MARINO SANZ
Marino Sanz Matarranz, con el que compartí muchos momentos agradables desde que nos conocimos en la Escuela de Ingeniería Técnica de Madrid, siempre fue un buen amigo, ¡mi amigo!, ... Al que recuerdo con nostalgia desde el aciago día en que nos dejó. Amigo de sus amigos, dicharachero y un poco procaz, le gustaban las mujeres y el vino, como dice la canción, ... Más las primeras que el segundo, aunque no perdía ripio en ambos casos. Recorrí con él en diversas ocasiones las bodegas de Lastras, su pueblo, al que venía con frecuencia, donde tenía su propia bodega y por el que sentía un cariño especial, acudiendo en mi caso desde Cantalejo o desde Madrid, donde ambos trabajábamos.
¡Si vas a Lastras, volverás arrastras!... Se dice en los pueblos de alrededor, aludiendo a las numerosas bodegas situadas en las afueras del pueblo, en las que los lugareños siguen elaborando su propio vino artesanal y se lo beben en compañía de sus amigos y de los que se acercan por las bodegas, con los que tienen el gusto de reunirse y compartirlo, normalmente acompañado de sus buenos almuerzos o meriendas.
Antes, el vino se hacía con las uvas de los majuelos que había en el pueblo, pero ahora no hay viñas, a pesar de lo cual, los lastreños siguen elaborando su propio vino a partir de las uvas que compran fuera y manteniendo la tradición bodeguera, obteniendo de esta forma un vino de cosecha que evidentemente “es el mejor”, al menos para su dueño y que hay que bebérselo antes del año, para que no se estropee, ya que no se le añade ningún tipo de conservante y además se almacena en cubas, en las que el aire acumulado acaba oxidándolo y convirtiéndolo en vinagre si no se bebe con presteza, aunque últimamente hay quien lo embotella para conservarlo un poco más.
Hace muchos años que ya no voy por Lastras, al menos con la asiduidad y en el plan que lo hacía antes. Recuerdo aún las meriendas o cenas que hacíamos en la bodega de Marino, que tenía reflejos auríferos como bien decía y tenía razón, ya que un día analizamos la toba de la que se componían sus paredes y efectivamente contenía oro, pero en cantidades tan pequeñas que no merecía la pena su explotación. Después de merendar, o antes, que tanto daba, recorríamos a veces las bodegas de sus amigos, que eran muchos, ya que Marino era muy apreciado en su pueblo, en las que probábamos los caldos de las diferentes cubas que íbamos visitando y cada bodeguero nos enseñaba su prensa o la cubeta para pisar uva, la cubeta para la recogida del mosto, el merendero que suelen tener adosado, etc.
Pero Marino, que era un hombre de altos vuelos, siempre soñó con volar como un pájaro y desde pequeño tuvo la idea de poseer su propio avión, de modo que un día me propuso comprar un ultraligero a medias para así poder cumplir su sueño y finalmente lo compró, aunque yo no participara en ello, instalando un hangar para guardarlo en un terreno que tenía en La Serreta. Cumplió de este modo sus aspiraciones y se sentía muy feliz con ello, había conseguido casi todo lo que se había propuesto en la vida y ésta le sonreía generosamente, pero, ... Como no se puede tener todo, y siempre tiene que producirse algún fallo, ... Un mal día, aquel ingenio volante giró alocadamente al despegar del aeródromo de Almorox (Toledo), una traidora ráfaga de viento hizo que perdiera el equilibrio y Marino y su acompañante, un oficial retirado del ejército, que le estaba enseñando el manejo del segundo ultraligero que se había comprado, por el que pensaba sustituir al primero que tuvo, dieron con sus huesos en tierra, muriendo casi instantáneamente como consecuencia de la caída, ocurriendo lo que le había vaticinado aquella gitana que le echó la buenaventura un día (aunque más bien debiera decirse mala), prediciéndole que no llegaría a los cincuenta y, ... A pesar de que Marino lo repitiera en broma con frecuencia y nunca lo creyera, se cumplió finalmente cuando intentaba desafiar la ley de la gravedad con su frágil artilugio mecánico.
Su cuerpo fue trasladado a Lastras por Regina, su mujer, interpretando que era lo que él hubiera preferido de haber presentido su muerte y descansa actualmente en el cementerio municipal, pero su recuerdo perdura más allá de su muerte y siempre estará en la memoria de quienes tuvimos el placer de tenerle como amigo.
Paulino Zamarro.
Marino Sanz Matarranz, con el que compartí muchos momentos agradables desde que nos conocimos en la Escuela de Ingeniería Técnica de Madrid, siempre fue un buen amigo, ¡mi amigo!, ... Al que recuerdo con nostalgia desde el aciago día en que nos dejó. Amigo de sus amigos, dicharachero y un poco procaz, le gustaban las mujeres y el vino, como dice la canción, ... Más las primeras que el segundo, aunque no perdía ripio en ambos casos. Recorrí con él en diversas ocasiones las bodegas de Lastras, su pueblo, al que venía con frecuencia, donde tenía su propia bodega y por el que sentía un cariño especial, acudiendo en mi caso desde Cantalejo o desde Madrid, donde ambos trabajábamos.
¡Si vas a Lastras, volverás arrastras!... Se dice en los pueblos de alrededor, aludiendo a las numerosas bodegas situadas en las afueras del pueblo, en las que los lugareños siguen elaborando su propio vino artesanal y se lo beben en compañía de sus amigos y de los que se acercan por las bodegas, con los que tienen el gusto de reunirse y compartirlo, normalmente acompañado de sus buenos almuerzos o meriendas.
Antes, el vino se hacía con las uvas de los majuelos que había en el pueblo, pero ahora no hay viñas, a pesar de lo cual, los lastreños siguen elaborando su propio vino a partir de las uvas que compran fuera y manteniendo la tradición bodeguera, obteniendo de esta forma un vino de cosecha que evidentemente “es el mejor”, al menos para su dueño y que hay que bebérselo antes del año, para que no se estropee, ya que no se le añade ningún tipo de conservante y además se almacena en cubas, en las que el aire acumulado acaba oxidándolo y convirtiéndolo en vinagre si no se bebe con presteza, aunque últimamente hay quien lo embotella para conservarlo un poco más.
Hace muchos años que ya no voy por Lastras, al menos con la asiduidad y en el plan que lo hacía antes. Recuerdo aún las meriendas o cenas que hacíamos en la bodega de Marino, que tenía reflejos auríferos como bien decía y tenía razón, ya que un día analizamos la toba de la que se componían sus paredes y efectivamente contenía oro, pero en cantidades tan pequeñas que no merecía la pena su explotación. Después de merendar, o antes, que tanto daba, recorríamos a veces las bodegas de sus amigos, que eran muchos, ya que Marino era muy apreciado en su pueblo, en las que probábamos los caldos de las diferentes cubas que íbamos visitando y cada bodeguero nos enseñaba su prensa o la cubeta para pisar uva, la cubeta para la recogida del mosto, el merendero que suelen tener adosado, etc.
Pero Marino, que era un hombre de altos vuelos, siempre soñó con volar como un pájaro y desde pequeño tuvo la idea de poseer su propio avión, de modo que un día me propuso comprar un ultraligero a medias para así poder cumplir su sueño y finalmente lo compró, aunque yo no participara en ello, instalando un hangar para guardarlo en un terreno que tenía en La Serreta. Cumplió de este modo sus aspiraciones y se sentía muy feliz con ello, había conseguido casi todo lo que se había propuesto en la vida y ésta le sonreía generosamente, pero, ... Como no se puede tener todo, y siempre tiene que producirse algún fallo, ... Un mal día, aquel ingenio volante giró alocadamente al despegar del aeródromo de Almorox (Toledo), una traidora ráfaga de viento hizo que perdiera el equilibrio y Marino y su acompañante, un oficial retirado del ejército, que le estaba enseñando el manejo del segundo ultraligero que se había comprado, por el que pensaba sustituir al primero que tuvo, dieron con sus huesos en tierra, muriendo casi instantáneamente como consecuencia de la caída, ocurriendo lo que le había vaticinado aquella gitana que le echó la buenaventura un día (aunque más bien debiera decirse mala), prediciéndole que no llegaría a los cincuenta y, ... A pesar de que Marino lo repitiera en broma con frecuencia y nunca lo creyera, se cumplió finalmente cuando intentaba desafiar la ley de la gravedad con su frágil artilugio mecánico.
Su cuerpo fue trasladado a Lastras por Regina, su mujer, interpretando que era lo que él hubiera preferido de haber presentido su muerte y descansa actualmente en el cementerio municipal, pero su recuerdo perdura más allá de su muerte y siempre estará en la memoria de quienes tuvimos el placer de tenerle como amigo.
Paulino Zamarro.