Hubo muchos agostos en los que solo tenía que ir a Blacos para ver la Aurora boreal. Luminosa, nítida, cálida y llena de luz y color, como en los mejores otoños de Noruega, pero sin necesidad de moverme de mi propia casa. El fenómeno se producía en cuanto mi tía Aurora entraba por la puerta, en una mano la maleta y en la otra la olla expres de las delicatessen de cada día. Era superar el umbral y la casa se encendía de una luz incandescente, de un brillo especial y de una serie...