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BLACOS: Bueno, bueno... estás unos días sin entrar en la página...

Bueno, bueno... estás unos días sin entrar en la página y te pierdes ante tanta sinceridad, tanta pasión y tanto amor. Ah, y por una vez, sin que se acostumbre, le voy a dar la razón a mi primo el Baraka. Si no fuera por él y por Raquel ya hubiéramos desistido de recopilar fotos del pueblo y de sus gentes. Por favor, pensad que es como una aportación a una ONG, una obra de caridad y que os vais a arrepentir de no haberlas mandado cuando veais el resultado. Por si alguno lo ha olvidado o no lo ha visto, la dirección del correo es: blacos2011@gmail. com
Se admiten todo tipo de fotos, antiguas, modernas, de fiesta, comidas, disfraces, militares, eróticas, de amor, de desamor, de detectives, de ciclistas, de albañiles, de maestros, de aprendieces, de jardineros, de arquitectos, de alcaldes, de alguaciles etc etc.
Y dicho esto, Chus, voy a cumplir mi palabra y contar lo que sucedió en Valdenarros y a lo que creo que se refiere nuestra amiga Juana. Todo empezó una tarde de agosto cuando mi primo el Baraka y yo fuimos a las Calzadas a pasear a un perro de caza que me había dejado mi hermano para que se lo cuidara. Le picó una víbora y rápidamente cogimos el coche para buscar a un veterinario, entonces Eloy no había descubierto aún su vocación. Llegamos al Burgo y estaban de fiesta. Mientras mi primo saltaba de tendido en tendido en la Monumental buscando al veterinario, yo me quedé de cháchara con unas chicas de San Sebastián que estaban de vacaciones. Al rato salió mi primo y dijo que al veterinario le gustaban más los toros y que a nuestro pobre chucho que le fueran dando. Menos mal que cerca de San Esteban encontramos un veterinario de verdad y nos curó al perro.
Esa misma noche, el baraka, Isaac y yo nos echamos nuestro mejor perfume, no era Patrich, era Abrotano Macho, y nos montamos en el Talbot rojo del detective. Alguno cuando íabmos por las carreas dijo en plan de broma que nos podíamos estar por ahí un para de días sin volver, y casi lo conseguimos. Llegamos a Valdenarros y nos encontramos con las chicas de San Sebastián, que tenían tantas ganas de juerga como nosotros. A partir de aquí me falla un poco la memoria, pero recuerdo que cuando se fueron los músicos nos subimos todos al escenario y dimos un recital de lo más patético que se recuerda en la ribera del Burgo. Después recuerdo que acabamos en la única peña que estaba abierta. Mientras el baraka nos daba una de sus habituales lecciones de fidelidad, Isaac y yo echamos la caña para pescar en río revuelto y la verdad es que no picaban mucho aunque alguna pieza caía de vez en cuando. Entre que pongo el cebo, que me echo un cubata, que que guapa estás, que un poco más cerca... cuando nos quisimos dar cuenta salimos a la calle y nos cegó el sol del mediodía. A algunas les cegó más que a otros y cuando se montaron en el coche le dieron un golpe al Talbot. Nos pusimos a buscar un boligarfo y un papel para apuntar los datos del seguro. La escena era de película de Berlanga y había un chaval, nos dijo que su padre era muy amigo de Celestino, que se tiraba por el suelo de la risa y poco a poco se fueron sumando más vecinos que literalmente se tronchaban de lo que veían. Y es que nosostros estábamos creciditos por el ligue y sobre todo por los cubatas. Por fin encontramos un trozo de lapicero y un papel y Jesús apuntó los datos. Cuando volvimos al pueblo era la hora de comer. En la cocina de mi casa estaba reunida en zafarrancho de combate toda la sección femenina al mando de la tenienet O´Neil, es decir mi madre. Jesús, que para estas cosas siempre ha sido más honrado, entró en la cocina y cuando comenzaron las primeras voces yo aproveché para escabullirme y subir a mi cuarto. Deshice la cama, me cambié de ropa y de paso me tapé los oídos para no escuchar la que se estaba montando en al cocina. Bajé, contuve la risa como pude, y al pasar por la puerta dije buenos días y salí a la plaza. Todavía me acuerdo que desde la puerta del Federico se oían los gritos. Había dos bandos, unas querían sacarlo a la calle y lapidarlo y otras directamente querían ahorcarlo en el palo de las morcillas. El tío aguantó el chaparrón como un caballero y no dijo que yo había estado con él y que era el culpable de haber llegado tan tarde. Cuando lo dejaron salir me tuve que esconder hasta que se le pasó el cabreo. Bueno no se le pasó del todo porque luego descubrió que el lapiz no escribía y que el papel en el que creía que había tomado los datos, estaba en blanco. Menos mal que mi prima es uan santa y esa misma tarde le acompañó hasta el pueblo donde estaban las chicas para que le dieran de nuevo los datos del coche. Que conste que Isaac y yo estábamos dispuestos a ir con él, pero no quiso, seguro que porque pensaba que íbamos a tardar en volver tanto como el día anterior. Lo que no sabía es que ese día no sabíamos donde habíamos dejado la caña, de pescar. Está claro no? La culpa fue del perro.