Recuerdo haber oído decir siempre entonces que, por lo civil, dependíamos de
Galisancho, y por lo eclesiástico, de
Galinduste. A
caballo entre estos dos
pueblos, efectivamente éramos una pedanía del municipio de Galisancho, pero en
Galinduste teníamos que enterrar a nuestros muertos y en Galinduste se celebró la primera
boda, que bien pudo ser la de Gabriel y Laureana.
Esta última dependencia se acabó con la llegada del padre Tuya, un intelectual dominico, profesor de Teología en el
convento de
San Esteban de
Salamanca y autor de varios libros. El padre Tuya pasaba los fines de semana en la vecina
finca de Carmeldo, al cobijo de los propietarios de entonces, la
familia De la
Cueva.
El padre Tuya subió a interesarse por las gentes que habían arribado a
Santa Inés y ejerció el oficio de párroco durante aquellos duros comienzos, hasta la llegada del bondadoso don Ángel, ya fallecido hace tiempo, que compartió
parroquia con
Santa Teresa.
Junto al padre Tuya venía siempre don José María, uno de los dueños de Carmeldo, que ejercía de chófer y de mucho más. Amante de la
música y extraordinariamente dotado para la misma, Don José María se implicó en la vida diaria de Santa Inés y sobre todo de sus
noches.
Don José María formó un
coro y extrajo de cada uno de los jóvenes de entonces sus mejores condiciones para el canto, preparó recitales de poesía, pronunció charlas, y dio vida a las largas y tediosas noches de
invierno de aquel
pueblo.
La llegada de don José María fue la llegada de la luz de la cultura. La otra luz, la eléctrica, tardó en llegar, y al principio nos alumbrábamos con carburo, una combinación del carbono que se vendía a granel y que alumbraba
mucho más que los tradicionales candiles. De Valentín Martín.