Hay sonidos de la infancia que se agarran a la memoria con la misma fuerza que el primer amor se agarra al corazón. Y entre esos sonidos está el de la Fuente, esa fuente con mayúscula, que no necesita apellidos porque muchas generaciones de Blacos sabemos qué fuente es y sabemos también que no se puede confundir con ninguna otra. A mí me basta con cerrar los ojos y automáticamente oigo ese ruido singular del agua al salir del caño y chocar con el culo del botijo. Podías llenarlo perfectamente con ... (ver texto completo)