Hola a todos.
A mi del tema de los apodos me interesan de donde venían los antiuos, los de ahora me dan igual porque no conozco a la mayoría de la gente. Ahora los apodos se los ponen entre chavales y son undividuales, los de antes eran casi generacionales, conocías a las familias por el apodo.
Por ejemplo el mozo del que hablais es el hijo de perragorda o perrachica, no lo recuerdo muy bien.
Vaya apodo, de donde viene y porqué se lo pusieron, eso e lo que me gustaría saber. También hay algunos que son ofensivos no se si el de tu familia Gardel es el caso, recuerdo que eran los Mingos, otro que tal baila, a que se refieren con él.
Saludos y que paseis buen domingo.
A mi del tema de los apodos me interesan de donde venían los antiuos, los de ahora me dan igual porque no conozco a la mayoría de la gente. Ahora los apodos se los ponen entre chavales y son undividuales, los de antes eran casi generacionales, conocías a las familias por el apodo.
Por ejemplo el mozo del que hablais es el hijo de perragorda o perrachica, no lo recuerdo muy bien.
Vaya apodo, de donde viene y porqué se lo pusieron, eso e lo que me gustaría saber. También hay algunos que son ofensivos no se si el de tu familia Gardel es el caso, recuerdo que eran los Mingos, otro que tal baila, a que se refieren con él.
Saludos y que paseis buen domingo.
El señor "Mocolindo"
Eran en Poveda aquellos otros tiempos, de otro estilo y otra formar de vivir. Del mismo modo que cualquier adulto tenia el derecho a darte un par de guantazos por haber hecho alguna trastada, y no fueras diciendolo en casa, que en el mejor de los casos te decían: algo habrás hecho, tenía la obligación de darte un cacho de pan de merienda si en los juegos de niño te sorprendía la hora de la merienda lejos de casa, o secarte a la lumbre si jugando en los charcos te mojabas los pantalones. Desconozco si pasaría así a cada niño de entonces y se daría este trato a la generalidad, pero yo así lo viví.
Por ésta y otras razones entre de niño chico en cada casa del pueblo. Algunos años después, y por llegar al pueblo un técnico de Butano con la orden expresa de cambiar la goma de las cocinas de gas en cada casa del pueblo, me contrataron para que fuera yo el que cambiara las gomas. Y aunque en cada casa fui bien recibido y en casi todas, haciendo honor a la hospitalidad povedana, me ofrecieron algo para comer o beber, ya no fue lo mismo que entonces.
Si entraba en mi niñez en cada casa del pueblo, con mayor confianza y frecuencia entraba en la casa del señor Mocolindo por ser éste un hombre amigable y bueno y además vecino durante muchos años de la casa de mi familia.
Cada vez que fui a su casa, y fueron muchas, encontré al señor Mocolindo enfrascado en la lectura, interrumpida solamente por la voz de su mujer dotada de una curiosidad desesperante: asómate marido a ver adonde va ese carro que pasa por la puerta, ¿y quién era?, ¿pero, va para arriba o para abajo? Cuando él no estaba en casa el libro reposaba sobre la silla en la que el señor Mocolindo se sentaba a leer a la lumbre.
Tan intensamente vivía los dramas escritos por Dostoievski, Víctor Hugo, Máximo Gorki y otros que solía llorar cuando nos contaba a cualquiera con tiempo para escucharle las penurias de los protagonistas de sus lecturas. Era principalmente en estas ocasiones, aunque fue por lo general en él un adorno perpetuo, en que el apodo Mocolindo tomaba personalidad propia cuando entre lagrimas, un hilillo de moco se le suspendía de la nariz, y aunque no lindo del todo, no le afeaba para nada el rostro y le confería cierta personalidad al señor Mocolindo.
Por cierto que le pasa lo mismo a mi jefe, y aunque se gasta una fortuna en pañuelos de papel y se desuella la nariz cada invierno, en cuanto refresca un poco ya está el buen hombre con los mocos colgando.
Hubo de ser la familia de gran sensibilidad y lagrima fácil pues también la hermana del señor Mocolindo bastaba con que alguna vecina le comentara que se le habían pegado las lentejas y tendría que hacer para comer los muchachos una patatas fritas y unos huevos, para que la buena mujer prorrumpiera en sollozos y copioso llanto.
Será difícil amigo JOM llegar a saber el origen de los motes antiguos, incluso los más modernos. Podremos saber los que son obvios como en el caso que te cuento, pero llegar a saber más será difícil.
Eran en Poveda aquellos otros tiempos, de otro estilo y otra formar de vivir. Del mismo modo que cualquier adulto tenia el derecho a darte un par de guantazos por haber hecho alguna trastada, y no fueras diciendolo en casa, que en el mejor de los casos te decían: algo habrás hecho, tenía la obligación de darte un cacho de pan de merienda si en los juegos de niño te sorprendía la hora de la merienda lejos de casa, o secarte a la lumbre si jugando en los charcos te mojabas los pantalones. Desconozco si pasaría así a cada niño de entonces y se daría este trato a la generalidad, pero yo así lo viví.
Por ésta y otras razones entre de niño chico en cada casa del pueblo. Algunos años después, y por llegar al pueblo un técnico de Butano con la orden expresa de cambiar la goma de las cocinas de gas en cada casa del pueblo, me contrataron para que fuera yo el que cambiara las gomas. Y aunque en cada casa fui bien recibido y en casi todas, haciendo honor a la hospitalidad povedana, me ofrecieron algo para comer o beber, ya no fue lo mismo que entonces.
Si entraba en mi niñez en cada casa del pueblo, con mayor confianza y frecuencia entraba en la casa del señor Mocolindo por ser éste un hombre amigable y bueno y además vecino durante muchos años de la casa de mi familia.
Cada vez que fui a su casa, y fueron muchas, encontré al señor Mocolindo enfrascado en la lectura, interrumpida solamente por la voz de su mujer dotada de una curiosidad desesperante: asómate marido a ver adonde va ese carro que pasa por la puerta, ¿y quién era?, ¿pero, va para arriba o para abajo? Cuando él no estaba en casa el libro reposaba sobre la silla en la que el señor Mocolindo se sentaba a leer a la lumbre.
Tan intensamente vivía los dramas escritos por Dostoievski, Víctor Hugo, Máximo Gorki y otros que solía llorar cuando nos contaba a cualquiera con tiempo para escucharle las penurias de los protagonistas de sus lecturas. Era principalmente en estas ocasiones, aunque fue por lo general en él un adorno perpetuo, en que el apodo Mocolindo tomaba personalidad propia cuando entre lagrimas, un hilillo de moco se le suspendía de la nariz, y aunque no lindo del todo, no le afeaba para nada el rostro y le confería cierta personalidad al señor Mocolindo.
Por cierto que le pasa lo mismo a mi jefe, y aunque se gasta una fortuna en pañuelos de papel y se desuella la nariz cada invierno, en cuanto refresca un poco ya está el buen hombre con los mocos colgando.
Hubo de ser la familia de gran sensibilidad y lagrima fácil pues también la hermana del señor Mocolindo bastaba con que alguna vecina le comentara que se le habían pegado las lentejas y tendría que hacer para comer los muchachos una patatas fritas y unos huevos, para que la buena mujer prorrumpiera en sollozos y copioso llanto.
Será difícil amigo JOM llegar a saber el origen de los motes antiguos, incluso los más modernos. Podremos saber los que son obvios como en el caso que te cuento, pero llegar a saber más será difícil.