Siempre recordaremos esos mágicos días que pasamos en Abioncillo, los cuales, además de haber ido siendo mitificados con el paso del tiempo, bien seguro estaban siendo, aún sin darnos cuenta, unos de los mejores momentos de nuestro curso vital: Merel, el taller de cestillos, Nicolás haciendo el gecko, la asequibilidad del bar, la fragua y la llave que el herrero confeccionó en exclusiva para nosotros... En fin, un sinfín de detalles que permanecerán tatuados en lo más interno de nuestras almas.