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BLACOS: Otra vez le he dado a la tecla que no debía. Decía...

Otra vez le he dado a la tecla que no debía. Decía que volví con el coche muy perjudicado po el óxido quer se comía la sangre y el oxígeno de los pulmones. Eso me hizo pensar que en Barkaldo vivían seres superiores, que no respiraban como los demás sino que se alimentaban de una mezcla de fuego, humo y óxido. Que tenían el hiper en los Altos Hornos. Vamos listo, que vas a saber tu del romanticismo de la matanza, de esas mañana que se me helaban hasta las orejas en el remolque de Sixto cuando íabamos a Torreblacos a por el cerdo. Que vas a saber de esos madugrons para coger aliagas para quemar la piel del cochino. Que vas a saber tú de mi sufrimiento cuando tenía que sujetar una pata dek animal mientras el Leocadio lo acuchillaba al amancere ante gritos de desesperación del guarro, que veía como se le iba la vida por un hilo de sangre que después iba a alimentar la caldera de las morcillas. Tampoco sabes nada de aquel año que creíamos que Leocadio ya lo había matado y cuando lo dejamos sólo el cuto se dio una paseo por la plaza con el agujero sangrante, como buscando a alguien a quien leerle su testamento. También ignoras que un día se me heló la mano con la que empujaba el picadillo en la máquina de hacer chorizos. Me la tuvieron casi que cocer en agua caliente ante el cachondeo de la teniente O´Neil, es decir mi madre, que me hecho el sermón ese de que era un señorito que no valia pa ná y que a quien demonios me podía parecer, que en su familia sólo había sitio para gente fajada y con relaños. Que vas a saber tú de la matanza si los más cerca que has estado de un cerdo fue cuando hiciste la mili, que había algunos que sólo se lavaban los años bisiestos.
Vamos que esto de la matanza es todo un mundo de emociones como la Navidad. Hechamos en falta a los que no están, no nos acordamos de los que sí están y suspiramos por estar donde no estamos. En fin el cuento es de la Navidad. Felices fiestas a todos, al cerdo también.