aquel día después de la triste noche, a la celebración del sacrificio de Cristo ofreciendo su cuerpo y sangre bajo las especies del pan y el vino, cuando alertados por unos lamentos inhumanos procedentes de la casa sin chimenea ni ventanas, algunos de los vecinos del pueblos que por la plaza pasaban, hallaron a una joven (casi una niña), tendida en el suelo y con el cuerpo cubierto de terribles quemaduras que expiraba en aquel momento, exhalando por su boca el mismo humo infecto que desprendiera la hoguera de la noche anterior en donde ardiese la cabra.
Fue así, que los povedanos supieron que aquella cabra que tantos miedos y recelos les causara, no era otra que aquella mujer que murió de niña chica, aquella mañana de domingo, que convertida en cabra atormento durante tanto tiempo a los povedanos.
El viejo gato, compañero fiel de la anciana, nadie pudo verlo entonces en el interior de la casa, pero, aseguran que rondó durante muchos años cada noche las calles del pueblo buscando a su dueña, y que aquel que para su mal se cruzara en su camino, abandonaría el pueblo, no pudiendo regresar a él ningún otro día que no sea el primer domingo del mes de octubre.
Quizá, Ovejita Lucera, te sorprendas ante estos hechos, muchos sin lógica ni explicación aparente ocurridos en nuestro pueblo: pero hay muchas cosas ocultas que no vemos en el vivir de cada día, y sin duda, mucho más te sorprenderá si algún día cuento en este foro la historia de los conejos voladores que crió mi abuela Luisa en una bodega, y cada mañana los encontraron encaramados en las cuerdas de tender la ropa, alineados como si fueran golondrinas. Pero no te canso más.

Un beso y que pases buen finde.