Me pasa como a Milanos, que le doy a la tecla antes de tiempo. Decía que no era bueno qye tuvieran tanto tiempo libre porque les daba por pensar. Y eso es lo que hizo el burro. Le dió por pensar lo del día aquel que eran fiestas en el pueblo de al lado (no digo el nombre porque luego me lo borran) El burro recordaba la semana de resaca que había pasado por la botella de cognac que le hicieron beber a la puerta del bar. Ni siquiera tuvieron la delicadez de ponérsela en copa, no, a morro y de un trago. En esa semana gastó una caja de Almax y un montón de Fortasec para luchar ontra la gastroenteritis, porque después de la botella, los dos mismos amigos de antes le obligaron a comerse una tableta de chocolate y una bolsa de galletas. Entonces no lo sabía pero seguro que era para que aguantara lo que quedaba de noche. Pero esto no fue lo peor. El estrés postraumático le obligó a llevar dos bypass para que le funcionara el corazón y todavía sigue con las pastillas para la hipertensión que le produjo la noche de excursión-
"Soy el burro del Lí y recuerdo perfectamente aquella tarde que comenzó con la música agradable del pueblo de al lado y acabó en el peor día de mi vida. La pesadilla llegó a lomos de una moto que ya me aceleró el pulso nada más verla, pero me puso a mil cuando comprobé que iban a por mi. Corrí como nunca lo había hecho, inetnté escomderse e incluso saltar la alambrada y huir, pero nada dio resultado, la moto tenía más gasolina y los dos tipos que la montaban se crecían cuando una marabunta los jaleaba desde el patio. Al final me cazaron y me llevaron hasta el pueblo como un trofeo. Después del aplauso de bienvenida, todos los mozos se fueron a beber, a calentar motores para la noche del terror. Horas después formaron una perfecta comitiva. Iban de uno en uno, menos yo claro. Se montó encima el jinete más burro que había conocido, el de la Vitoria. No hacías más que gritarme y repetirme las cosas, como si no las entendiera. Era una imagen surrealista, una procesión de medianoche mucho más numerosa seguro que la que habían celebrado esa mañana en las fiestas del pueblo de al lado. Nada más llegar, la primera parada fue en el bar, como si no tuvieran bastante con lo que ya llevaban encima. Me dejaron solo en la puerta y cuando emepzaba a relajarme salieron mis dos amigos y, sin embudo, a palo seco, me soltaron una botella de Magno enterita, sin respirar. A los pocos minuto la calle empezaba a inclinarse arriba y abajo y me entró un sudor frío por todo el cuerpo. Ya no veía una soga sino cinco o seis y me emepzaron a temblar las patas. En plena convulsión, mis amigos se compadecieron de mi soledad y sin preguntar me metieron en el bar. Entre que el suelo estaba mojado y resbaladizo y que yo no controlaba mis movimientos, ofrecí el espectaculo de patianje más patético de mi vida. Yo me moría de vergüenza mientras que "mis amigos" no se caían, se tiraban por el suelo de risa. Pensaba que ya había hecho suficiente el rídiculo, pero no había empezado siquiera. Mi jienete, el de la Vitoria, volvió a las andadas y me llevó derecho al baile, seguido de la marabunta. Me usaron de ariete para entrar hasta el centro de la plaza ante los ojos sorprendios y los gestos indignados de los del pueblo. Los de la marabunta se tronchaban, provocaban y seguían dando vueltas a la plaza asustando a unos y aterrorizando a otros. Y fue curioso, ellos que me maltrataban durante toda la noche, no consentían que los del pueblo de al lado ni se me acercaran y a alguno que lo intentó le quitaron las ganas. Fue un detlle, quiero entender que de cariño. Con más o menos sustos y ocurrencias de mi jinete fue pasando la noche. Por lo menos no me llevaron más al bar. Al amancer repetimos la procesión de vuelta con las banderas en todo lo alto porque la marabunta estba disfrutando de su nueva página en la historia.
Estaba recordando esto cuando un año después volví a oir mucha gente en el patio de Blacos. Un segundo después estaba tumbado en el suelo de la dehesa con fuertes dolores en el pecho. Lo siguiente que recuerdo es verme a mi mismo desde fuera entrando en un tunel blanco en el que todo el mundo gritaba en silencio. Después ví, a camara lenta como hacían un pozo en Los Prados y en una procesión. esta vez sí, de dolor y costernación, me llevaban a enterrar con caras serias y de dolor. Me ví contento, aunque tarde comprendí que me querían y que podía haber evitado el infarto si todo me lo hubera tomado con más calma. Pero lo que ya me llegó al alma fue que llevaron luto por mí. Me siento un afortunado y espero que mi amo, el Lí esté orgulloso de su burro. Por cierto también me aalegre, lo reconozco, cuando me enteré que Miguel, mi jinete estuvo una semana dandose pomada para el escorzor de sus... nalgas. Pero, repito, lo que llegó al alma, es que llevarán luto por mi.
"Soy el burro del Lí y recuerdo perfectamente aquella tarde que comenzó con la música agradable del pueblo de al lado y acabó en el peor día de mi vida. La pesadilla llegó a lomos de una moto que ya me aceleró el pulso nada más verla, pero me puso a mil cuando comprobé que iban a por mi. Corrí como nunca lo había hecho, inetnté escomderse e incluso saltar la alambrada y huir, pero nada dio resultado, la moto tenía más gasolina y los dos tipos que la montaban se crecían cuando una marabunta los jaleaba desde el patio. Al final me cazaron y me llevaron hasta el pueblo como un trofeo. Después del aplauso de bienvenida, todos los mozos se fueron a beber, a calentar motores para la noche del terror. Horas después formaron una perfecta comitiva. Iban de uno en uno, menos yo claro. Se montó encima el jinete más burro que había conocido, el de la Vitoria. No hacías más que gritarme y repetirme las cosas, como si no las entendiera. Era una imagen surrealista, una procesión de medianoche mucho más numerosa seguro que la que habían celebrado esa mañana en las fiestas del pueblo de al lado. Nada más llegar, la primera parada fue en el bar, como si no tuvieran bastante con lo que ya llevaban encima. Me dejaron solo en la puerta y cuando emepzaba a relajarme salieron mis dos amigos y, sin embudo, a palo seco, me soltaron una botella de Magno enterita, sin respirar. A los pocos minuto la calle empezaba a inclinarse arriba y abajo y me entró un sudor frío por todo el cuerpo. Ya no veía una soga sino cinco o seis y me emepzaron a temblar las patas. En plena convulsión, mis amigos se compadecieron de mi soledad y sin preguntar me metieron en el bar. Entre que el suelo estaba mojado y resbaladizo y que yo no controlaba mis movimientos, ofrecí el espectaculo de patianje más patético de mi vida. Yo me moría de vergüenza mientras que "mis amigos" no se caían, se tiraban por el suelo de risa. Pensaba que ya había hecho suficiente el rídiculo, pero no había empezado siquiera. Mi jienete, el de la Vitoria, volvió a las andadas y me llevó derecho al baile, seguido de la marabunta. Me usaron de ariete para entrar hasta el centro de la plaza ante los ojos sorprendios y los gestos indignados de los del pueblo. Los de la marabunta se tronchaban, provocaban y seguían dando vueltas a la plaza asustando a unos y aterrorizando a otros. Y fue curioso, ellos que me maltrataban durante toda la noche, no consentían que los del pueblo de al lado ni se me acercaran y a alguno que lo intentó le quitaron las ganas. Fue un detlle, quiero entender que de cariño. Con más o menos sustos y ocurrencias de mi jinete fue pasando la noche. Por lo menos no me llevaron más al bar. Al amancer repetimos la procesión de vuelta con las banderas en todo lo alto porque la marabunta estba disfrutando de su nueva página en la historia.
Estaba recordando esto cuando un año después volví a oir mucha gente en el patio de Blacos. Un segundo después estaba tumbado en el suelo de la dehesa con fuertes dolores en el pecho. Lo siguiente que recuerdo es verme a mi mismo desde fuera entrando en un tunel blanco en el que todo el mundo gritaba en silencio. Después ví, a camara lenta como hacían un pozo en Los Prados y en una procesión. esta vez sí, de dolor y costernación, me llevaban a enterrar con caras serias y de dolor. Me ví contento, aunque tarde comprendí que me querían y que podía haber evitado el infarto si todo me lo hubera tomado con más calma. Pero lo que ya me llegó al alma fue que llevaron luto por mí. Me siento un afortunado y espero que mi amo, el Lí esté orgulloso de su burro. Por cierto también me aalegre, lo reconozco, cuando me enteré que Miguel, mi jinete estuvo una semana dandose pomada para el escorzor de sus... nalgas. Pero, repito, lo que llegó al alma, es que llevarán luto por mi.