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POVEDA DE LAS CINTAS: "La tahona", nombre adjudicado a esta calle, nos é...

"La tahona", nombre adjudicado a esta calle, nos é si por iniciativa popular o por acuerdo del Ayuntamiento, tal nombradía, en ésta como en la de todas las demás del pueblo, carecía del mismo hasta hace tan solo no menos de cincuenta años. Sin duda, era la más empinada de la localidad. En el inicio de la misma en su parte más alta, vivía el matrimonio Antonio Corrales-Teodora Beremjo, y la siguiente por la misma acera cuya fachada aparece pintada ó encalada de blanco, creo recordar que la que ocupaba el matrimonio formado por Joaquín Zamarreño y su esposa, la Sra. Melchora. En cuanto a lo de la referida denominación de la misma con la singularidad de "Calle de la Tahona", aunque no estoy seguro, pudo obedecer a que, unos metros más abajo se instaló la nueva panadería para venta pública, cuyo titular como propietario, creo recordar también que lo fue Rufino Hernández, "el duque". La singularidad de la calle en cuestión es la de que era y es la más "dura" de acceder por la misma desde la parte más baja, ya que, aunque sólo se puede apreciar en la fotografía cierta inclinación, lo cierto es que era la más dura de todo el pueblo pues nunca vimos acceder por ella carros cargados arrastrados por mulas o bueyes, únicos "tractores" de entonces, en razón al más que duro desnivel de la misma. El inicio por la izquierda según la "foto", corresponde a cuadras o panera de Isidro Terradillos. La siguiente en la misma línea, en virtud de su reciente construcción, me es desconocida.

Les cuento una anécdota simpática ocurrida en esta misma calle: por aquel entonces, a la vista de la nieve que la cubre, podrá deducirse qué temperaturas más "crueles" se "posaban" en la localidad con heladas de varios grados bajo cero. Un vehículo a motor de los de la época propiedad de un forastero, al parecer durmió a la intemperie durante varias horas, lo que, debió dar lugar a que nadie fuera capaz de hacerlo arrancar con la manivelas de las época. El recurso para conseguirlo era empujarle por esta calle para llegar hasta el río que se encontraba al final de la misma tras haber doblado a la derecha llamada calle del Tejar, de desnivel tan pronunciado o más que el de la anterior. Para empujar hasta el inicio de la primera, se brindaron dos mozos del pueblo cuyos nombres me reservo, sin duda pensando en la excelente propina que esperaban dado que todo propietario de vehículo a motor era sinónimo de rico de la época. Una vez iniciado el descenso por el propio peso del vehículo, dichos dos mozos corrían tras él ya que, en el supuesto de no conseguir el arranque del motor habría que arrastrarle de nuevo al punto de partida en lo más alto con el enorme esfuerzo de sudores a base de tracción de sangre, y lo cierto fue que tal repetición forzada hubo de llevarse hasta tres veces, y precisamente al término de la tercera, a pocos metros de pasar el río, el motor arranco, momento en que, el chófer-dueño del vehículo, pletórico de alegría, si pararse, sacó la cabeza por la ventanilla para decir a los dos esforzados "voluntarios" que le había ayudado a conseguirlo, con esta frase: ¡Eh, muchachos, un millón de gracias!. Excuso decir la cara que se les queda pues la propina se había "evaporado" y el trabajo duró casi dos horas. En ese momento, el Rufino, que era uno de ellos, le dice al otro tras oÍr lo de la bofetada de "un millón de gracias": MEDIO P'A TÍ Y MEDIO P'A MÍ". Sin duda: sentido del humor, negro, pero humor al fin y al cabo.