Una radio de lámparas, con su enorme altavoz, con su dial de vidrio con nombres de extrañas y lejanas estaciones extranjeras, con la siempre roja aguja del dial moviéndose tras aquel cristal mágico, nos lleva al tiempo de la infancia para los que conocimos la llegada de los primeros transistores, que fueron la primera gran revolución de las comunicaciones. Lo de Internet ahora es nada al lado de aquellas primeras radios de pilas que se podían oír en cualquier lugar de la casa, en el campo, y no reunida toda la familia en torno a la mesa de camilla, como un rosario superheterodino inventado por el Padre Peyton a la medida de aquella España de Familia, Municipio y Sindicato... Y poco más.
Todos tenemos en la memoria una radio familiar, una radio cercana, con su cordón de liadillo de seda o multicolor enchufado a una pieza de porcelana, con el voltímetro aquel que permitía estabilizar la corriente. El fluido le llamaban.. Y recordamos la radio de la vecina del primero, la radio de la abuela, la radio de aquellos amigos que nos llevaban de vacaciones a su casa del pueblo, la radio del portero de la casa de pisos, la radio del bar que ponían a todo volumen cuando Juan Tribuna retransmitía los encuentros de futbol. Pero nunca ninguna de tanta recordación con la radio de casa. Todos recordamos la radio de casa como se recuerda el colegio de las primeras letras, el primer beso de la primera novia. Cuando escuchamos los partidos en una tarde de domingo con bicicletas y recuerdos del olor de los anuncios del Anís La Asturiana o el Anís Las Cadenas, evocamos la radio de casa. Nuestros padres aún jóvenes y nosotros niños, preguntando cómo aquella caja con una funda de cretona podía contar el cuento de la ratita o el de los tres ositos.
Todos tenemos en la memoria una radio familiar, una radio cercana, con su cordón de liadillo de seda o multicolor enchufado a una pieza de porcelana, con el voltímetro aquel que permitía estabilizar la corriente. El fluido le llamaban.. Y recordamos la radio de la vecina del primero, la radio de la abuela, la radio de aquellos amigos que nos llevaban de vacaciones a su casa del pueblo, la radio del portero de la casa de pisos, la radio del bar que ponían a todo volumen cuando Juan Tribuna retransmitía los encuentros de futbol. Pero nunca ninguna de tanta recordación con la radio de casa. Todos recordamos la radio de casa como se recuerda el colegio de las primeras letras, el primer beso de la primera novia. Cuando escuchamos los partidos en una tarde de domingo con bicicletas y recuerdos del olor de los anuncios del Anís La Asturiana o el Anís Las Cadenas, evocamos la radio de casa. Nuestros padres aún jóvenes y nosotros niños, preguntando cómo aquella caja con una funda de cretona podía contar el cuento de la ratita o el de los tres ositos.