Los números de los últimos días del año se resbalan sin remedio del calendario. Se caen más rápido que el resto porque apenas tienen donde agarrase y porque están llenos a rebosar. Son pocas fechas para acoger tantos sentimientos y tal cantidad de acontecimientos. Están llenos de nostalgia, de buenos deseos, de ausencias, de presencias abrumadoras, de decepción, de dolor, de amor, de ilusión. Parece que nos reservamos para esa última semana de cada año. En pocos días queremos decir todo lo que no hemos dicho hasta entonces. En una semana queremos hacer todo lo que nos ha quedado pendiente en las otras cincuenta. En cuatro días festivos queremos celebrar todas las celebraciones que teníamos previstas y no habíamos podido realizar. Son días de frenesí. Te encuentras al calor del bar con esos amigos a los que no has visto en todo el año, y entre caña y caña quieres recuperar todo el tiempo perdido, hasta que te das cuenta que no hay tiempo para frenar el paso del tiempo. Te observas mirando los escaparates buscando esos regalos que siempre has prometido. Y de repente descubres cómo han aumentado los regalos. Antes era Los Reyes Magos y se acabó. Ahora ya no, no. Ahora empiezas por el amigo invisible (¿?), continúas con Olentzero o Papa Noel, o Santa Claus y cuando llegan los Reyes te das cuenta que todavía te queda imaginación, pero que lo que no te queda es dinero. Y es que parece que los regalos son la antesala de la amistad, una garantía de continuidad, una forma de mantener las buenas formas, o lo que es peor una forma peor que otra cualquiera de pagar favores o preservar simpatías. Y todo, eso sí, en un ambiente muy navideño y muy familiar, y ojala que siga así, lo de familiar digo. Es una buena idea lo de que estos días que se come tanto y se bebe más, las celebraciones se hagan en casa, porque así se quedan entre esas cuatro paredes la mirada furibunda que lanzas a tu cuñado cada vez que presume de lo bien que la va la vida cuando te dice que se acaba de comprar un apartamento con derecho a terraza en la playa de Alcobendas. Te alegras de que no se te pueda oír lo que piensas cuando tus suegros te dan lecciones de cómo se debe educar a los hijos y te dicen que antes sí que había respeto y que lo que hay ahora no es más que una fauna de vagos y maleantes agarrados al botellón. Después viene la retahíla de que les damos todos los caprichos, que somos unos blandos, y que así nos van a salir. Yo a veces para salir de estos atolladeros me pongo a hablar de la mili. Ahí de una tacada eliminas a todas las mujeres y a los menores de 40 años y a los que se libraron, con lo que las posibilidades de enfrentamiento pueden ser menores. Ni por esas. Siempre hay alguien que ha hecho menos guardias que tú, que ha ligado más que tú y que no fallaba ni un tiro aunque se le olvidara cargar el cetme. Entonces y ya con un par de copas, te das por vencido y te lanzas a tumba abierta, sin importarte las consecuencias. Y vas y te pones a hablar de política. Se arma la marimorena y entre los gritos, los insultos y las descalificaciones, te das cuenta que todo son de PODEMOS desde hace treinta años, exactamente los mismos que llevan diciendo que esto ya lo veían venir, que este país se va a la mierda, y que tú ya sabías que eran todos un atajo de chorizos que se quedaban con todo lo que pillaban por el camino. Descubres que nunca nadie ha votado a los que mandan, todos son de la oposición y te acabas creyendo que tú que no te has acercado a una urna en tu vida eres el culpable de los millones de votos que ha obtenido el partido de los chorizos y mangantes. Y ya como estás en clara caída libre, vas y empiezas a hablar de religión. Ahí se desata la tercera o cuarta guerra mundial, o las dos a la vez. Los curas pasan de ser la reserva espiritual de occidente a un atajo de pederastas, e incluso puede ser el mismo o la misma el que diga las dos cosas a la vez sin el más mínimo sentido del ridículo. Los que van a misa todos los domingos dicen que han sido siempre ateos y que sus hijos hicieron la primera comunión por el traje y los regalos, y que ellos jamás han creído en esa sarta de sandeces que se dicen en el interior de la iglesia. No te quedas pasmado porque entre las copas y la calefacción empiezas a notar las primeras gotas de sudor resbalando por el interior de la camisa. Y como ya no tienes nada que perder, vas y sueltas a viva voz y a pecho descubierto que Messi es el mejor jugador del mundo. Se hace un silencio espeso. Dura poco, exactamente los mismos segundos que tardan algunos en ponerse la cara como un tomate y en hincharse las venas del cuello (yo no sabía que había tantas). Oye, y automáticamente te contestan dos cosas que para ellos van unidas. Una, que puede ser verdad, es que Ronaldo está a años luz del pitufo argentino, y la otra, que te deja boquiabierto, es que te dicen que se nota que eres un independentista de los coj... y que si no te gusta España que qué haces aquí y bla, bla, bla, bla... Entonces yo reconozco que me crezco y es cuando les suelto, que Messi y Ronaldo me la trae al pairo y que el único equipo serio que conozco es el Numancia, que no tiene deudas y que en lugar de gastar el dinero en tonterías hace obras sociales y solidarias. Aquí reconozco que los dejo sin defensa durante unos minutos. Me imagino el interior de sus cabezas como una centrifugadora buscando argumentos que me hagan besar la lona. Y de repente el gracioso de la cena, envalentonado por las copas, me dice que eso es imposible, que los sorianos somos unos agarrados y que le extraña mucho que hagamos obras de beneficencia. Y aquí reconozco que ya tengo la respuesta preparada porque la he usado muchas veces. Le miro fijamente y le contesto. Tienes razón los sorianos somos unos tacaños, no me cuentes el chiste del inventor de la peseta que ya me lo sé. Continúo. Los sorianos somos tan agarrados como sensibles, y entre gastarnos el dinero en una cena de mierda con estos retales de familia o dar ese dinero a los pobres que no tienen para comer, siempre decidimos dárselo a los más necesitados. Pero los sorianos, que lo tengas claro, damos el dinero una vez y para una sola cosa, así que me imagino que tú que eres un tío espléndido y capaz de dar tu dinero para dos o más cosas, serás capaz de hacer obras benéfica y pagar este cena, que para eso estamos en tu casa y gastamos tu luz y tu agua. Así que ya sabes, apoquinas y al año que viene vuelvo para que tengas alguien con quien desahogarte. Como se suele decir, mano de santo. Inmediatamente cambiamos de conversación y evitamos tocarnos las narices porque estos combates nunca resisten dos asaltos. Es más, después de todo esto podemos comernos las doce uvas y desearnos lo mejor para el nuevo año. Eso sí, sin darnos la espalda y con una sonrisa recién sacada del congelador.
Así que no me extraña que estos días con tanto peso familiar, vuelen por las últimas filas del calendario con ganas de esconderse y no volver a salir por lo menos hasta el año que viene. A pesar de todo, por si acaso, Feliz Año.
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