La libertad en el mundo antiguo [editar]
En términos generales, la libertad se entendió en el mundo antiguo como una característica de la conducta dependiente del intelecto y no tanto de la voluntad. Sócrates inauguró la tradición clásica de considerar que no existen personas malvadas, sino simplemente ignorantes, de la misma manera que no existen personas buenas, sino sabias. A esta postura se la denomina intelectualismo moral y es posible encontrarla, con variaciones, durante toda la filosofía antigua.
La libertad en el cristianismo [editar]
El cristianismo introdujo las nociones de pecado y culpa, incompatibles con la teoría clásica griega, haciendo necesario una nueva definición de libertad que permitiera explicar el ser humano como responsable de sus actos ante Dios. De manera que los defensores de la postura librearbitrista (es decir, aquellos que confirmaban la existencia de la libertad, con más o menos limitaciones) se fundamentaban en razonamientos eminentemente religiosos, nacidos de la teología cristiana católica, para quien es indiscutible que el ser humano es libre (dentro de ciertos límites), pues Dios habría dotado a sus criaturas de tal capacidad para que eligieran entre el pecado o la gracia. La existencia del libre arbitrio era condición indispensable para alcanzar la salvación o la condenación.
Esta visión más o menos coherente dentro de la teología cristiana se rompió durante la Reforma, al proclamarse el determinismo teológico luterano, y a partir de ahí se vino lentamente abajo a medida que las ciencias naturales explicaban la conducta humana a partir de factores ambientales, económicos, sociales o genéticos, naciendo así toda una larga serie de determinismos.
La Ilustración y el ideal de autonomía [editar]
En este escenario tuvo lugar el movimiento conocido como Ilustración. Este complejo fenómeno cultural proponía ambiciosos ideales de libertad y emancipación, especialmente desde el punto de vista político e intelectual. La lucha contra el despotismo, la ignorancia, el paternalismo político y la superstición se convirtieron en motivaciones centrales durante esa época. Ya no se debatía tanto de libertad como de liberación. Es entonces cuando el desarrollo de la temática de la libertad (entendida como la facultad de querer tal o cual cosa sin condición invencible) recibió un impulso especialmente notable gracias al pensamiento de Immanuel Kant. Si su antecesor Descartes anunciara que el sujeto es el marco de referencia de la verdad, Kant perfiló el concepto de autonomía como una idea nueva que venía a sustituir los anteriores planteamientos entorno al concepto de libertad. Para Kant, la libertad se encontraba en la autonomía. En el primer párrafo de su obra ¿Qué es Ilustración? lo expone de manera sucinta:
La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
En este párrafo sentaba las bases del moderno concepto de autonomía, entendida como una dimensión de la razón que facilita al ser humano la posibilidad de pensar y, por tanto, de darse normas a sí mismo sin ayuda de ninguna autoridad. La autonomía se alcanza desde la voluntad de querer poseerla, y permite al ser humano librarse de la carga de la autoridad. Kant afirmaba que una ética autónoma (basada en el deber por el deber) era el único marco posible para lograr una pauta universalmente válida de conducta, frente a las éticas heterónomas (basadas en el placer, por ejemplo) que no lograban fundamentarse en la autonomía personal por estar dirigidas por un objeto no racional. También entendía que el conocimiento es un desafío (Sapere Audere!, en latín, "Atrévete a saber") y la libertad, más que una condición, es un logro. De esta manera, la persona autónoma era responsable, mientras que quién, por comodidad o cobardía, decidía vivir en estado de minoría de edad, resultaba ser irresponsable.
La autonomía (moral y política) pasó a ser un ideal en sí mismo y base, con el paso del tiempo, de las sociedades democráticas, pues solamente desde la autonomía personal se puede hacer uso de la autonomía política que permite al ciudadano participar en el gobierno de la comunidad.
En términos generales, la libertad se entendió en el mundo antiguo como una característica de la conducta dependiente del intelecto y no tanto de la voluntad. Sócrates inauguró la tradición clásica de considerar que no existen personas malvadas, sino simplemente ignorantes, de la misma manera que no existen personas buenas, sino sabias. A esta postura se la denomina intelectualismo moral y es posible encontrarla, con variaciones, durante toda la filosofía antigua.
La libertad en el cristianismo [editar]
El cristianismo introdujo las nociones de pecado y culpa, incompatibles con la teoría clásica griega, haciendo necesario una nueva definición de libertad que permitiera explicar el ser humano como responsable de sus actos ante Dios. De manera que los defensores de la postura librearbitrista (es decir, aquellos que confirmaban la existencia de la libertad, con más o menos limitaciones) se fundamentaban en razonamientos eminentemente religiosos, nacidos de la teología cristiana católica, para quien es indiscutible que el ser humano es libre (dentro de ciertos límites), pues Dios habría dotado a sus criaturas de tal capacidad para que eligieran entre el pecado o la gracia. La existencia del libre arbitrio era condición indispensable para alcanzar la salvación o la condenación.
Esta visión más o menos coherente dentro de la teología cristiana se rompió durante la Reforma, al proclamarse el determinismo teológico luterano, y a partir de ahí se vino lentamente abajo a medida que las ciencias naturales explicaban la conducta humana a partir de factores ambientales, económicos, sociales o genéticos, naciendo así toda una larga serie de determinismos.
La Ilustración y el ideal de autonomía [editar]
En este escenario tuvo lugar el movimiento conocido como Ilustración. Este complejo fenómeno cultural proponía ambiciosos ideales de libertad y emancipación, especialmente desde el punto de vista político e intelectual. La lucha contra el despotismo, la ignorancia, el paternalismo político y la superstición se convirtieron en motivaciones centrales durante esa época. Ya no se debatía tanto de libertad como de liberación. Es entonces cuando el desarrollo de la temática de la libertad (entendida como la facultad de querer tal o cual cosa sin condición invencible) recibió un impulso especialmente notable gracias al pensamiento de Immanuel Kant. Si su antecesor Descartes anunciara que el sujeto es el marco de referencia de la verdad, Kant perfiló el concepto de autonomía como una idea nueva que venía a sustituir los anteriores planteamientos entorno al concepto de libertad. Para Kant, la libertad se encontraba en la autonomía. En el primer párrafo de su obra ¿Qué es Ilustración? lo expone de manera sucinta:
La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
En este párrafo sentaba las bases del moderno concepto de autonomía, entendida como una dimensión de la razón que facilita al ser humano la posibilidad de pensar y, por tanto, de darse normas a sí mismo sin ayuda de ninguna autoridad. La autonomía se alcanza desde la voluntad de querer poseerla, y permite al ser humano librarse de la carga de la autoridad. Kant afirmaba que una ética autónoma (basada en el deber por el deber) era el único marco posible para lograr una pauta universalmente válida de conducta, frente a las éticas heterónomas (basadas en el placer, por ejemplo) que no lograban fundamentarse en la autonomía personal por estar dirigidas por un objeto no racional. También entendía que el conocimiento es un desafío (Sapere Audere!, en latín, "Atrévete a saber") y la libertad, más que una condición, es un logro. De esta manera, la persona autónoma era responsable, mientras que quién, por comodidad o cobardía, decidía vivir en estado de minoría de edad, resultaba ser irresponsable.
La autonomía (moral y política) pasó a ser un ideal en sí mismo y base, con el paso del tiempo, de las sociedades democráticas, pues solamente desde la autonomía personal se puede hacer uso de la autonomía política que permite al ciudadano participar en el gobierno de la comunidad.