Una de las
frutas más apreciadas ya desde la
antigüedad son las fresas, pequeñas delicias que destacan por su intenso sabor y sus excelentes piedades nutritivas. De hecho, las fresas poseen más cantidad de vitamina C que muchos cítricos. Constituyen el complemento ideal para acabar con un broche de oro una suculenta
comida, ya sean solas, con nata, con leche o en
postres más elaborados. Además, tienen un importante valor industrial, ya que las fresas y su aroma se utilizan para elaborar otros muchos productos como batidos, helados, mermeladas, yogures, gelatinas...
Las fresas nacen de un modo silvestre, en los bosques europeos y americanos, por eso muchos las engloban dentro del grupo de las "frutas el bosque" junto con las grosellas, frambuesas, moras, arándanos y otras bayas. Según algunos expertos, es a partir del siglo XIV cuando se conocen los primeros cultivos de fresas, aunque probablemente se desarrollaran mucho antes. La corte francesa comenzó a plantarlas, ya que las fresas eran muy apreciadas por la
familia real y su camarilla. Pronto se extendería su cultivo por otros lugares de Europa, sobre todo en Inglaterra.
Con el desarrollo industrial llegan los primeros híbridos que darían lugar a los actuales fresones. A finales del siglo XIX se obtuvieron nuevos ejemplares procedentes de
cruces entre fresas europeas y americanas. De ahí que a la hora de hablar de tipos de fresas, se suele considerar que existen tres tipos: las fresas del bosque -las más caras y difíciles de encontrar-, las fresas cultivadas y los fresones, éstos últimos los más baratos ya que se producen en grandes explotaciones agrícolas.