A mí de la ermita me gustaba todo, aunque siempre visto desde un prisma alejado de la fe. Me gustaba la luz especial que siempre había en su interior, y que se puede apreciar perfectamente en la fotografía. Una luz brillante, esplendorosa, que surgía al pasar por el tamiz de la vidriera del altar. Es como una luz de vida, de optimismo, que destaca todavía más si la comparamos con los flancos lóbregos y apagados. Esta es una luz secundaria, tímida, como encogida en sí misma para evitar restar protagonismo ... (ver texto completo)