Tiré esta foto desde un hueco en el trayecto nuevo de la calle General Mola, que nunca había recorrido antes, sobre todo porque me identificaba la ubicación de la "Fuente" que aparece en otra foto.
Pero cuando la pude ver en mi ordenador me trajo el recuerdo doloroso de la prematura muerte del que fue mi amigo José.
Era hijo de Tío Severiano y tía Manuela. Tenía uno o dos años menos que yo al ingresar en la escuela. El Maestro, Don Hermógenes, lo colocó junto a mí para que le ayudara a aprender a leer.
Con ello nos hicimos muy amigos y pasábamos muchos ratos juntos al salir de la escuela, bien en mi casa cercana, bien en la suya, jugando en el amplio hall de entrada. Lo presidía una esplendorosa cornamenta de cérvido, usada como percha, y que la antigua propietaria de la casa, Dña Agustina de Anta, viuda del entonces secretario Don Camilo Carreño, el buen cazador que había cobrado la pieza en las cercanías de Peralías, no había querido llevarse. Quizás no quiso que aquella cornamenta le recordara el trágico fin de su esposo, del que pudo tener alguna culpa.
Nuestros juegos se redujeron bastante con la llegad del verano, ya que ambos quedamos más sujetos al cuidado de nuestras respectivas familias, especialmente durante las faenas de la trilla.
Mi familia tenía entonces la era en el solar de la que hoy es casa de Santos y Carolina. La suya, en el cerrete que, pasado el Regato Cristo hay a la izquierda del camino, y que se ve en la fotografía, junto a la zona más clara de la foto.
Aunque distantes, aún nos podíamos ver directamente de una a otra era, pues no existían obstáculo alguno que impidiera la visión entre ambas.
Sucedió que un día, en plena canícula, mi amigo José, después de la comida, se tumbó un rato a la sombra de un carro, lleno de mies, que había en la era y no había sido descargado aún, quedándose dormido.
¿Cómo sucedió la Tragedia? Nunca lo supe ni me interesó, pero lo cierto fue que el carro volcó aplastando debajo a mi amigo.
Todos, advertimos a distancia, el gran alboroto que se produjo en aquella era y pronto se supo la causa: la muerte de José.
Me parece ver aún a la pobre madre y su numeroso acompañamiento, con el cuerpo de José en sus brazos, sus miembros ya flácidos colgándole a uno y otro lado, avanzar camino adelante, gimiendo desesperada, pasar por delante de nuestra era. Al ver a mi amigo muerto, no pude contenerme y lloré yo también desconsolado.
Años más tarde el matrimonio tuvo otro hijo al que pusieron el mismo nombre. Vive en Barcelona dichoso, casado con una prima mía. Hoy, al ver la foto, no he podido menos de recordar a mi querido amigo de la infancia. Sirvan estas líneas de recuerdo a su tragedia y homenaje a nuestra amistad.
Pero cuando la pude ver en mi ordenador me trajo el recuerdo doloroso de la prematura muerte del que fue mi amigo José.
Era hijo de Tío Severiano y tía Manuela. Tenía uno o dos años menos que yo al ingresar en la escuela. El Maestro, Don Hermógenes, lo colocó junto a mí para que le ayudara a aprender a leer.
Con ello nos hicimos muy amigos y pasábamos muchos ratos juntos al salir de la escuela, bien en mi casa cercana, bien en la suya, jugando en el amplio hall de entrada. Lo presidía una esplendorosa cornamenta de cérvido, usada como percha, y que la antigua propietaria de la casa, Dña Agustina de Anta, viuda del entonces secretario Don Camilo Carreño, el buen cazador que había cobrado la pieza en las cercanías de Peralías, no había querido llevarse. Quizás no quiso que aquella cornamenta le recordara el trágico fin de su esposo, del que pudo tener alguna culpa.
Nuestros juegos se redujeron bastante con la llegad del verano, ya que ambos quedamos más sujetos al cuidado de nuestras respectivas familias, especialmente durante las faenas de la trilla.
Mi familia tenía entonces la era en el solar de la que hoy es casa de Santos y Carolina. La suya, en el cerrete que, pasado el Regato Cristo hay a la izquierda del camino, y que se ve en la fotografía, junto a la zona más clara de la foto.
Aunque distantes, aún nos podíamos ver directamente de una a otra era, pues no existían obstáculo alguno que impidiera la visión entre ambas.
Sucedió que un día, en plena canícula, mi amigo José, después de la comida, se tumbó un rato a la sombra de un carro, lleno de mies, que había en la era y no había sido descargado aún, quedándose dormido.
¿Cómo sucedió la Tragedia? Nunca lo supe ni me interesó, pero lo cierto fue que el carro volcó aplastando debajo a mi amigo.
Todos, advertimos a distancia, el gran alboroto que se produjo en aquella era y pronto se supo la causa: la muerte de José.
Me parece ver aún a la pobre madre y su numeroso acompañamiento, con el cuerpo de José en sus brazos, sus miembros ya flácidos colgándole a uno y otro lado, avanzar camino adelante, gimiendo desesperada, pasar por delante de nuestra era. Al ver a mi amigo muerto, no pude contenerme y lloré yo también desconsolado.
Años más tarde el matrimonio tuvo otro hijo al que pusieron el mismo nombre. Vive en Barcelona dichoso, casado con una prima mía. Hoy, al ver la foto, no he podido menos de recordar a mi querido amigo de la infancia. Sirvan estas líneas de recuerdo a su tragedia y homenaje a nuestra amistad.