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RAPARIEGOS: TIEMPOS DE MILI....

TIEMPOS DE MILI.
Una mañana fría y con cielo plomizo del mes de noviembre, salí de casa con una pequeña maleta y empecé a caminar despacio por la calle arriba, tenía que coger una furgoneta que me acercaría a la estación, para coger un tren, camino de Madrid, para hacer la mili. De vez en cuando miraba hacia atrás, mirando esa calle, como si quisiera despedirme de ella, porque en ella, pase mi infancia y adolescencia con los juegos, carreras y travesuras que, por muchos años que siga cumpliendo, nunca dejare de recordar. Si, me despedía de esa calle donde había pasado mi infancia y adolescencia como ya he dicho, porque sabía que, en muchas décadas o quizás nunca volvería a vivir en ella, o tendría mi residencia. Era una calle muy alegre porque en aquella época había muchos niños y todas las casas estaban llenas de gente. A pesar de la escasez que había y de llevar en muchas ocasiones las zapatillas o zapatos con agujeros en algunos dedos, pantalón corto y las piernas casi moradas por el frio que hacía, tanto barro por las calles, tantos chupones o caramelos como los llamábamos los niños colgando de las bocas tejas de los tejados, no recuerdo tener nunca frio, bueno algo si teníamos en la escuela porque estábamos quietos y la escuela, solo se calentaba con un brasero que el maestro lo tenía en sus pies y a los niños no nos llegaba el calor, en los días más crudos del invierno nos decía el maestro que lleváramos una lata con algo de lumbre de la cocina, pero servía de muy poco porque en poco tiempo estaba apagada, de hecho creo que estábamos tan acostumbrados a las heladas que nunca lo pase mal, corríamos mucho y hacíamos muchas trastadas. Los perros no nos podían ni ver, si cogíamos alguno, como ya he contado en otras ocasiones, le atábamos con una cuerda una lata al rabo y, el animal, salía corriendo despavorido que no había quien lo cogiera. Después con los años, me arrepentí por lo mal que tratábamos a los animales.
En nuestro pueblo, había muchas costumbres que ahora nos parecerían muy raras, alguno de vosotros os acordareis, de la costumbre que había de tirar cacharros en las casas, creo que era por la época de carnavales. Durante todo el año, guardábamos todos los cacharros de barro que se rompían cántaros, pucheros, barriles, bombillas y, cuando llegaba esta época, en todas las casas que encontrábamos abiertas, que eran todas, porque entonces no se cerraban hasta irse a acostar, tirábamos uno de estos recipientes haciéndose añicos por toda la entrada o portal que así lo llamábamos, salíamos corriendo y riendo, por el gran estruendo que había producido el cacharro al romperse. Como era una costumbre que venía de lejos, las mujeres tenían paciencia con nosotros y no se molestaban.
Una vez que la furgoneta empezó a caminar, limpié el cristal de mi ventanilla con la mano pues estaba empañado y empecé a mirar a través del cristal los tejados que estaban blancos por la escarcha y la helada. Al pasar por el Valle y ver el manto blanco que cubría toda la pradera, se me quedo grabada esa imagen y siempre la he tenido como recuerdo en mi cabeza. Pasamos el palomar, Moralejilla, Las Galindas y me pareció que algo tiraba hacia atrás de mí. Pues claro que tiraba algo de mí, tiraba mi pueblo, mi gente, mis amigos, las chicas del pueblo y de otros pueblos que íbamos a buscar con la bicicleta, todos mis recuerdos los dejaba atrás, pero no había más remedio que salir del pueblo, porque en él, no había porvenir seguro, pues no había trabajo para todos.
Llegamos a la estación y pasamos al otro lado de la vía pues en esa dirección venia el tren. Después de esperar un buen rato, pues entonces siempre venían con retraso, vi a lo lejos la humareda que echaba la maquina negra y al acercarse, daba aviso con la ruidosa bocina de que se estaba acercando al andén de parada, paró con un chirriar de frenos y una humareda que nos envolvió a todos los pasajeros, al subir el peldaño del vagón giré la cabeza intentando ver el pueblo en la lejanía y no lo conseguí, entonces dije con un poco de tristeza y resignación, adiós Rapariegos.
Fueron pasando los años, se hizo la mili y después, entre a trabajar en una empresa que necesitaban trabajadores, entonces no era muy difícil encontrar trabajo, por eso los pueblos se fueron quedando vacíos y pronto, nos adaptamos a la vida de ciudad. Eran años de mucho trabajo y durante casi cinco décadas, los recuerdos que tenia de Rapariegos poco a poco fueron desapareciendo de mi cabeza. Volvía en ocasiones al pueblo para ver a la familia y poco más. Pero ya cercana la jubilación, volvieron otra vez esos recuerdos de mi infancia y de mi pueblo. Siempre he oído decir que la tierra tira y es verdad y un día volví a esa calle y esa casa donde había nacido, por eso cuando salgo par la calle andando siempre me vienen esos bonitos recuerdos de mi infancia y adolescencia.
Bueno con estas pequeñas historias que cuento, espero que se quite de la cabeza, aunque solo sea por un rato esto que nos está pasando.
Saludo, Rapariegos.