SIGAMOS EN TORNO AL CAÑO VIEJO.- Decíamos el otro día si serían o no más felices las generaciones anteriores respecto de las actuales, teniendo en cuento la evolución que ha experimentado la vida en todos los sentidos, tanto en lo material como en lo sentimental, en las costumbres como en los conceptos, y hasta en la valoración de los comportamientos. En suma, en casi todos los aspectos de la vida cotidiana. En las generaciones anteriores, a mi entender, cualquier objetivo conseguido a base de esfuerzo y sacrificio era considerado únicmente motivo de satisfacción sin salir del ámbito de lo personal personal o en el de la familia más íntima por haberlo logrado, y en todo caso, sentimiento del deber cumplido, siempre como obligación debida y nunca como mérito merecedor de recompensa, porque así lo exigía el ambiente, la austeridad y el recato, circunstancias éstas que parecían ser dioses a los que había que rendir tributo cada día sin tregua ni esperanza de que lo conseguido hoy valiera para lo que habría de lograrse al día siguiente, ya que, cada mañana era una más en la que habría de renovarse idéntico tesón para el objetivo del nuevo día. Todo lo que no fuera amoldarse a la ortodoxia de este tipo de conducta era remordimiento a cargo de cada conciencia individual, y apartarse de la misma, motivo de agria censura según los cánones vigentes en el ambiente social en vigor.