Que alegría después de tanto tiempo sin nuevas fotos. Son buenísimas, pero a mi como a Chús la que más me ha impactado, o mejor dicho, la que más me ha dolido ha sido ésta. Y es que cuando en nuestra vida los recuerdos empiezan a ser más abundantes que las esperanzas, siempre se nos rompe un poco el corazón cuando desaparece el escenario de nuestros sueños. Mi primer recuerdo del viejo ayuntamiento es un día de concejo en el que todos los hombres, y algunos niños, compartíamos penas y alegrías, ilusiones y miserias. Después pasa a ser el centro de mi vida y de muchas vidas de los que las vivían conmigo. Fue nuestro primer año de escuela, pero también un poco más arriba descubrimos la testosterona, aunque no sabíamos que se llamaba así, nos desolamos con los primeros granos del acné y dimo nuestros primeros pasos en el amor de la adolescencia. Seguro que de ésto saben mucho los que todavía oyen como resuenan en sus oídos las guitarras rasgadas de Santana, las baladas azucaradas de Simon y Garfunkel o el rock estridente de un grupo inglés que acababa en Revival pero del que nuca me aprendí el nombre completo. Quizás sea porque lo poníamos poco porque a nosotros lo que nos gustaba era el "agarrao", sin disimulos. Después nos fuimos con la música a otra parte, y nos instalamos al otro lado de la pared. Nos convertimos en "ocupas" nocturnos y silenciosos del salón al lado de " los despachos", arriba. Quien de los que estuvo allí no recuerda esas noches de "selección" natural de parejas, de encuentros furtivos, de susurros llenos de inocencia y de esos viajes a la oscuridad del amor y del deseo (lo de la oscuridad es porque la luz siempre estaba apagada).Éramos como una pequeña secta en la que no faltaba ni nuestro propio equipo de vigilancia que con un radar de corto alcance, (osea los más pequeños), detectaba siempre la entrada de algún padre al edificio. Era automático, cuando sucedía ésto, instantáneamente se encendía la luz, se subía la música, se estiraba la camisa y se ponía uno en perfecto estado de revista. Si había suerte la inspección duraba sólo unos minutos y cuando pasaba el peligro todos volvíamos a nuestro trabajo, con más ahínco que antes si era posible. Después decidimos dejar de ser ocupas y pasamos a pagar el alquiler. Algunos teniamos fama de vagos pero trabajamos en jornadas intensivas y en menos de lo que tarda en llegar un verano le cambiamos la cara al suelo del salón, el de abajo. Sustituimos el barro por el hormigón y todos hicimos un hueco en nuestra afición nocturna para dedicarnos durante el día a ensayar una obra de teatro que despertó en nosotros una nueva ilusión y en algunos una breve vocación de actor. Ensayamos a todas horas y en todos los sitios, hasta en la orilla del río Abión, al que algunos iban a bañarse. Nos la sabíamos a la perfección pero suspendimso el estreno cuando ya habíamos vendido todas las entradas. Nos entró el miedo escénico, es lo que pasó. Y es que lo nuestro era la música y la noche, así que volvimos a nuestro oficio al que se incorporaron caras nuevas y aumentamos también el repertorio con la llegada de " El jardín Prohibido", de Sandro Giaccobe, alguna nueva de Santana y los éxitos de Los Pecos que tenían mucho predicamento en la parte femenina. A los chicos más bien que nos daba igual la música, sólo nos interesaba acortar distancias, sobre todo cuando se apagaba la luz (que manía teníamos con la luz).
Luego crecimos y cambiamos, (casi siempre a peor) y el ayuntamiento dejó de espiar nuestras andanzas. Pero cuando lo derrumbaron se enterraron entre sus piedras las huellas de algunos de los mejores años de mi vida. Aquellos años que a nadie de los que los vivimos se nos van a olvidar nunca porque estoy seguro que sirvieron para moldear nuestra forma de ser, Yo estoy seguro también que para ser feliz en la vida hay que empezar a practicar desde pequeño y la verdad que en nuestro caso no será por no entrenar. Saludos a esa generación que se le rompió el corazón cuando tiraron el ayuntamiento porque había aprendido a ser feliz entre sus paredes. (Lo del Toril lo dejo para otro día).
Luego crecimos y cambiamos, (casi siempre a peor) y el ayuntamiento dejó de espiar nuestras andanzas. Pero cuando lo derrumbaron se enterraron entre sus piedras las huellas de algunos de los mejores años de mi vida. Aquellos años que a nadie de los que los vivimos se nos van a olvidar nunca porque estoy seguro que sirvieron para moldear nuestra forma de ser, Yo estoy seguro también que para ser feliz en la vida hay que empezar a practicar desde pequeño y la verdad que en nuestro caso no será por no entrenar. Saludos a esa generación que se le rompió el corazón cuando tiraron el ayuntamiento porque había aprendido a ser feliz entre sus paredes. (Lo del Toril lo dejo para otro día).