AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS.
Era junio y hacia un intenso calor, por eso, había estado haciendo un poco de tiempo, para que cayera un poco más la tarde después de disfrutar de una corta siesta. Sobre las seis, salí de casa y empecé a caminar por la calle abajo, distraído o un poco dormido todavía en mi mente fueron apareciendo muchos recuerdos, eran unos agradables recuerdos de cuando éramos pequeños y los juegos después de salir de la escuela, nos hacían disfrutar de esas calles y plazas amplias del pueblo.
En aquellos años no había televisión, ni juegos electrónicos como hay ahora, pero había otros juegos que los chicos más mayores, pasaban y enseñaban a los niños más pequeños. Uno de estos juegos recuerdo muy bien era el aro, este aro era de metal y lo cogíamos de algún cubeto viejo, si, aquí se decía cubeto, era un recipiente de madera donde de guardaba el vino, con este juego se hacía mucho ejercicio pues se corre mucho tratando de guiarlo con una guía de alambre que hacíamos todos los niños, con forma de u, un poco curvada.
Al llegar a la plaza, esa plaza tan grande y hermosa que hay en el pueblo, lo primero que se me vino a la mente fue la olma, esa olma tan grande y preciosa que había en el pueblo como nunca he visto otra igual, estaba yo tan distraído con la imagen de la olma en mi cabeza que, me pareció ver a la sombra de sus ramas a unos niños que jugaban con sus peonzas y otros con unas canicas intentaban distraerse y al mismo tiempo resguardarse del intenso calor, otros se colgaban de las ramas a forma de columpio. Seguí caminando por la calle Jardines que así se llama, una calle corta pero alegre porque muchos niños pasaban con sus carteras camino de la escuela, parecida a la calle que narra el amigo Cantalapiedra en un precioso mensaje anterior, en esa calle también había macetas colgadas de las rejas de las ventanas con preciosos geranios rojos, pero creo que no estarían tan exuberantes como los del pueblo de Cantalapiedra, porque era junio y en el mes de Mayo el maestro a los más pequeños les mandaba llevar flores a María y estas macetas les pillaban de paso.
Estaba yo tan distraído que casi sin darme cuenta aparecí en la plaza de la Iglesia, en esta plaza también había muchos niños jugando, las niñas jugaban en otra parte de la plaza, jugaban a juegos distintos, hacían montones de tierra y dentro de esa tierra metían alfileres, con una piedra de esas marrones del monte daban un golpe encima del montón de tierra y todos los alfileres que quedaban descubiertos se los quedaba la tiradora, otro grupo de niñas hacia una fila de cuatro o seis y saltaban a la comba cantando una canción.
Fue cayendo la tarde pero todavía hacía mucho calor, los vencejos en bandadas y con vuelos bajos y chillidos estridentes daban vueltas por encima de los tejados y alrededor de la torre de la iglesia, como si estuvieran compitiendo en una carrera infernal. También la cigüeña parecía que quería recogerse pues se posó en el lado sur de la torre donde siempre tuvo el nido.
Estuve en esta plaza de la iglesia un buen rato recordando aquellos buenos tiempos, los gorriones andando con pequeños saltos, trataban de coger los últimos insectos para dar las últimas cebas de la tarde a los polluelos.
De pronto sentí tocar una flauta o gaita de metal un poco curvada, era el vaquero que después de estar todo el día en el campo con las vacas, regresaba para que cada una de ellas pudiera pasar la noche recogida en casa, des pues de dar aviso con el sonido de la flauta las soltaba en la entrada del pueblo y ellas solas se dirigían cada una a sus casas sin equivocarse.
También había llegado la hora de recogerse los labradores y como si se hubieran puesto de acuerdo, venían apareciendo todos por las calles del pueblo con sus carros, yuntas y demás aperos de labranza, dando por terminada la faena del dia.
Se estaba haciendo de noche, las bombillas de las esquinas empezaban a encenderse parpadeando con una luz apagada, amarillenta, que lo único que se veía era la silueta recortada de las personas que caminaban por la calle sin llegar a conocerlas. Seguí de vuelta caminando calle arriba y en la mayoría de las puertas, como era costumbre en aquellos años, habían sacado las sillas y descansaban tomando el fresco y comentando las anécdotas del día.
Los mozos como de costumbre se habían reunido en esa plaza que llaman La Solana, esperando que pasara alguna muchacha con los cantaros de agua fresca del caño, para salir a su encuentro y entablar conversación, recuerdos sencillos pero bonitos, eran tiempos de escasez pero había alegría sobre todo en la juventud. Esto que cuento es más o menos de los años cincuenta, cuando en el pueblo había mucha gente comparado con la que hay ahora, en esa década de los cincuenta, había en el pueblo unas seiscientas personas, ahora no hay ni doscientas, pero yo pienso que no nos tenemos que rendir y tenemos que promocionar el pueblo para que no se muera, Rapariegos es un buen pueblo y tiene los servicios esenciales para vivir en el cómodamente. Tiene médico, farmacia, dos panaderías, tiendas, bar, dos residencias, ahora esperemos que pronto se solucione lo de internet y venga gente como está pasando en otros pueblos que se están volviendo a repoblar con gente que montan talleres de alfarería, pintura, algunas fraguas, donde los artesanos puedan vender sus productos por internet.
En estos tiempos de ahora tan graves y difíciles que estamos pasando, quiero contribuir con estas historias reales, aunque no esté muy suelto escribiendo a quitarnos de la cabeza este agobio del virus, aunque solo sea por un rato.
Saludos.
Era junio y hacia un intenso calor, por eso, había estado haciendo un poco de tiempo, para que cayera un poco más la tarde después de disfrutar de una corta siesta. Sobre las seis, salí de casa y empecé a caminar por la calle abajo, distraído o un poco dormido todavía en mi mente fueron apareciendo muchos recuerdos, eran unos agradables recuerdos de cuando éramos pequeños y los juegos después de salir de la escuela, nos hacían disfrutar de esas calles y plazas amplias del pueblo.
En aquellos años no había televisión, ni juegos electrónicos como hay ahora, pero había otros juegos que los chicos más mayores, pasaban y enseñaban a los niños más pequeños. Uno de estos juegos recuerdo muy bien era el aro, este aro era de metal y lo cogíamos de algún cubeto viejo, si, aquí se decía cubeto, era un recipiente de madera donde de guardaba el vino, con este juego se hacía mucho ejercicio pues se corre mucho tratando de guiarlo con una guía de alambre que hacíamos todos los niños, con forma de u, un poco curvada.
Al llegar a la plaza, esa plaza tan grande y hermosa que hay en el pueblo, lo primero que se me vino a la mente fue la olma, esa olma tan grande y preciosa que había en el pueblo como nunca he visto otra igual, estaba yo tan distraído con la imagen de la olma en mi cabeza que, me pareció ver a la sombra de sus ramas a unos niños que jugaban con sus peonzas y otros con unas canicas intentaban distraerse y al mismo tiempo resguardarse del intenso calor, otros se colgaban de las ramas a forma de columpio. Seguí caminando por la calle Jardines que así se llama, una calle corta pero alegre porque muchos niños pasaban con sus carteras camino de la escuela, parecida a la calle que narra el amigo Cantalapiedra en un precioso mensaje anterior, en esa calle también había macetas colgadas de las rejas de las ventanas con preciosos geranios rojos, pero creo que no estarían tan exuberantes como los del pueblo de Cantalapiedra, porque era junio y en el mes de Mayo el maestro a los más pequeños les mandaba llevar flores a María y estas macetas les pillaban de paso.
Estaba yo tan distraído que casi sin darme cuenta aparecí en la plaza de la Iglesia, en esta plaza también había muchos niños jugando, las niñas jugaban en otra parte de la plaza, jugaban a juegos distintos, hacían montones de tierra y dentro de esa tierra metían alfileres, con una piedra de esas marrones del monte daban un golpe encima del montón de tierra y todos los alfileres que quedaban descubiertos se los quedaba la tiradora, otro grupo de niñas hacia una fila de cuatro o seis y saltaban a la comba cantando una canción.
Fue cayendo la tarde pero todavía hacía mucho calor, los vencejos en bandadas y con vuelos bajos y chillidos estridentes daban vueltas por encima de los tejados y alrededor de la torre de la iglesia, como si estuvieran compitiendo en una carrera infernal. También la cigüeña parecía que quería recogerse pues se posó en el lado sur de la torre donde siempre tuvo el nido.
Estuve en esta plaza de la iglesia un buen rato recordando aquellos buenos tiempos, los gorriones andando con pequeños saltos, trataban de coger los últimos insectos para dar las últimas cebas de la tarde a los polluelos.
De pronto sentí tocar una flauta o gaita de metal un poco curvada, era el vaquero que después de estar todo el día en el campo con las vacas, regresaba para que cada una de ellas pudiera pasar la noche recogida en casa, des pues de dar aviso con el sonido de la flauta las soltaba en la entrada del pueblo y ellas solas se dirigían cada una a sus casas sin equivocarse.
También había llegado la hora de recogerse los labradores y como si se hubieran puesto de acuerdo, venían apareciendo todos por las calles del pueblo con sus carros, yuntas y demás aperos de labranza, dando por terminada la faena del dia.
Se estaba haciendo de noche, las bombillas de las esquinas empezaban a encenderse parpadeando con una luz apagada, amarillenta, que lo único que se veía era la silueta recortada de las personas que caminaban por la calle sin llegar a conocerlas. Seguí de vuelta caminando calle arriba y en la mayoría de las puertas, como era costumbre en aquellos años, habían sacado las sillas y descansaban tomando el fresco y comentando las anécdotas del día.
Los mozos como de costumbre se habían reunido en esa plaza que llaman La Solana, esperando que pasara alguna muchacha con los cantaros de agua fresca del caño, para salir a su encuentro y entablar conversación, recuerdos sencillos pero bonitos, eran tiempos de escasez pero había alegría sobre todo en la juventud. Esto que cuento es más o menos de los años cincuenta, cuando en el pueblo había mucha gente comparado con la que hay ahora, en esa década de los cincuenta, había en el pueblo unas seiscientas personas, ahora no hay ni doscientas, pero yo pienso que no nos tenemos que rendir y tenemos que promocionar el pueblo para que no se muera, Rapariegos es un buen pueblo y tiene los servicios esenciales para vivir en el cómodamente. Tiene médico, farmacia, dos panaderías, tiendas, bar, dos residencias, ahora esperemos que pronto se solucione lo de internet y venga gente como está pasando en otros pueblos que se están volviendo a repoblar con gente que montan talleres de alfarería, pintura, algunas fraguas, donde los artesanos puedan vender sus productos por internet.
En estos tiempos de ahora tan graves y difíciles que estamos pasando, quiero contribuir con estas historias reales, aunque no esté muy suelto escribiendo a quitarnos de la cabeza este agobio del virus, aunque solo sea por un rato.
Saludos.