Otero de Herreros encierra en su significado toponímico las claves que definen el lugar. El trabajo de la
herrería se asoció, desde antiguo, a conocimientos que pasaban de padres a hijos, atribuyéndoseles un carácter casi de magia o hechicería, viviendo apartados de los demás. Los orígenes de la metalurgia se pierden en la
noche de los tiempos, y en la II Edad del Hierro, ya la practicaban los
pueblos celtas de la península, cuya perfección era conocida por los
romanos. Los vacceos, arévacos, vetones, pueblos de origen celta que dominaron los páramos, sobreviviendo a los duros
inviernos de estas tierras, y que fueron romanizados y esclavizados, provenían del tronco indoeuropeo común, y trajeron con ellos el trabajo de la metalurgia y un sistema de vida basado en el
ganado y en la búsqueda de pastos con la consiguiente trashumancia, como así parecen demostrarlo los restos de grandes mastines que se han encontrado en algunos castros de localidades cercanas y cuyos pobladores fueron los mismos que en Otero (castro de "Las Cogotas", provincia de
Avila), que serían empleados para éstos fines. Estos pueblos prerromanos convivieron con la magia y la muerte, convirtiéndolas en diosa lunar cuando celebrabam
danzas en su honor, mientras los huesos de sus caudillos y jefes eran blanqueados por los buitres y el sol en lugares que devoró la memoria.
Lugares sacralizados por la
tradición, en los que se levantaron
ermitas y
santuarios con el paso de los siglos y se convirtieron en rosarios que fueron desgranados entre los dedos o en
Vía Crucis de
piedra que sembraron los
caminos. Es el caso de la
ermita de la
Virgen de Ladrada. Las
cruces arrancan del
cementerio actual y, atravesando el
pueblo, continúan durante casi un kilómetro a ambos lados del
sendero. Terminan sobre un montículo con tres cruces juntas, que coronan el
Santuario, en un paralelismo de la Crucifixión, denominado "El
Calvario de la Virgen". Su planta de
cruz latina extiende sus brazos sobre una pradera de
fuentes subterráneas, destacando de la construcción, por su belleza, un
arco de medio punto situado en un pequeño atrio que mira al
río. El interior es de una sola nave, cuyas paredes se articulan con arquerías ciegas que sujetan una
bóveda de medio cañón cuyo entramado de
arcos fajones ha desaparecido, siendo sustituida por una armazón de madera que sujeta el techo. En
primavera se celebra "El Día de las
Aguas", y se traslada la imagen de la Virgen, a través del
camino de cruces, hasta la
iglesia del pueblo, donde permanecerá quince días, al cabo de los cuales retornará de nuevo a la ermita. Es curioso contemplar la
danza de las mujeres alrededor del templo, mientras los hombres sostienen la imagen en unas andas. Todos dan la vuelta al recinto, incluido el sacerdote que se une al cortejo después de oficiar la misa. Reminiscencias de viejos ritos que recuerdan las "Rondas Pascuales" que se celebraban alrededor del deambulatorio de las
catedrales en la Edad Media, con fines de renovación espiritual.