¿Es ùtil ser vengativo?
Si bien es cierto que las heridas no se cierran provocando otra, existen personas que desean vivir eternamente con el odio y el deseo de tomarse revancha, lo que desconocen es que lo único que provocan esas emociones es que nos lastiman y nos enferman.
El problema es que a veces muchas personas no saben distinguir la desdicha infligida de la autoprovocada. El vengador se constituye como tal y decide impartir justicia porque se cree una víctima.
Cuando recibimos algún daño, se nos presenta como primera opción la venganza. Más de una vez la consideramos la mejor salida para liberarnos de los sentimientos densos de odio, rencor, ira. Pero, ¿hasta qué punto nos es útil ser vengativos? ¿Qué ocurre cuando uno reprime esa necesidad de venganza?
Muchas veces cuando sufrimos algún percance de cualquier índole que sea (emocional, física, psicológica, etc), pensamos, y muchas veces a modo de reflejo, en vengarnos. Para poder hablar de la misma, tenemos que verla como una especie de “justicia por mano propia” por habernos generado algún sufrimiento particular, pero obviamente con una buena tasa de interés. Podemos leer miles de relatos, con las ideas más ingeniosas de venganzas o “revanchas”, en donde el sentimiento que predomina es el odio, y la necesidad de ver al “enemigo” completamente humillado y destruido. Mientras más conexión afectiva haya habido, más grande es el odio que se genera, por lo tanto, mayor intensidad va a tener nuestra venganza.
El tema es ¿cuando se justifica esta necesidad?, ¿Realmente pueden existir motivos como para respaldar al solo hecho de hacerle daño a alguien, por que nos hizo mal?
Acá es donde las opiniones se empiezan a abrir.
Por una lado, tenemos a la gente de “amor y paz”, que imparten la idea del perdón absoluto, de permitir que quien nos haya dañado, pueda corregir su error, y bla bla bla… con esta postura lo único que se logra, desde mi punto de vista, es el liberar de culpa al que ofende, y en algunos casos hasta llegar a justificar su mala manera de obrar. Para llegar al perdón, tenemos que conectarnos con alguien o algo, que no podemos ver ni tocar, pero que seguramente nos va a recompensar por perdonar al prójimo, entonces así podemos perdonar al que deja a una persona agonizando en un hospital y también podemos perdonar a quien deja agonizando al corazón.
Por otro lado, tenemos a quienes son “vengativos” por naturaleza, en donde no importa lo que se nos haya hecho, sino la importancia de vengarnos de esa persona. A diferencia del grupo anterior, lo fundamental es la venganza, y mientras mas dolorosa sea ella, mejor. Ahí es donde se despierta nuestra inteligencia humana (que mas de una vez desperdiciamos), y se empiezan a trazar las posibles rutas de nuestro objetivo, el humillar y destruir. Casi como científicos empezamos a buscar cuales son los puntos débiles, puntos de impacto, amigos y enemigos, datos importantes, etc. Luego de esta etapa de investigación, se comienza la puesta en marcha del plan, en donde se van haciendo los ajustes necesarios para que sea efectivo.
Si bien es cierto que las heridas no se cierran provocando otra, existen personas que desean vivir eternamente con el odio y el deseo de tomarse revancha, lo que desconocen es que lo único que provocan esas emociones es que nos lastiman y nos enferman.
El problema es que a veces muchas personas no saben distinguir la desdicha infligida de la autoprovocada. El vengador se constituye como tal y decide impartir justicia porque se cree una víctima.
Cuando recibimos algún daño, se nos presenta como primera opción la venganza. Más de una vez la consideramos la mejor salida para liberarnos de los sentimientos densos de odio, rencor, ira. Pero, ¿hasta qué punto nos es útil ser vengativos? ¿Qué ocurre cuando uno reprime esa necesidad de venganza?
Muchas veces cuando sufrimos algún percance de cualquier índole que sea (emocional, física, psicológica, etc), pensamos, y muchas veces a modo de reflejo, en vengarnos. Para poder hablar de la misma, tenemos que verla como una especie de “justicia por mano propia” por habernos generado algún sufrimiento particular, pero obviamente con una buena tasa de interés. Podemos leer miles de relatos, con las ideas más ingeniosas de venganzas o “revanchas”, en donde el sentimiento que predomina es el odio, y la necesidad de ver al “enemigo” completamente humillado y destruido. Mientras más conexión afectiva haya habido, más grande es el odio que se genera, por lo tanto, mayor intensidad va a tener nuestra venganza.
El tema es ¿cuando se justifica esta necesidad?, ¿Realmente pueden existir motivos como para respaldar al solo hecho de hacerle daño a alguien, por que nos hizo mal?
Acá es donde las opiniones se empiezan a abrir.
Por una lado, tenemos a la gente de “amor y paz”, que imparten la idea del perdón absoluto, de permitir que quien nos haya dañado, pueda corregir su error, y bla bla bla… con esta postura lo único que se logra, desde mi punto de vista, es el liberar de culpa al que ofende, y en algunos casos hasta llegar a justificar su mala manera de obrar. Para llegar al perdón, tenemos que conectarnos con alguien o algo, que no podemos ver ni tocar, pero que seguramente nos va a recompensar por perdonar al prójimo, entonces así podemos perdonar al que deja a una persona agonizando en un hospital y también podemos perdonar a quien deja agonizando al corazón.
Por otro lado, tenemos a quienes son “vengativos” por naturaleza, en donde no importa lo que se nos haya hecho, sino la importancia de vengarnos de esa persona. A diferencia del grupo anterior, lo fundamental es la venganza, y mientras mas dolorosa sea ella, mejor. Ahí es donde se despierta nuestra inteligencia humana (que mas de una vez desperdiciamos), y se empiezan a trazar las posibles rutas de nuestro objetivo, el humillar y destruir. Casi como científicos empezamos a buscar cuales son los puntos débiles, puntos de impacto, amigos y enemigos, datos importantes, etc. Luego de esta etapa de investigación, se comienza la puesta en marcha del plan, en donde se van haciendo los ajustes necesarios para que sea efectivo.