Historia Informal de Membibre CAP III (Cont.)
En el contexto de la frontera entre los ejércitos romanos invasores y el mundo conocido del interior, un lugar, una fortaleza, mantenía despierto el espíritu de los pueblos propietarios de aquellos lugares, Numancia, convertida en capital de los Arévacos, dentro del orbe de la Cultura Celtibérica. Sociedad ganadera y pastoril que había entrado en la contienda por muy diversas razones: su mérito de lugar de refugio para otros guerreros y caudillos y las primeras batallas decisivas para la instauración del frente.
No puede saberse si eso es del todo cierto, pero se dice que Numancia, en el marco de las Guerras Celtibéricas, llegó a contar con un ejército de 20.000 soldados y 5.000 diestros jinetes y poseía así mismo sólidas murallas de defensa en este caso de carácter marcadamente bélico.
Desde el año 141 al 134 antes de nuestra era, los cónsules nombrados desde Roma se suceden al mando de las legiones del frente bélico con la fortaleza de Numancia de principal objetivo. En el otoño del año 134 antes, Cornelio Escipión sitia las murallas de Numancia. Apiano el historiador ofrece unas cifras excesivas para ese asedio de 60.000 legionarios contra unos 2.500 numantinos, pero son cifras que no cuadran con las anteriores ni con casi los diez años de resistencia de la fortaleza. Al verano siguiente, el de 133 antes, la ciudad fue conquistada y destruida por completo con la mayoría de sus habitantes.
Con la caída de la fortaleza numantina otras muchas ciudades vinieron a correr la misma suerte: Lutiakos, lugar que había acogido a Retógenes el Caraunio, jefe numantino que rompiera las líneas enemigas en busca de ayuda, Tiermes, que cayó también por esos años, Sekobirikes, Kolounikón, Arekoratus, Usamus, Kaisesa..., algunos de esos lugares malditos para siempre, de vida efímera posterior, de donde la gente huyó precisamente por esa misma maldición. Monumentos innombrables que quedaron en el alto, en su cerro, cerca de la luna, muy cerca de la luna.
Todas esas voces, todos esos ruidos también se oyeron en Membibre. Numancia dista de éste pueblo unos 175 kilómetros hacia el este. Hasta sus calles llegaron los lamentos, el dolor y la negra estela de la muerte, igual que pompas inmensas llenas de oscuro polvo que explotaran en la noche y quedara, su veneno, flotando en el aire a la altura de la garganta. La sangre siempre fuera así, de esa triste manera y la maldición buscó siempre la maldición. ¿Quién vengaría después a sus gentes? ¿Quién escucharía su historia? Y sus descendientes, que los hubo, sin duda, confundidos con otras gentes de los otros pueblos y ciudades, perdedores sin remedio. Aún hoy día puede verse algún rostro, alguna sonrisa, alguna expresión...
Y después es que la Historia con sus seguidores, la monstruosa Historia con todos sus seguidores, siempre, siempre, de parte del enemigo, la sangre en contra de la sangre ¿con qué objeto?, ¿con qué afán?, ¿sería esa la forma de perseguir la gloria y el honor?
Con la ruptura del frente otras muchas ciudades y pueblos fueron arrasados y saqueados al paso de las legiones romanas. Desde el año 29 al 27 antes de nuestra era, diversos legados de Roma se dedicaron con saña e impiedad a ocupar y aniquilar las ciudades y tierras de los Vaceos.
En el año 26 antes, Cesar Augusto desembarca en Tarraco procedente de las Galias y viaja con su comitiva hacía el oeste con la intención cierta de dirigir las maniobras en las llamadas Guerras Cántabras.
Vaceos, Cántabros y Astures, sus multitudes de guerreros y sus caudillos se aliaron para hacer frente al ejército marlboro de los romanos. El emperador se hace cargo de siete legiones, unos 70.000 hombres que distribuye entre las ciudades de Segisama y Astúrica. Es el comienzo de la ofensiva.
Después de una año de maniobras y atacar esa extensa zona del norte por mar y por tierra, después de la destrucción de ciudades, pueblos y cultivos, Augusto y sus generales consiguen una cabeza de puente al otro lado del frente, en Lugo, cerca del mar, y obligan a los ejércitos del norte a regresar hacia el interior de sus tierras, hacia el intrincado mundo de montañas de la Cordillera Cantábrica.
En el año 25 antes de nuestra era, las huestes Vaceas se repliegan a sus tierras y Octavio Augusto se retira de la contienda, viaja hacia el sur para fundar Emérita Augusta (Mérida, Badajoz) y regresa hacia Tarraco donde embarca hacia Roma para cuidar de su salud.
En ese mismo año, el 25 antes, las legiones romanas siguen haciendo de las suyas en el País de los Vaceos y es el triste año de la destrucción de Pintia en Pesquera de Duero.
Como ya dijimos, Pintia dista tan solo 20 kilómetros hacia el norte desde Membibre y se trata de lugares parecidos, lugares en ambiente de llanura y de riberas de ríos aunque de cierto Pintia era una ciudad muy populosa y su río es el gran Duero de la meseta. También eran muy famosos los vinos de Pintia...
Retornando a la narración de la guerra de conquista por el norte y acercándonos ya de forma vertiginosa a la increíble época del Año Cero, en el año 19 antes, Agripa, uno de los mejores general de Cesar Augusto es enviado a Hispania. Después de una durísima campaña al mando de sus legiones, desbarata el entendimiento entre Cántabros y Astures y sitia la capital de los Cántabros, Aracilum, lugar inexpugnable en lo alto de una montaña, que es destruida en ese mismo año.
Pero de cierto no es ahí cuando termina la resistencia de los bravos pueblos del interior y el norte de la Península, pues las escaramuzas bélicas se suceden hasta los tiempos más allá de la Era Cristiana.
Después de esos años, con los reductos destruidos y las alianzas rotas, toda aquella increíble civilización de antes de los romanos va perdiendo de forma paulatina sus señas de identidad, y si bien es cierto que muchos y amplios lugares del interior y de la costa, de por aquí y por allá, no se enteraron mucho de lo que iba la historia, parece algo normal que las tradiciones se olviden, los nombres desaparezcan de los idiomas y referencias, Vaceos, Vetones, Arévacos..., el nombre antiguo de sus ciudades, el nombre de sus dinastías y guerreros.
Hay datos fehacientes, sin embargo, al menos en esta zona noroccidental de que muchas de las formas, costumbres y leyes jurídicas de los antiguos pueblos siguen y evolucionan durante siglos: las leyes de hospitalidad y hospicio, la clientela de los notables, las ferias de la capital de la comarca, el Calendario y la fiesta de la Onomástica.
En el contexto de la frontera entre los ejércitos romanos invasores y el mundo conocido del interior, un lugar, una fortaleza, mantenía despierto el espíritu de los pueblos propietarios de aquellos lugares, Numancia, convertida en capital de los Arévacos, dentro del orbe de la Cultura Celtibérica. Sociedad ganadera y pastoril que había entrado en la contienda por muy diversas razones: su mérito de lugar de refugio para otros guerreros y caudillos y las primeras batallas decisivas para la instauración del frente.
No puede saberse si eso es del todo cierto, pero se dice que Numancia, en el marco de las Guerras Celtibéricas, llegó a contar con un ejército de 20.000 soldados y 5.000 diestros jinetes y poseía así mismo sólidas murallas de defensa en este caso de carácter marcadamente bélico.
Desde el año 141 al 134 antes de nuestra era, los cónsules nombrados desde Roma se suceden al mando de las legiones del frente bélico con la fortaleza de Numancia de principal objetivo. En el otoño del año 134 antes, Cornelio Escipión sitia las murallas de Numancia. Apiano el historiador ofrece unas cifras excesivas para ese asedio de 60.000 legionarios contra unos 2.500 numantinos, pero son cifras que no cuadran con las anteriores ni con casi los diez años de resistencia de la fortaleza. Al verano siguiente, el de 133 antes, la ciudad fue conquistada y destruida por completo con la mayoría de sus habitantes.
Con la caída de la fortaleza numantina otras muchas ciudades vinieron a correr la misma suerte: Lutiakos, lugar que había acogido a Retógenes el Caraunio, jefe numantino que rompiera las líneas enemigas en busca de ayuda, Tiermes, que cayó también por esos años, Sekobirikes, Kolounikón, Arekoratus, Usamus, Kaisesa..., algunos de esos lugares malditos para siempre, de vida efímera posterior, de donde la gente huyó precisamente por esa misma maldición. Monumentos innombrables que quedaron en el alto, en su cerro, cerca de la luna, muy cerca de la luna.
Todas esas voces, todos esos ruidos también se oyeron en Membibre. Numancia dista de éste pueblo unos 175 kilómetros hacia el este. Hasta sus calles llegaron los lamentos, el dolor y la negra estela de la muerte, igual que pompas inmensas llenas de oscuro polvo que explotaran en la noche y quedara, su veneno, flotando en el aire a la altura de la garganta. La sangre siempre fuera así, de esa triste manera y la maldición buscó siempre la maldición. ¿Quién vengaría después a sus gentes? ¿Quién escucharía su historia? Y sus descendientes, que los hubo, sin duda, confundidos con otras gentes de los otros pueblos y ciudades, perdedores sin remedio. Aún hoy día puede verse algún rostro, alguna sonrisa, alguna expresión...
Y después es que la Historia con sus seguidores, la monstruosa Historia con todos sus seguidores, siempre, siempre, de parte del enemigo, la sangre en contra de la sangre ¿con qué objeto?, ¿con qué afán?, ¿sería esa la forma de perseguir la gloria y el honor?
Con la ruptura del frente otras muchas ciudades y pueblos fueron arrasados y saqueados al paso de las legiones romanas. Desde el año 29 al 27 antes de nuestra era, diversos legados de Roma se dedicaron con saña e impiedad a ocupar y aniquilar las ciudades y tierras de los Vaceos.
En el año 26 antes, Cesar Augusto desembarca en Tarraco procedente de las Galias y viaja con su comitiva hacía el oeste con la intención cierta de dirigir las maniobras en las llamadas Guerras Cántabras.
Vaceos, Cántabros y Astures, sus multitudes de guerreros y sus caudillos se aliaron para hacer frente al ejército marlboro de los romanos. El emperador se hace cargo de siete legiones, unos 70.000 hombres que distribuye entre las ciudades de Segisama y Astúrica. Es el comienzo de la ofensiva.
Después de una año de maniobras y atacar esa extensa zona del norte por mar y por tierra, después de la destrucción de ciudades, pueblos y cultivos, Augusto y sus generales consiguen una cabeza de puente al otro lado del frente, en Lugo, cerca del mar, y obligan a los ejércitos del norte a regresar hacia el interior de sus tierras, hacia el intrincado mundo de montañas de la Cordillera Cantábrica.
En el año 25 antes de nuestra era, las huestes Vaceas se repliegan a sus tierras y Octavio Augusto se retira de la contienda, viaja hacia el sur para fundar Emérita Augusta (Mérida, Badajoz) y regresa hacia Tarraco donde embarca hacia Roma para cuidar de su salud.
En ese mismo año, el 25 antes, las legiones romanas siguen haciendo de las suyas en el País de los Vaceos y es el triste año de la destrucción de Pintia en Pesquera de Duero.
Como ya dijimos, Pintia dista tan solo 20 kilómetros hacia el norte desde Membibre y se trata de lugares parecidos, lugares en ambiente de llanura y de riberas de ríos aunque de cierto Pintia era una ciudad muy populosa y su río es el gran Duero de la meseta. También eran muy famosos los vinos de Pintia...
Retornando a la narración de la guerra de conquista por el norte y acercándonos ya de forma vertiginosa a la increíble época del Año Cero, en el año 19 antes, Agripa, uno de los mejores general de Cesar Augusto es enviado a Hispania. Después de una durísima campaña al mando de sus legiones, desbarata el entendimiento entre Cántabros y Astures y sitia la capital de los Cántabros, Aracilum, lugar inexpugnable en lo alto de una montaña, que es destruida en ese mismo año.
Pero de cierto no es ahí cuando termina la resistencia de los bravos pueblos del interior y el norte de la Península, pues las escaramuzas bélicas se suceden hasta los tiempos más allá de la Era Cristiana.
Después de esos años, con los reductos destruidos y las alianzas rotas, toda aquella increíble civilización de antes de los romanos va perdiendo de forma paulatina sus señas de identidad, y si bien es cierto que muchos y amplios lugares del interior y de la costa, de por aquí y por allá, no se enteraron mucho de lo que iba la historia, parece algo normal que las tradiciones se olviden, los nombres desaparezcan de los idiomas y referencias, Vaceos, Vetones, Arévacos..., el nombre antiguo de sus ciudades, el nombre de sus dinastías y guerreros.
Hay datos fehacientes, sin embargo, al menos en esta zona noroccidental de que muchas de las formas, costumbres y leyes jurídicas de los antiguos pueblos siguen y evolucionan durante siglos: las leyes de hospitalidad y hospicio, la clientela de los notables, las ferias de la capital de la comarca, el Calendario y la fiesta de la Onomástica.