Nunca he creído excesivamente en la Navidad y no es por superstición, pero es cierto que en estas fechas se han acumulado hechos negativos (accidentes, intervenciones quirúrgicas...) en mi familia, pero héte aquí que después de más de 20 años decidimos pasar la Nochebuena en el pueblo. Y me encuentro en el Ayuntamiento rodeado de gente vestida con sus mejores galas de anfitriones, abiertos al mundo por encima de barreras generacionales, creando ese espíritu de gran familia que yo nunca había conocido. En pocos segundos se desvanecieron todas mis reservas y hablé con gente emocionada de encontrar a tanta gente a su alrededor. Bueno el término gente no es el más adecuado. Amigos que nos veíamos por primera vez en campo abierto, amigos que se reencuentran y muestran de manera efusiva su alegría, sus nervios, su hospitalidad, su generosidad y cualquier otro adjetivo que se os ocurra. Era un encuentro mágico pero de una magia creada por los humanos y no por las hadas. Cuánto ganaríamos todos si este espíritu fuéramos capaces de convertirlo en permanente, en una seña de idenatidad que nos reafirme todo el año. Fue el verdadero espíritu de Navidad que yo creía que no existía, esa actitud desprendida en la que todos estábamos dispuestos a dar sin recibir otra recompensa que el encuentro al lado de una copa de vino en el que desgranamos historias y recuerdos como se hace siempre en una gran familia.
Después de ésto en la cena todo resultaba más fácil porque la amistad se daba por supuesta. Y por eso no tuvimos que esforzarnos lo más mínimo para disfutar de dos días y dos noches inolvidables. Por fin debo reconocer que he encontrado la otra cara de la Navidad, no la del cuento. Gracias.
Después de ésto en la cena todo resultaba más fácil porque la amistad se daba por supuesta. Y por eso no tuvimos que esforzarnos lo más mínimo para disfutar de dos días y dos noches inolvidables. Por fin debo reconocer que he encontrado la otra cara de la Navidad, no la del cuento. Gracias.