Ésta que es la Iglesia de mi niñez me da pie para recordar a los Párrocos que conocí o de los que he tenido noticia.
El más antiguo cuyo nombre he podido conocer, es de 1752 –ya llovió desde entonces— y se cita en el Catastro de Ensenada con el nombre de D. Ignacio Parera de Sotomayor.
Con un gran salto en el tiempo sabemos que en 1916 el párroco era D Juan González Corvo, con 40 años en aquella fecha. Fue quien me bautizó a mí y murió en el pueblo, lo que debió a finales del 1927 o poco después.
Su domicilio, supongo que residencia parroquial, estuvo en el rincón al que hace esquina el actual ambulatorio de la Seguridad Socia. Debió venderse al hacerse la actual casa parroqial y ser adquirida por "Tio" Baltasar. Fue párroco en nuestro pueblo muchos años y, según lo oído, muy querido. No obstante, algunos mozos le dieron serio disgusto en sus últimos años. Sucedió que, por causa que desconozco, la campana de los toques ordinarios –no sólo los parroquiales sino también los de anuncios generales, como la salida de cabreros y pastores, toques de fuego, etc. se hacían con ella, a cuyo efecto la cadena colgaba hacia la calle, – se rajó, dando unos sonidos risibles. Y como la situación se prolongaba, algunos mozos subieron una noche al campanario y la echaron al suelo con el consiguiente estrépito. Estuvo entre ellos un hermano de mi tía Oña, emigrante posteriormente a Francia en cuya capital se estableció. D. Juan llevó muy a mal la faena y creyó que podría descubrir a los autores por un botón que al tal hermano de tía Oña se le cayó. Pero mi tía cambió todos los botones del chaleco de su hermano y no se descubrió el pastel.
A su muerte sus herederos vendieron los muebles. Una mesa escritorio la compró mi padre y estuvo en mi casa muchos años. Con una bonita cómoda de nogal se quedó mi abuelo y por herencia llegó también a mi casa. Curiosamente nadie había descubierto un cajoncito secreto para guardar los dineros, oculto tras el primer cajón hasta que yo, casualmente, lo descubrí en 1960. Aún sigue prestando servicio en casa de mi sobrino Pepe, aunque sin las columnitas que la adornaban y con el cajón del dinero perdido.
El siguiente párroco fue D. Santiago Carrasco, que substituyó la campana averiada por otra nueva en cuyo contorno figura su nombre. En los primeros años 30 del pasado siglo marchó de párroco a uno de los pueblos del Valle del Azaba. Parece que tuvo la enemistad de unos mozos del Frente Popular, que allá por el año 35 ó 36 lo esperaron una noche a la vuelta de un pueblo cercano y lo golpearon brutalmente, a resultas de lo cual falleció poco después.
A los dos siguientes los conocí mucho ya que fui monaguillo de ambos. Pero de ellos, otro día.
El más antiguo cuyo nombre he podido conocer, es de 1752 –ya llovió desde entonces— y se cita en el Catastro de Ensenada con el nombre de D. Ignacio Parera de Sotomayor.
Con un gran salto en el tiempo sabemos que en 1916 el párroco era D Juan González Corvo, con 40 años en aquella fecha. Fue quien me bautizó a mí y murió en el pueblo, lo que debió a finales del 1927 o poco después.
Su domicilio, supongo que residencia parroquial, estuvo en el rincón al que hace esquina el actual ambulatorio de la Seguridad Socia. Debió venderse al hacerse la actual casa parroqial y ser adquirida por "Tio" Baltasar. Fue párroco en nuestro pueblo muchos años y, según lo oído, muy querido. No obstante, algunos mozos le dieron serio disgusto en sus últimos años. Sucedió que, por causa que desconozco, la campana de los toques ordinarios –no sólo los parroquiales sino también los de anuncios generales, como la salida de cabreros y pastores, toques de fuego, etc. se hacían con ella, a cuyo efecto la cadena colgaba hacia la calle, – se rajó, dando unos sonidos risibles. Y como la situación se prolongaba, algunos mozos subieron una noche al campanario y la echaron al suelo con el consiguiente estrépito. Estuvo entre ellos un hermano de mi tía Oña, emigrante posteriormente a Francia en cuya capital se estableció. D. Juan llevó muy a mal la faena y creyó que podría descubrir a los autores por un botón que al tal hermano de tía Oña se le cayó. Pero mi tía cambió todos los botones del chaleco de su hermano y no se descubrió el pastel.
A su muerte sus herederos vendieron los muebles. Una mesa escritorio la compró mi padre y estuvo en mi casa muchos años. Con una bonita cómoda de nogal se quedó mi abuelo y por herencia llegó también a mi casa. Curiosamente nadie había descubierto un cajoncito secreto para guardar los dineros, oculto tras el primer cajón hasta que yo, casualmente, lo descubrí en 1960. Aún sigue prestando servicio en casa de mi sobrino Pepe, aunque sin las columnitas que la adornaban y con el cajón del dinero perdido.
El siguiente párroco fue D. Santiago Carrasco, que substituyó la campana averiada por otra nueva en cuyo contorno figura su nombre. En los primeros años 30 del pasado siglo marchó de párroco a uno de los pueblos del Valle del Azaba. Parece que tuvo la enemistad de unos mozos del Frente Popular, que allá por el año 35 ó 36 lo esperaron una noche a la vuelta de un pueblo cercano y lo golpearon brutalmente, a resultas de lo cual falleció poco después.
A los dos siguientes los conocí mucho ya que fui monaguillo de ambos. Pero de ellos, otro día.