Historia Informal de Membibre CAP III (Cont.)
Año Cero, o mejor dicho "año uno" pues en aquel tiempo el cero no se conocía en estas latitudes. El inicio de Nuestra era, o Era Cristiana, o Era de Occidente, eso que siempre se pone de Antes de Jesucristo o Después, tiene su historia particular. La cosa empezó justo en el año 532 después de esa misma era, cuando el Papa Hormindas encargó a un sabio llamado Dionisio El Exíguo para que fijara la fecha exacta para el nacimiento de Jesucristo. Dionisio estudió la historia de Herodes El Grande y extrajo de ello una serie de conclusiones.
Hasta ese mismo año del 532 los años seguían contándose por el calendario que asistía a todo el Imperio de Roma y de la fecha de su fundación. Dionisio hizo el recuento de fechas y acontecimientos y llegó a la conclusión que Jesucristo, según las cifras que poseía del reinado de Herodes en Israel, había nacido en el año 753 de la fundación de Roma, que pasó "ipso facto" a ser el año uno de la Era Cristiana.
La cosa tiene aún más miga pues esa forma de hacer las cosas no empieza a usarse, a nivel popular y de divulgación, en escritos, referencias y documentos sino a partir de los siglos X-XII de nuestra era, o sea que esa forma fantástica de contar los años en la actualidad, en occidente, tiene escasamente unos 1.000 años de uso.
¿Cómo contaron, entonces, en los lugares de occidente los años desde el principio de la era hasta el año 1.000?, pues no se sabe, acaso cada lugar de ellos usara el suyo propio, que ya lo hicieran así desde antiguo.
Por estas latitudes y según algunos indicios se había seguido desde siempre el Calendario Lunar, pueblos en la meseta como los mencionados contaban los meses por el transcurrir de las fases de la Luna y hablaban de la "primera luna de primavera", del "séptimo día de la segunda luna de otoño", etc, sería de esa forma como calculaban la fecha de la Onomástica, o la semana de ferias en la ciudad, aunque de cierto existieron lugares y personas a donde se iba a consultar todas esas cosas. A quienes les interesara, claro. También el mayoría de los pueblos prerromanos de la Península Italiana siguieron el Calendario Lunar desde antiguo, en Etruria, por ejemplo, distribuían la mesa de comer según las fases de la Luna.
Pero bueno a lo que vamos, pues resulta que es entorno a esos años del inicio de Nuestra Era, Año Cero, cuando se produce la época de mayor esplendor de Roma y, aunque hubiera otros, lo cierto es que por esas mismas fechas la explotación de los territorios conquistados y la sabia organización del estado, hicieron fluir ingentes cantidades de materiales y productos a la metrópoli y el dinero por sus calles y estamentos públicos, fueron ensalzados sus emperadores y la gente de su alrededor y hubo un florecimiento de las artes y la industria.
Un último dato importante: es un hecho histórico y curioso, por otra parte, que la vida de Jesucristo vino a coincidir con el reinado del emperador Augusto César, digamos el cenit de aquellas formas imperiales y civilizacionales de Roma. Y entonces ¿qué habríamos estado celebrando y recordando con ese año Cero... la gloria de Augusto o la gloria de Jesucristo? ¡A cuál de los dos le correspondería ese mérito?
El "Año Cero" en Membibre debió pasar también como algo lejano, acaso algo singularmente inexistente. Las viejas costumbres del uso de la tierra, la agricultura y ganadería, el desarrollo de cierta clase de artesanos cuya máxima fuera siempre no ir a comprar fuera lo que se pudiera fabricar en el lugar, la mejora de la vivienda, acaso ya las primeras diferencias entre los ricos y los pobres y la relación con los pueblos vecinos de comercio y matrimonios.
Hay unas ciertas noticias de lo que se vivió por aquí al principio de la civilización romana, que por estos lugares sucede siempre a partir preciso de esa fecha del Año Cero, algunos indicios de cosas encontradas que pueden ofrecernos cierto argumento.
En los interminables ratos que pasara en el lugar de El Castillo, mientras recogía de la superficie pequeños pedazos de vasijas y ollas, me fijé cómo algunos de ellos aparecían quemados en sus bordes y con señales inequívocas de haber estado expuestos al violento fuego en alguna ocasión. Al principio no le concedí importancia, pero la insistencia en la aparición de esos barros quemados y su dispersión en la superficie, me hizo pensar en la existencia de un nivel de incendio y destrucción en los mismos estratos arqueológicos, como dicen los especialistas, del pequeño castro.
En efecto, al mismo tiempo que seguía la secuencia de los barros, pequeños trozos de vasijas y ollas, su clasificación pertinente, una cierta idea de coincidencia se instauró en relación con la destrucción de las legiones romanas del país de los Vaceos al norte, -Pintia- y ese posible nivel de incendio. Y entonces es que claro, no pueden saberse las razones por las que un lugar tan lejano y escondido fuera destruido por algún grupo de aquellos legionarios. Podría tratarse de alguna persecución de gentes huidas desde la misma Pintia que se refugiasen en el pequeño lugar de Membibre, pudiera ser que alguien avisara a los romanos ¡"romani"! como ya debía empezarse a conocer por estos predios, de que había algún lugar hacia el sur que estaban dando voces. Lo cierto es que no se encontraron muestras de desarrollo guerrero, puntas de flecha o lanza o señal alguna de lucha, pero ello puede ser debido a que la mayoría de los vecinos, avisados, habría abandonado el pueblo y se habría refugiado sin más en las viejas cuevas de la vertiente del río. Solo se destruyó el viejo castro y acaso se llevaran las cosas de valor, si las había, no habría que lamentar desgracias personales. Pero al mismo tiempo puede pensarse en la solución benévola para ese incendio y echar la culpa del mismo a los hechos fortuitos, incendio o incendios por diversas causas y en diferentes épocas.
Por otra parte, la presencia y demostración de los soldados romanos, si esa destrucción de Membibre fuese mentira, parecería siempre algo que viene de fuera, cosas que se oyen en los mercados, una especie de raro producto o moda llegado de no se sabe dónde, historias que cuentan los viajeros. Empezaron a verse patrullas por los caminos, quizás en Membibre no, pero la gente hablaba de ello cuando venían de más allá de sus lindes, soldados muy raros, vigilantes, grupos de cuatro o seis hombres que a veces seguían a un jefe a caballo que nadie sabe lo que querían con su extraordinario idioma como surgido del infierno. Nuca antes por estas tierras se había visto cosa semejante. ¡Algo inaudito!
En Membibre por estos tiempos, enmarcado el pueblo en los graves sucesos de la conquista, se vivía en un ambiente del ¿qué hacemos ahora? La vida siguió a pesar de todo, a pesar de los horrores de la guerra, los supervivientes la inventan, se mueven de un sitio para otro, hablan, otros regresan al mismo lugar, pero ya con otras reglas de juego en algún sentido, otro futuro e intenciones.
Año Cero, o mejor dicho "año uno" pues en aquel tiempo el cero no se conocía en estas latitudes. El inicio de Nuestra era, o Era Cristiana, o Era de Occidente, eso que siempre se pone de Antes de Jesucristo o Después, tiene su historia particular. La cosa empezó justo en el año 532 después de esa misma era, cuando el Papa Hormindas encargó a un sabio llamado Dionisio El Exíguo para que fijara la fecha exacta para el nacimiento de Jesucristo. Dionisio estudió la historia de Herodes El Grande y extrajo de ello una serie de conclusiones.
Hasta ese mismo año del 532 los años seguían contándose por el calendario que asistía a todo el Imperio de Roma y de la fecha de su fundación. Dionisio hizo el recuento de fechas y acontecimientos y llegó a la conclusión que Jesucristo, según las cifras que poseía del reinado de Herodes en Israel, había nacido en el año 753 de la fundación de Roma, que pasó "ipso facto" a ser el año uno de la Era Cristiana.
La cosa tiene aún más miga pues esa forma de hacer las cosas no empieza a usarse, a nivel popular y de divulgación, en escritos, referencias y documentos sino a partir de los siglos X-XII de nuestra era, o sea que esa forma fantástica de contar los años en la actualidad, en occidente, tiene escasamente unos 1.000 años de uso.
¿Cómo contaron, entonces, en los lugares de occidente los años desde el principio de la era hasta el año 1.000?, pues no se sabe, acaso cada lugar de ellos usara el suyo propio, que ya lo hicieran así desde antiguo.
Por estas latitudes y según algunos indicios se había seguido desde siempre el Calendario Lunar, pueblos en la meseta como los mencionados contaban los meses por el transcurrir de las fases de la Luna y hablaban de la "primera luna de primavera", del "séptimo día de la segunda luna de otoño", etc, sería de esa forma como calculaban la fecha de la Onomástica, o la semana de ferias en la ciudad, aunque de cierto existieron lugares y personas a donde se iba a consultar todas esas cosas. A quienes les interesara, claro. También el mayoría de los pueblos prerromanos de la Península Italiana siguieron el Calendario Lunar desde antiguo, en Etruria, por ejemplo, distribuían la mesa de comer según las fases de la Luna.
Pero bueno a lo que vamos, pues resulta que es entorno a esos años del inicio de Nuestra Era, Año Cero, cuando se produce la época de mayor esplendor de Roma y, aunque hubiera otros, lo cierto es que por esas mismas fechas la explotación de los territorios conquistados y la sabia organización del estado, hicieron fluir ingentes cantidades de materiales y productos a la metrópoli y el dinero por sus calles y estamentos públicos, fueron ensalzados sus emperadores y la gente de su alrededor y hubo un florecimiento de las artes y la industria.
Un último dato importante: es un hecho histórico y curioso, por otra parte, que la vida de Jesucristo vino a coincidir con el reinado del emperador Augusto César, digamos el cenit de aquellas formas imperiales y civilizacionales de Roma. Y entonces ¿qué habríamos estado celebrando y recordando con ese año Cero... la gloria de Augusto o la gloria de Jesucristo? ¡A cuál de los dos le correspondería ese mérito?
El "Año Cero" en Membibre debió pasar también como algo lejano, acaso algo singularmente inexistente. Las viejas costumbres del uso de la tierra, la agricultura y ganadería, el desarrollo de cierta clase de artesanos cuya máxima fuera siempre no ir a comprar fuera lo que se pudiera fabricar en el lugar, la mejora de la vivienda, acaso ya las primeras diferencias entre los ricos y los pobres y la relación con los pueblos vecinos de comercio y matrimonios.
Hay unas ciertas noticias de lo que se vivió por aquí al principio de la civilización romana, que por estos lugares sucede siempre a partir preciso de esa fecha del Año Cero, algunos indicios de cosas encontradas que pueden ofrecernos cierto argumento.
En los interminables ratos que pasara en el lugar de El Castillo, mientras recogía de la superficie pequeños pedazos de vasijas y ollas, me fijé cómo algunos de ellos aparecían quemados en sus bordes y con señales inequívocas de haber estado expuestos al violento fuego en alguna ocasión. Al principio no le concedí importancia, pero la insistencia en la aparición de esos barros quemados y su dispersión en la superficie, me hizo pensar en la existencia de un nivel de incendio y destrucción en los mismos estratos arqueológicos, como dicen los especialistas, del pequeño castro.
En efecto, al mismo tiempo que seguía la secuencia de los barros, pequeños trozos de vasijas y ollas, su clasificación pertinente, una cierta idea de coincidencia se instauró en relación con la destrucción de las legiones romanas del país de los Vaceos al norte, -Pintia- y ese posible nivel de incendio. Y entonces es que claro, no pueden saberse las razones por las que un lugar tan lejano y escondido fuera destruido por algún grupo de aquellos legionarios. Podría tratarse de alguna persecución de gentes huidas desde la misma Pintia que se refugiasen en el pequeño lugar de Membibre, pudiera ser que alguien avisara a los romanos ¡"romani"! como ya debía empezarse a conocer por estos predios, de que había algún lugar hacia el sur que estaban dando voces. Lo cierto es que no se encontraron muestras de desarrollo guerrero, puntas de flecha o lanza o señal alguna de lucha, pero ello puede ser debido a que la mayoría de los vecinos, avisados, habría abandonado el pueblo y se habría refugiado sin más en las viejas cuevas de la vertiente del río. Solo se destruyó el viejo castro y acaso se llevaran las cosas de valor, si las había, no habría que lamentar desgracias personales. Pero al mismo tiempo puede pensarse en la solución benévola para ese incendio y echar la culpa del mismo a los hechos fortuitos, incendio o incendios por diversas causas y en diferentes épocas.
Por otra parte, la presencia y demostración de los soldados romanos, si esa destrucción de Membibre fuese mentira, parecería siempre algo que viene de fuera, cosas que se oyen en los mercados, una especie de raro producto o moda llegado de no se sabe dónde, historias que cuentan los viajeros. Empezaron a verse patrullas por los caminos, quizás en Membibre no, pero la gente hablaba de ello cuando venían de más allá de sus lindes, soldados muy raros, vigilantes, grupos de cuatro o seis hombres que a veces seguían a un jefe a caballo que nadie sabe lo que querían con su extraordinario idioma como surgido del infierno. Nuca antes por estas tierras se había visto cosa semejante. ¡Algo inaudito!
En Membibre por estos tiempos, enmarcado el pueblo en los graves sucesos de la conquista, se vivía en un ambiente del ¿qué hacemos ahora? La vida siguió a pesar de todo, a pesar de los horrores de la guerra, los supervivientes la inventan, se mueven de un sitio para otro, hablan, otros regresan al mismo lugar, pero ya con otras reglas de juego en algún sentido, otro futuro e intenciones.